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1.-LA GUERRA DE THULE
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3.-UNA MISIÓN DELICADA! NUEVO

¡LA GUERRA DE THULE!
Un relato de “EL CAPITÁN TRUENO”, basado en los personajes creados por VÍCTOR MORA.


Para Víctor Mora, con cariño y agradecimiento por todos los buenos momentos que me ha hecho pasar leyendo las aventuras de “El Capitán Trueno”.
Agradecimientos.

A Luis Antonio Ródenas por sus comentarios, sugerencias y correcciones

A todos los miembros del foro de “Amigos del Capitán Trueno” por sus manifestaciones de aliento

A Juan Antonio Mellado por su colaboración en la ilustración

A mi familia por su infinita paciencia



Textos: Jacques Fiston

Ilustración: Juan Antonio Mellado


“El Capitán Trueno” es propiedad de Ediciones B S.A.
Víctor Mora/Ambrós: creación y personajes



PRIMERA PARTE

I

El duro invierno del norte había dejado paso a una tímida primavera. El Capitán Trueno y sus dos inseparables amigos Goliath y Crispín habían pasado esa rigurosa y casi interminable estación en Thule junto a Sigrid.

El Capitán había dedicado incontables horas en la fascinante biblioteca que la reina tenía en el castillo. Antiguos pergaminos y manuscritos procedentes de los lugares más recónditos del mundo entonces conocido, que Trueno nunca se cansaba de leer llenaron las largas jornadas invernales. Crispín había aprovechado para mejorar su entrenamiento con las armas junto a los nobles soldados de Sigridsholm y en cuanto a Goliath, no hace falta decir que se ocupó en saquear cumplidamente la despensa del castillo.

La llegada de la primavera puso en movimiento a todo el mundo. Partidas de caza salían a diario para proveer la castigada despensa de Sigrirdsholm, mientras que brigadas de hombres se dedicaban a reparar los desperfectos ocasionados por las gélidas temperaturas de la fría estación, así como de las primeras tormentas primaverales.

Mientras Sigrid se ocupaba de los habituales asuntos de estado junto a sus consejeros, el Capitán y sus amigos se encontraban en una aldea del interior ayudando a sus habitantes a reparar los destrozos causados por la última tormenta acaecida.

- Deberíamos reforzar este puente. – comentó Trueno, mientras señalaba los delgados pilares de madera que lo sujetaban - En unos días, el deshielo hará bajar el agua con mucha más fuerza y no creo que estos soportes aguanten durante mucho tiempo la crecida del río – se explicó, y de inmediato buscó al tragaldabas con su mirada, que se encontraba junto a una de las viviendas afectadas, al borde del caudaloso riachuelo, organizándose con los lugareños – ¡Goliath, creo que te vamos a necesitar aquí!
- ¡En cuanto termine de colocar esa viga, vengo a echaros una mano! – contestó Goliath, mientras llevaba él solo un pesado tronco hacia una de las casas que había padecido las causas de la borrasca, dejando boquiabiertos a los aldeanos, sorprendidos por la descomunal fuerza del coloso.
- ¡Caramba! ¡Eso si que es inaudito! – intervino Crispín, que estaba ayudando a recomponer el camino estropeado por la fuerte tromba de agua – Goliath no pasará antes por la cocina a reponer fuerzas. ¡Ja, ja, ja!
- ¡No te rías muchacho! Acabo de tomar un tentempié hace un momento. Poca cosa... Tan solo un pedazo de salmón ahumado.

Crispín dirigió la mirada hacia la zona de la aldea que se había habilitado como despensa. Solo quedaba un salmón de los siete que recordaba haber visto colgados aquella mañana.

El buen humor reinante permitía que el duro trabajo que se estaba llevando a cabo fuera más soportable.

A pesar de los acontecimientos, la paz y la tranquilidad reinaban en toda la isla. Nada hacía pensar, que la feliz convivencia de los alentados habitantes de aquellas tierras pronto se iba a ver terriblemente perturbada.

Nada hacía suponer que la plácida isla se iba a convertir en el terrible escenario de... “¡LA GUERRA DE THULE!“

II


En la sala de consejos, la reina Sigrid presidía una rutinaria reunión acompañada por todos sus consejeros.

- El invierno ha sido duro, pero el ritmo de los trabajos de reparación en las diversas aldeas está siendo excelente, así que en un par de semanas, todo volverá a la normalidad. – intervino uno de los asesores de la reina.
- En cuanto terminen estas labores, - interpuso otro miembro del consejo dirigiéndose a todos los demás - deberíamos ocuparnos de las cuestiones diplomáticas del reino, preparando una visita de la reina a los principales aliados, para...

Imperceptiblemente, Sigrid había ido perdiendo el hilo de las disquisiciones de sus ministros. Una extraña sensación recorrió todo su cuerpo. Sentía que las voces le llegaban descoordinadas, como de lejos, y sus ojos se entornaron con síntomas de manifiesto cansancio. Su principal consejero, el Jarl Erik, no tardó en darse cuenta de que la reina estaba perturbada.

- Majestad, ¿os encontráis bien?

La reina se levantó lentamente de su asiento. Estaba terriblemente pálida, sus manos comenzaron a temblarle ostensiblemente y todo empezó a darle vueltas; la vista se le nubló y perdió el conocimiento.

Afortunadamente, el Jarl más joven del consejo, al ver que su reina se desplomaba al suelo, en una rápida intervención, impidió que se golpeara bruscamente contra el pétreo pavimento.
Todos los miembros del consejo quedaron consternados ante la insólita situación que habían presenciado.

Sigrid fue trasladada inmediatamente a sus habitaciones, y los médicos de la corte la atendieron con gran rapidez.

