Es una delicia contemplar estas ilustraciones del Ambrós de los mejores tiempos. No se resiste uno a detenerse en detalles que van más allá de una simple ilustración. Así, en la viñeta quinta de la primera página, no sólo vemos a dos buscadores de pepitas de plata con sus respectivos cedazos. Vemos también la emoción y júbilo del que las sostiene en su mano y el asombro, y quizá la envidia, del compañero que las contempla... ¡Qué arte el de Ambrós...! Era capaz de captar en el vuelo de su pincel sobre la página blanca, los recónditos sentimientos del alma humana. Salvando las distancias, tal vez, al igual que Miguel Ángel oía la voz del mármol en bruto que se disponía a tallar. ¡Mágico Ambrós...!
Es una delicia contemplar estas ilustraciones del Ambrós de los mejores tiempos. No se resiste uno a detenerse en detalles que van más allá de una simple ilustración. Así, en la viñeta quinta de la primera página, no sólo vemos a dos buscadores de pepitas de plata con sus respectivos cedazos. Vemos también la emoción y júbilo del que las sostiene en su mano y el asombro, y quizá la envidia, del compañero que las contempla... ¡Qué arte el de Ambrós...! Era capaz de captar en el vuelo de su pincel sobre la página blanca, los recónditos sentimientos del alma humana. Salvando las distancias, tal vez, al igual que Miguel Ángel oía la voz del mármol en bruto que se disponía a tallar. ¡Mágico Ambrós...!
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