El Jarl Erik, terriblemente preocupado por aquella vicisitud, hizo enviar inmediatamente un emisario para informar al Capitán Trueno del incidente.

.............................

Mientras tanto, en la aldea donde se encontraban nuestros amigos, los trabajos proseguían a buen ritmo. En aquel momento se encontraban descansando y reponiendo fuerzas.

- Si todo sigue como hemos previsto, pronto acabaremos los trabajos de reparación – comentó el Capitán mientras se acercaba una jarra con agua fresca para dar un buen trago.
- ¡Si todo sigue así, lo que se va a acabar es la despensa! – dijo jocosamente Crispín, que contemplaba a su corpulento amigo Goliath zampándose un buen muslo de vaquita.

Desde la distancia, los aldeanos no dejaban de admirar el insaciable apetito del “tragaldabas”. Murmuraban entre ellos, e incluso los que ya lo habían presenciado en innumerables ocasiones no terminaban de creérselo.

En ese momento uno de ellos se acercó con rapidez, tratando de llamar la atención del Capitán.

- ¡Capitán Trueno! – le gritó - Se acerca un jinete a toda velocidad. Parece un mensajero...
- Deben ser noticias de Sigrid... – se limitó a responder nuestro héroe, levantándose para dirigirse hacia el soldado que venía hacia el grupo.

El soldado llegó hasta el Capitán y le entregó un pliego con el mensaje del Jarl Eric. Mientras Trueno leía atentamente el informe su risueño rostro fue cambiando de expresión hasta reflejar una visible preocupación.

- Capitán, ¿sucede algo malo? – preguntó Crispín, borrando de su rostro la alegre sonrisa que hasta aquel momento había exhibido.
- Es Sigrid... – respondió éste gravemente – ¡Debo partir de inmediato! ¡Goliath! ¡Crispín! ¡Ocupaos vosotros de acabar los trabajos en la aldea! En cuanto terminéis, reunios conmigo en Sigridsholm.

Antes de que alguno de sus dos compañeros pudiera pronunciar palabra, el Capitán se había encaminado con paso decidido hacia las caballerizas de la aldea; ensilló con celeridad su caballo y partió de inmediato hacia el castillo.

Trueno cabalgó hasta casi reventar su montura. Cuando entrada la noche llegó al castillo, se dirigió inmediatamente a las estancias de su amada.

- ¿Cómo está Sigrid? – preguntó a un joven sirviente que se encontró deambulando por la galería principal. Por toda respuesta el muchacho se encogió de hombros, sorprendido por la pregunta. Entonces Trueno, corrió desesperadamente hacia la alcoba de la mujer más importante de Thule... y de su vida.

Los doctores mostrando un severo semblante se encontraban ante la puerta, conversando en voz baja. Al llegar ante ellos el Capitán, se detuvo. Su rostro manifestaba la enorme angustia por la que estaba pasando.

Al verlo aparecer, los médicos callaron de inmediato.
Aquella silenciosa actitud no ayudó en absoluto a tranquilizar al joven paladín.


III


Trueno se abalanzó sobre los doctores.

- Decidme, ¿qué le sucede a la reina? – preguntó lleno de preocupación.

Los médicos se miraron entre ellos.

- ¡Calmaos, Capitán Trueno! En estos momentos, la reina está descansando.
- Pero, ¿qué ha sucedido?- insistió el Capitán

Empezaron a hablar casi todos a la vez

- La reina sufrió un desmayo durante una sesión del consejo...
- Ahora se encuentra mejor...
- Claro que deberá reposar durante unos días, pues...
- ¡Y eso si! A partir de ahora sus actividades deberán ser mas tranquilas.

Trueno empezaba a desesperarse. Y el tumulto de voces no le ayudaba en absoluto a tranquilizarse.

- ¡Por Dios!, ¡Explicadme de una vez cual es su enfermedad! ¿Es grave?

Los galenos cruzaron sus miradas sin atreverse a responder. Al fin, el que parecía ostentar mayor rango tomó la palabra.

- ¿Grave? ¡Oh, no, Capitán! – dijo esbozando una amable sonrisa – en realidad, la reina no está enferma. Tan solo está... embarazada.

Al Capitán le flaquearon las piernas al escuchar aquel diagnóstico.

- ¿Embarazada? – preguntó sin acabar de creerse lo que estaba oyendo.

Los doctores asintieron. Uno de ellos, entonces, le hizo un gesto complaciente, invitándole a visitar a su amada. Trueno accedió rápidamente a las estancias de Sigrid.

.......................................



Al cabo de unos días, acabadas las reparaciones de la aldea en la que se hallaban Goliath y Crispín, estos regresaron al castillo. De inmediato el Capitán les hizo partícipes de la buena noticia.

- ¡Enhorabuena amigo! – exclamó un alborozado Crispín abrazando con efusividad a su compañero de aventuras - Nos había preocupado tu repentina marcha del poblado sin darnos ninguna explicación.
- ¡Magnífica noticia! – dijo Goliath mostrando una enorme satisfacción - ¡Esto hay que celebrarlo!

Como era de suponer, Goliath lo hizo inmediatamente realizando una de sus típicas incursiones a las cocinas, donde en aquel momento, “Cucharón”, el cocinero, se encontraba preparando un suculento pastel de pasas, del que el viejo “Cascanueces” pronto dio buena cuenta con pasmosa rapidez.

La maravillosa noticia recorrió toda la isla como un reguero de pólvora, de modo que en pocos días cada aldea y poblado ya tenía cumplido conocimiento de la buena nueva. Una inusitada alegría dio paso a un sinfín de celebraciones. Se sacrificaron aves y se realizaron innumerables ofrendas a Thor y Odín, siguiendo las ancestrales costumbres de los pueblos vikingos, para rogarles a sus divinidades que la reina tuviera un feliz embarazo y naciera un fuerte y poderoso heredero al trono de Thule.

El príncipe Gundar se encontraba junto a su esposa Zaida jugando con sus dos hijos, Ingrid y Leif, cuando uno se sus sirvientes le entregó un mensaje. Gundar lo leyó rápidamente y soltó una alegre carcajada. Los dos pequeñuelos miraron sorprendidos a su padre.

- ¿Qué sucede? – comentó también extrañada Zaida, acercándose a su esposo.
- ¡Una feliz noticia! ¡Nuestros amigos Trueno y Sigrid esperan un hijo! – contestó alegre. - ¡Creí que nunca llegaría el momento!

La pareja se abrazó contemplando a sus dos retoños, que seguían jugando tranquilamente.

En uno de los extremos más recónditos de Thule, allá donde las zonas pantanosas predominan sobre buena parte de la isla, Klundia, la hechicera amiga de nuestros héroes, se puso inmediatamente a preparar una canastilla.

- Creo que esa pareja además de una buena canastilla va a necesitar una buena dosis de paciencia...– pensaba la hechicera para sus adentros.

...............................


En la lejana isla de Gundland, muy cerca de los hielos eternos, el rey Gudrun, un joven fuerte y apuesto, cuya larga cabellera rubia llevaba recogida en unas trenzas, dejó caer sobre la mesa que tenia delante el mensaje que había llegado hacía poco con una paloma mensajera. Esbozó una mueca. Junto a él se encontraba Orik, jefe de la guardia y su hombre de confianza. Se trataba de un hombre de mediana edad, de pelo oscuro, muy alto y corpulento; su áspero rostro estaba surcado por una enorme y profunda cicatriz que le daba un aspecto terrible y despiadado.

- ¿Malas noticias, señor?- preguntó Orik
- ¡Al contrario querido amigo! – respondió el soberano en tono petulante - ¡Son excelentes! Este mensaje favorece nuestros proyectos y los acelera de un modo sorprendente e inesperado. – concluyó, tendiendo el documento a su lugarteniente con cierta indolencia para que lo leyera.

Mientras los oscuros ojos de Orik lo examinaban con atención, Gudrun se sentó majestuosamente en una enorme silla.

- ¡Por fin ha llegado el momento! ¡Orik! – exclamó – Ya sabes lo que debes hacer. Ocúpate de poner en marcha todos los planes que habíamos previsto desde hace tanto tiempo.

En cuanto Orik salió de la estancia para cumplir sus órdenes, Gudrun cerró los ojos aspiró profundamente y una siniestra sonrisa se dibujó en sus labios.


IV


Mientras la actividad en la isla se iba serenando, en Sigridsholm la vida transcurría con toda normalidad. Aquel día, después de la habitual reunión del consejo, Sigrid se acercó a su principal consejero, el Jarl Erik.

- Durante toda la sesión vuestro semblante ha mostrado preocupación. ¿Cual es el motivo, viejo amigo? – preguntó Sigrid
- Esta mañana he recibido un mensaje proveniente de la corte del rey Gudrun de Gundland. Ha solicitado que una embajada suya sea recibida en audiencia. Estarán aquí dentro de dos semanas.
- Gundland... He oído hablar de estas islas. Están muy al norte. ¿Qué sabes de su rey Gudrun?

El veterano consejero de la reina la invitó a sentarse.

- Hace dos años, el viejo rey Olafson de Gundland murió en extrañas circunstancias. Las sospechas recayeron sobre Gudrun, pero nunca se pudo demostrar con certeza que fuera su propio hijo quien acabara con la vida del rey. Desde entonces, Gudrun rige los destinos de su pueblo, y al parecer con mano de hierro. Siempre ha demostrado un enorme deseo de expandir su reino.

Sigrid seguía las explicaciones de su consejero con gran atención.

- Según la escasa información de que disponemos – proseguía éste - Gudrun ha ido anexionando a su reino, de un modo u otro, diversas islas vecinas. Poco a poco ha ido llegando a diferentes acuerdos con algunos jefes, e incluso ha firmado una alianza con las temibles tribus de los vikingos prehistóricos.
- ¡Comprendo tu preocupación! – respondió Sigrid - Por lo que acabas de contarme, no parece una persona a la cual se le pueda dar la espalda.
- Ignoro los motivos de la embajada – replicó Erik - pero no puedo dejar de alarmarme. Las ansias de poder de Gudrun son evidentes.

La reina se tomó unos segundos para reflexionar, tras lo cual, con un gesto amable, intentó tranquilizar a su hombre de confianza.

- ¡Bien, Erik! De momento recibiremos a los miembros de esta embajada. Veremos que desean. Probablemente – prosiguió la reina - su rey se proponga establecer algún tipo de tratado con nosotros para evitar problemas. Es conocido en todos los mares del norte el poder que posee Thule en la zona, así como las buenas relaciones que tenemos con los reinos vecinos – Sigrid se levantó y dio unos pasos por la estancia. Una suave redondez en su vientre indicaba claramente su estado.
- Dudo que nadie se atreva a enfrentarse a nuestro ejército. En anteriores ocasiones, otros lo han intentado y siempre han sido derrotados. Estoy convencida de que quieren algún tipo de acuerdo comercial o un tratado de amistad.

Por toda respuesta, el Jarl Erik se encogió de hombros. Su experiencia en esta clase de asuntos y ese sexto sentido que le había caracterizado siempre, le decían que esta vez la reina se equivocaba; y por más que deseara acompañarla en sus buenos sentimientos, el aguerrido vikingo veía en la visita del de Gundland algo mas que un simple tratado comercial y, aunque así fuera, tenía suficientes motivos para tomar precauciones.

.........................

Dos semanas después llegó a la isla de Thule la embajada del rey Gudrun. La reina ordenó que todo se organizara en palacio para disponerse a recibirla.
En la sala del trono de Sigridsholm se encontraba Sigrid, sentada en un sencillo trono. Junto a ella, de pié, estaba el Capitán Trueno. A los lados, flanqueando el discreto estrado, se distribuía el consejo de ancianos presidido por el Jarl Erik.

Las trompas y los cuernos anunciaron la entrada de la representación diplomática. La encabezaba un ridículo personaje ataviado ostentosamente con grandes y exagerados ropajes confeccionados con ricas pieles. Grandes anillos adornaban sus dedos, y su pomposo caminar hacía tintinear los enormes collares dorados que llenaban su pecho. A escasos pasos le seguían Orik y un grupo de soldados fuertemente armados, caminando altaneramente, mientras desafiaban con la mirada a todos los presentes en la sala.

Goliath y Crispín, que se encontraban también en la estancia, aunque discretamente colocados, cruzaron una mirada de preocupación.
El hecho de que una delegación se presentara armada ante la reina se tomaba como una gran desconsideración.

- ¡Hum! – pensó Goliath, manifestando clara desconfianza – Esto me huele a chamusquina. Habrá que estar atentos...


V


Con un gesto imperceptible Goliath indicó a los miembros de la guardia personal de la reina que estuvieran ojo avizor. Éstos, disimuladamente se prepararon para cualquier contingencia, hecho que no pasó inadvertido por Orik, quien susurró unas palabras al oído del extraño personaje. Éste sin apenas inmutarse, comenzó a realizar una suerte de extravagantes reverencias en honor de su ilustre anfitriona. A continuación se dirigió a la reina.

- Permitid que me presente, majestad – el legado empezó su intervención – Soy el embajador Olsen de Gundland y representante directo del rey Gudrun, del cual traigo los más nobles respetos hacia vuestra persona y a toda vuestra corte. En primer lugar – aclaró - debo pediros que disculpéis a nuestros hombres. Son rudos soldados y nada entienden de las delicadezas y buenos modales de la nobleza.
- No es mi intención discutir a quien compete la tarea de enseñar protocolo a vuestros jefes militares. – respondió Sigrid - Tanto vos como vuestros hombres sois bienvenidos a Thule.

Olsen encajó la amonestación de la reina.

- ¡Gracias majestad! – respondió éste imperturbable - No en vano, es legendaria vuestra hospitalidad y comprensión. Es por ello que mi rey envía a nos, vuestro humilde servidor, para desearos grandes venturas y transmitiros su anhelo y su esfuerzo en pro de estrechar importantes lazos de hermandad y colaboración entre nuestros dos pueblos.

Cuando el embajador Olsen continuó con su aburrido parlamento, loando las virtudes y grandezas de Sigrid, alabando sin cesar a su bienamado rey Gudrun, Goliath, a duras penas, pudo reprimir un bostezo. Crispín le propinó un suave codazo para que guardara las debidas formas. Y es que el único protocolo que entendía nuestro querido “Tragaldabas” era el de hincarle el diente a una vaquita... y el de utilizar su”toma-toma”.

- La noticia de vuestro embarazo ha llegado hasta nuestras lejanas islas. Mi rey y señor desea haceros llegar sus más sinceras felicitaciones. Esta realidad significa que muy pronto, Thule va a tener un heredero al trono. Nuestro más sentido deseo es que vos traigáis al mundo un varón noble y fuerte, que ayude a prolongar hasta el final de los tiempos vuestra gloriosa saga.
- ¡Este hombre es más falso que una moneda de madera! – susurró Goliath a la oreja de Crispín, quien le reprendió nuevamente por su actitud con un nuevo codazo en el costado.
- Os lo agradecemos de todo corazón – replicó la reina respondiendo a las alharacas del embajador, mostrando una socarrona sonrisa. Sigrid conocía muy bien a ese tipo de personas, que hacían de la hipocresía un estilo de vida.

- Pero... – el embajador cambió entonces su postizo tono amable por uno más melodramático, acompañándolo de un exagerado movimiento de sus manos - es también un hecho, no menos cierto que el anterior, que aún no habéis tomado esposo. Y este pequeño detalle puede tener mucha más importancia de la que en un principio parece.

Un suave murmullo recorrió la sala apenas el embajador terminó de pronunciar aquellas palabras. Orik, el jefe militar de Gundland, dirigió una desafiante mirada al Jarl Erik con sus sombríos y fríos ojos. La tensión en la sala aumentaba por momentos.

Haciendo caso omiso a los cuchicheos de los presentes, el representante de Gundland prosiguió.

- Es verdad que el supuesto padre del futuro príncipe, conocido por todos como Capitán Trueno, - el embajador miró con descaro a nuestro héroe – ha demostrado ser un extraordinario guerrero, sus valerosas gestas son conocidas allende los mares, pero también lo es, mi señora, que no se trata más que de un extranjero, alguien que no tiene sangre vikinga.

La tirantez iba creciendo a medida que Olsen desgranaba su discurso.

- Al rey Gudrun de Gundland – concluyó - le cuesta mucho aceptar una situación como esta. Son ya muchos los jefes vikingos que se han manifestado a mi señor en este sentido y...

Al oír aquellas manifestaciones, el Capitán dio un paso hacia delante dispuesto a intervenir. Sigrid se puso seria y lo detuvo con un gesto. Conocía a la perfección al Capitán Trueno, y sabía que a su amado le costaría contenerse. Le dirigió una clara mirada desde sus enormes ojos azules; una de esas que Trueno conocía tan bien. El Capitán a duras penas se reprimió.

- ¡No se a dónde queréis llegar Embajador Olsen!. Confieso que me inquietan vuestras palabras. ¡Pero os lo ruego, continuad! – dijo Sigrid refrenando sus deseos de echarlo de inmediato.
- ¡Gracias, majestad!, no tenéis de qué preocuparos.

Trueno y Olsen se miraron con dureza, y éste último parecía disfrutar de su inquietante juego de provocaciones.

- ¡Calmaos, Capitán Trueno! Sois impetuoso, y tal vez no os dais cuenta de la magnitud del problema. Sois un extranjero, decía, sin privilegios ni posesiones. Ningún noble vikingo aceptará como heredero a alguien que no tenga toda la sangre vikinga; a alguien que no sea completamente de su raza.


Ante aquellas últimas palabras del embajador, el Capitán no pudo contenerse mas y, dando un salto hacia delante, replicó con contundencia.

- No hay razas, sólo personas, y a las personas no se las mide por el color de su piel ni por el origen de su sangre. A las personas se las considera por sus actos, por su capacidad de ser justas, honradas, leales y solidarias con sus semejantes. La nobleza no viene dada por el origen de una cuna, sino por las acciones de cada uno y la capacidad de luchar por un mundo más justo y menos cruel.

- ¡Bonitas palabras, Capitán Trueno! – respondió Olsen sin apenas inmutarse – ¡Pero no hemos venido a discutir de filosofía sino de hechos, y éstos son claros y evidentes!

La sala fue invadida por un tenso y prolongado silencio. Los presentes se miraban entre sí, con expresión de desconcierto. Tras un instante Olsen continuó hablando

- Pero ya que hemos planteado la existencia un problema, mi señor Gudrun os ofrece también una solución.
- Ardo en deseos de escucharos... – replicó Sigrid sin esconder su indignación
- Puesto que la reina, como ya he mencionado antes, no ha tomado aún esposo, mi rey y señor Gudrun tiene el honor y orgullo de pediros en matrimonio. Si aceptáis su petición, reconocerá sin reparos a vuestro hijo como suyo y como verdadero y legítimo heredero a los tronos de Gundland y de Thule.

Al escuchar esas palabras un silencio sepulcral llenó la sala. Los rostros de todos los presentes reflejaron sorpresa e incredulidad. Todos, menos los de Olsen y Orik, quienes sonreían malévolamente. El plan estaba saliendo a la perfección.
Goliath y Crispín no salían de su asombro.

-¡No puedo creerlo! – exclamó el grandullón, estupefacto. La cara de Crispín era todo un poema.

Preso de la indignación, y olvidando cualquier protocolo, el Capitán Trueno saltó hacia el embajador Olsen.

- ¿Eh? ¿Pero qué...?

A pesar de sus airadas protestas, Olsen no pudo evitar que el Capitán lo agarrara por el pecho y, levantándolo en alto, lo arrojara al suelo.

- ¡Aquí tenéis la respuesta de la reina, miserable!

Al ver a su embajador por los suelos intentando levantarse entre un embrollo de pieles y colgantes, Orik y sus hombres desenvainaron las espadas y apuntaron amenazadoramente con ellas al Capitán. Pero Goliath, que estaba al quite, se interpuso entre ellos de un salto y agarrando las cabezas de los dos primeros sicarios que iban a atacar, las hizo chocar entre sí, y luego los arrojó sobre Orik, que ya se abalanzaba amenazadoramente hacia él. El estrépito que se produjo fue monumental.

- ¡Soltad las espadas mastuerzos, que podríais haceros daño!

La guardia de palacio, atenta y prevenida, rodeó inmediatamente a los demás miembros de la embajada. Crispín se colocó con una espada en la mano delante del consejo de ancianos para protegerlos.

- ¡Basta! ¡Que cese la lucha! – ordenó Sigrid con voz fuerte y autoritaria.

La escaramuza terminó inmediatamente. Entonces Sigrid se dirigió con contundencia al representante de Gundland

- ¡Embajador Olsen! Os he recibido en mi castillo ofreciéndoos hospitalidad. A cambio, me habéis ofrecido vergüenza e ignominia, insultando no sólo a los que están presentes en esta sala, sino a todo el pueblo de Thule. ¡Decidle a vuestro señor que rechazo su ridícula proposición y que jamás se atreva a acercarse a mi reino!. En cuanto a vos y vuestros hombres, seréis fuertemente escoltados hasta los límites de Thule, y os aconsejo por vuestro bien que no volváis nunca jamás a poner los pies en esta tierra de gente noble y honrada.

La embajada, fuertemente escoltada por los guardias al mando del Jarl Erik, se retiró de la sala.

- ¡Acabáis de cometer el error más grande de vuestra vida, reina Sigrid! – gritaba un furioso Olsen, a la vez que realizaba profusos gestos con sus brazos - Esto traerá terribles consecuencias para vuestra gente. ¡Considerad que, a partir de ahora, nuestros pueblos están en guerra!

Sigrid miró al Capitán, éste se acercó a ella y se fundieron en un abrazo. Por las mejillas de Sigrid resbalaron unas lágrimas.

VI


Habían pasado algunos días. Sigrid, Trueno, Goliath y Crispín estaban reunidos con el Jarl Erik. Todos ellos mostraban su preocupación. El viejo y noble consejero tomó la palabra.

- En nombre de todo el consejo de Thule, debo comunicar la total fidelidad de éste a la reina, al Capitán Trueno y a sus amigos. En este sentido – aclaró - debo añadir la completa adhesión de todos los habitantes de la isla. Ninguno de los pueblos aliados ha manifestado oposición alguna al Capitán, y por supuesto, todo el mundo acepta sin reparos las circunstancias de la llegada de vuestro heredero y su derecho al trono.
- Gracias por vuestras palabras – contestó Sigrid, emocionada.

El Jarl recordó que el Capitán y sus inseparables compañeros nunca habían interferido en el gobierno de Thule, y que en muchas ocasiones habían actuado como emisarios de la reina, y que en otras tantas habían antepuesto sus propias vidas para garantizar la libertad y la estabilidad de la isla.

- Además – prosiguió el Jarl – son muchas las veces que vosotros tres habéis ayudado al pueblo en sus dificultades, y muchas mas las que os habéis enfrentado a enemigos crueles y peligrosos que pretendían conquistar la isla.

Por la mente de nuestros héroes pasaron imágenes de aventuras anteriores. Erik “el Fuerte”, Kabali, Kundra, los vikingos prehistóricos, el Pulpo, Kusiak, el Dragón, Tampir el pirata y tantos otros que habían osado intentar apoderarse de Thule para convertirla en el centro de sus desmanes.

- El pueblo os acepta sin condiciones – concluyó el viejo consejero.

Y ahora, sin embargo y casi con toda seguridad deberían enfrentarse a un nuevo y peligroso enemigo: Gudrun de Gundland.

- Hace tiempo que sospechamos que Gudrun está ansioso por crear un potente imperio en todo el norte – explicó el Jarl – y utilizará cualquier medio a su alcance para conseguirlo.
- Creo que la embajada que nos envió – comentó el Capitán – formaba parte de un plan preestablecido. No era más que una estratagema para poder declarar la guerra a Thule.
- Y me temo que con nuestra actitud – intervino Crispín – no hicimos mas que ponérselo mas fácil todavía.
- ¡No te engañes, Crispín! – comentó Goliath – Aunque nos hubiéramos quedado inmóviles como estatuas, el resultado habría sido el mismo. Parece que lo tenían todo perfectamente planeado.
- Goliath tiene razón ¡Sin duda alguna esa embajada era una farsa perfectamente premeditada! – confirmó Sigrid – Cualquier respuesta que hubiéramos dado nos habría llevado a la misma situación. Deberemos extremar las precauciones y estar en alerta. ¡No podemos menospreciar las amenazas de Olsen! Estoy convencida de que hablaba muy en serio. Es mas, la única finalidad de ese sujeto era declararnos la guerra y así tener la excusa para atacar. Creo que lo más prudente será ponernos en contacto con todos nuestros aliados para contar con ellos en caso de necesidad.
- ¡Me quedé con las ganas de aplastarle la nariz a ese tipo de la cicatriz en la cara! – dijo Goliath.
- Quizá tengas ocasión de hacerlo – respondió sonriente Crispín, tratando de disimular su preocupación.

VII


Una fuerte carcajada resonó en la fortaleza de Gudrun. Olsen y Orik acababan de informar al rey de los resultados de su misión. Todos parecían estar muy complacidos

- ¡Perfecto! Ha salido mejor de lo que yo esperaba. En realidad, hubiera resultado decepcionante que Sigrid aceptara sin más mi propuesta de matrimonio...
- ¡Hay también algo muy importante, mi señor! – dijo Olsen – Hemos sembrado el recelo y la incertidumbre en la corte de Sigrid hacia ese Capitán Trueno. Aunque lo acepten como su compañero, siempre tendrán una sombra de duda.
- ¡Yo me quedé con las ganas de darle su merecido a ese gigantón tuerto! – intervino Orik.
- No te preocupes mi fiel capitán – le respondió Gudrun sonriendo malévolamente - pronto tendrás la oportunidad de ajustar cuentas con él. Ahora pongamos en marcha la segunda parte de nuestro plan. ¡Invadiremos y conquistaremos el reino de Thule! ¡Seré el señor de todo el norte!

................................

Mientras tanto, en Sigridsholm se habían reunido los más importantes mandatarios de los principados de la isla junto a otros jefes y señores de las islas y territorios aliados. Allí se habían congregado entre otros, el Príncipe Gundar, Cunegunda de Scandia y Einar de Nordia, con la finalidad de preparar la defensa de Thule ante un posible ataque de Gudrun.

- Gracias a todos por acudir a nuestra llamada, amigos – Empezó la reina ante la asamblea de mandatarios – El pueblo de Thule os está agradecido por vuestra pronta respuesta.
- Sabes sobradamente que cuentas con nuestro incondicional apoyo – comentó Gundar – Y creo hablar en nombre de todos los presentes

Todos asintieron y se sumaron a las palabras del Príncipe. Sigrid inclinó la cabeza en señal de agradecimiento y prosiguió

- Ya conocéis los hechos y el posible peligro al cual deberemos enfrentarnos, si llega el caso.
- Lo conocemos – dijo Cunegunda - y no permitiremos que ese Gudrun ponga los pies en nuestras tierras


Entonces tomó la palabra el Capitán Trueno, desplegando encima de la mesa un enorme mapa de Sigridsholm y de los territorios vecinos.


- Analicemos cual es nuestra situación y cual es el mejor modo de defendernos de un hipotético ataque de Gudrun y así poder rechazarlo


Los allí presentes, junto con nuestros amigos, fueron evaluando las distintas posibilidades de ataque y los distintos frentes por los que el enemigo podría intentar una invasión. Durante largas horas de deliberación estuvieron planificando la defensa de la isla. Finalmente, decidieron que llegado el momento, si la invasión se producía, Crispín se uniría a Gundar para la defensa de la zona nordeste; a la vez, Goliath haría lo propio con los efectivos de Scandia. El Capitán Trueno, con el ejército de Sigrid se ocuparía de la defensa de Sigridsholm y por último, Einar estaría preparado para reforzar cualquier frente en cuanto fuera necesario teniendo en cuenta la estratégica posición que ocupaba su feudo. Los demás jefes y aliados reforzarían los ejércitos mencionados.

Al finalizar la reunión, Sigrid se dirigió a Cunegunda.

- Os encuentro muy pensativa. ¿Ocurre algo?
- Veréis querida Sigrid, hace rato que le estoy dando vueltas a un importante asunto.
- ¿De que se trata? – inquirió Sigrid
- Teniendo en cuenta la grave situación a la que nos vamos a enfrentar...

Todo el mundo esperó impaciente a que Cunegunda siguiera hablando.

- ...estoy valorando seriamente la posibilidad de pedir de nuevo la mano de maese Goliath – Y dando un manotazo al hombro del “Tragaldabas”, la mujer soltó una fuerte carcajada.

Todos los presentes estallaron en sonoras risas, excepto el pobre “Cascanueces”, al cual le empezaron a temblar las piernas.

- ¡Mirad! – dijo Crispín – ¡Se ha ruborizado! ¡Seguro que acaba de perder el apetito!

El buen humor consiguió relajar los ánimos ante la terrible perspectiva de una invasión.

VIII


Las semanas fueron transcurriendo con toda tranquilidad. Apenas nadie se acordaba de la amenaza de Gudrun.

Nuestros amigos se dedicaban a sus aficiones. El Capitán y Crispín repartían su tiempo entre los libros y el entreno con las armas, y Goliath experimentaba suculentos platos en las cocinas del castillo.

Sigrid lucía una evidente barriga.

Aquella tarde, una paloma mensajera llegó al castillo. El hombre encargado del palomar la recogió de inmediato y entregó el mensaje al Jarl Erik. Al leerlo el viejo consejero hizo una mueca: Gudrun se había puesto en movimiento.

Sigrid mandó llamar al Capitán, que se reunió inmediatamente con ella y con el Jarl. Éste expuso claramente la situación.

- Según las informaciones que han llegado, Gudrun ha reunido un potente ejército formado por los vikingos prehistóricos y muchos otros jefes y reyezuelos de las islas y regiones próximas a Gundland. Una enorme flota de drakkars ha avanzado hacia las islas vecinas, que no habían aceptado ningún tratado con Gudrun – el Jarl bajó la mirada - Las han saqueado a sangre y fuego, sin respetar nada ni a nadie, quemando cosechas, aldeas, y aniquilando a todo aquel que oponía resistencia. Mujeres, niños... – las lágrimas bajaron por las mejillas del aguerrido vikingo.
- ¡Miserable...! – exclamó el Capitán Trueno con los puños apretados por la rabia.
- La flota avanza con gran rapidez hacia las islas próximas a Thule – concluyó el Jarl – No tardarán mucho en llegar aquí.
- ¡No podemos perder tiempo! Debemos actuar sin mas dilación – dijo Sigrid
- ¡Capitán! – el rostro del Jarl Erik mostraba gran preocupación – El ejército de Gudrun supera con creces los cálculos que nosotros habíamos supuesto.

El Capitán Trueno suspiró fuertemente. Miró el rostro de Sigrid.

- ¡Les daremos su merecido! ¡Lo prometo!– dijo.

X


Gudrun levantó su espada manchada de sangre. Su silueta quedaba recortada delante del resplandor de las llamas que devoraban la aldea que acababan de atacar, dándole un aspecto fantasmagórico.

Orik y los demás jefes vikingos vitoreaban a su líder.

- ¡¡Larga vida a Gudrun de Gundland!!

A lo lejos, todavía se oían los gemidos de agonía de los aldeanos heridos en la corta batalla, y los gritos de terror de los pocos supervivientes.

- ¡Nadie puede detener nuestro avance, mi señor! – clamó un tambaleante Orik, a consecuencia de los vapores del vino que había bebido para celebrar la triste victoria.
- ¡Esto es sólo el principio, mí querido Orik! ¡Pronto reinaremos en todo el Mar del Norte y crearemos un imperio tan grande que todas las naciones nos rendirán pleitesía!

Los distintos jefezuelos de las tropas de Gudrun aclamaron con fervor las palabras de éste.

- ¡Mañana mismo nos dirigiremos hacia Thule! – gritó Gudrun, mientras alzaba su espada para arengar a las animadas tropas.

Los gritos de entusiasmo aumentaron.

- ¡Tiembla, Capitán Trueno! ¡Tus días están contados!
- ¡Viva Gudrun! ¡Viva el rey de los vikingos! ¡Viva Gudrun “el Grande”!

.....................................

Al amanecer del día siguiente, la flota de drakkars de Gudrun emprendió camino hacia Thule.

Detrás dejaban devastación y muerte.

La flota avanzaba con gran rapidez y al cabo de una semana avistaron las costas de la isla más preciada.

El rostro de Gudrun reflejaba una mezcla de ambición y odio.

“Pronto reinaré en todo el norte”, se repetía una y otra vez a sí mismo. “¡Nada ni nadie me va a detener!”

El horizonte se llenó de velas. Hasta donde alcanzaba la vista sólo se veían naves de guerra armadas hasta los dientes.

Rápidamente, según las ordenes establecidas por Gudrun, la numerosa flota se dividió en diversos grupos, tomando cada uno de ellos una dirección diferente con la intención de desembarcar en varios lugares distintos a la vez.

Un primer grupo de naves se dirigió hacia el fiordo del Dragón, donde estaba el feudo de Scandia. Una segunda flotilla compuesta por los vikingos prehistóricos avanzó hacia las costas del principado de Gundar.

El resto de la flota, la más numerosa, avanzó rodeando la isla con el fin de desembarcar en el lugar más idóneo para atacar Sigridsholm.


¡LA GUERRA DE THULE HABÍA EMPEZADO!

Fin de la primera parte

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¡LA GUERRA DE THULE!

SEGUNDA PARTE

I

CASTILLO DE SIGRIDSHOLM

El Capitán se había reunido con Sigrid en una de las estancias del castillo. La reina, que mostraba un avanzado estado de gestación, estaba sentada mientras que el Capitán se encontraba de pié junto a un ventanal desde el que se divisaba una gran parte del fiordo.

-    Mañana partiré con las tropas para tomar posiciones – dijo melancólicamente. Luego se apartó de la ventana y se acercó hacia donde estaba su amada, se agachó junto a ella y le acarició la barriga -   No estaré tranquilo hasta que toda esta locura haya terminado.

Sigrid cogió la mano del Capitán entre las suyas

-    No debes preocuparte por mí. Me siento muy segura sabiendo que tu y tus amigos estáis aquí, luchando por el pueblo de Thule. No es la primera vez, bien lo sabes, y siempre hemos salido victoriosos.
-    Esta vez es distinto. Gudrun ha reunido un potente ejército y es un hombre extremadamente inteligente y peligroso. Ha tramado un excelente ardid para poder invadir Thule. Además no soportaría que nada malo os sucediera a ti y a nuestro futuro hijo – dijo el Capitán, sin esconder su preocupación – ¡Por todos los dioses! ¿Por qué tiene que nacer en estas circunstancias?
-    Todos deseamos un futuro mejor para nuestros hijos. Está en nuestras manos conseguirlo, y para ello deberemos enfrentarnos a gente ruin y despreciable como Gudrun en mas de una ocasión. A esos personajes les mueve la ambición desmesurada y una insaciable sed de poder. A nosotros nos mueven las ansias de justicia y el deseo de un mundo mejor y más solidario. Estos nobles ideales nos dan la fuerza suficiente para enfrentarnos a ellos con el convencimiento que lo hacemos por una causa justa. Sólo así lograremos un mundo mejor para nuestros hijos.

Trueno abrazó a su amada y ambos se fundieron en un apasionado beso.

Al rato un azorado criado entró en la estancia donde estaban Trueno y Sigrid. Parecía bastante atemorizado.

-    Majestad, hay alguien que exige veros enseguida. Ha irrumpido en el castillo sin que nadie viera por donde había entrado. Los guardias la han retenido, pero insiste en veros personalmente. Dice que es muy urgente
-    ¿De quien se trata? – preguntó la reina
-    Es... es alguien muy misterioso y no ha querido dar su nombre, dice que vos y el Capitán Trueno la conocéis perfectamente.

En ese momento, desde el otro lado de la estancia llegaron airadas voces.

-    ¡Apartaros de aquí y dejadme pasar especie de brutos sin cerebro, si no queréis que os convierta en sapos repugnantes para el resto de vuestros días!
-    ¡Klundia! – dijeron al unísono el Capitán y Sigrid.
-    ¡Por todos los dioses del norte! ¡Dejadla pasar inmediatamente! – Ordenó el Capitán

Con gran alivio por parte de los guardias, que se apartaron de inmediato para dejar paso libre, la vieja hechicera amiga del Capitán y de Sigrid entró en la estancia. Abrazó amigablemente a ambos y les hizo entrega de una canastilla.

-    Aceptad este humilde presente de una vieja amiga y permitidme que pueda descansar algunos días en el castillo. Creo que muy pronto la reina va a necesitar de toda mi “magia” – dijo Klundia señalando la barriga de Sigrid.
-    Se bienvenida a Sigridsholm, entrañable amiga – respondió Sigrid

Klundia miró al Capitán y se dirigió a él con tono severo.

-    Querido amigo, ahora ya puedes estar tranquilo porque tu amada está en buenas manos. Así que ocúpate de tus asuntos que la reina y yo tenemos un montón de cosas de las que hablar.- Y cogiendo a Sigrid por el brazo se la llevó de la sala.

Al amanecer un potente y numeroso ejército estaba formado en la enorme explanada frente al castillo. Los valientes y aguerridos hombres de Thule estaban dispuestos a todo por liberar a Thule del invasor. Sus severos rostros mostraban una férrea determinación a dar su vida por la independencia de su reino.
El Capitán Trueno, montado en su brioso corcel pasó revista a las tropas, alentando con amables palabras a los soldados. Finalmente colocándose frente a ellos gritó:

-    ¡Por Thule! ¡Por la reina! ¡Y por la libertad!
-    ¡Por Thule, por la reina y por la libertad! – respondieron al unísono.

 Se volvió hacia el castillo y levantó la mano a modo de saludo. En las almenas estaba Sigrid que devolvió el saludo a su amado. No pudo evitar que las lágrimas bañaran su rostro.
Luego, volviéndose hacia sus hombres dio orden de avanzar.

II


FRENTE DE SCANDIA

Una flota de enormes drakkars apareció por la entrada del fiordo del Dragón. Lentamente se iban acercando hacia el embarcadero. Desde las almenas del castillo Cunegunda junto a Goliath observaban el avance de las gigantescas naves enemigas

-    ¡Son enormes! – comentó el gigantón – ¡Nos van a proporcionar una buena distracción!
-    ¡Y un montón de trabajo si queremos evitar que consigan acceder al castillo! – respondió la mujer - ¡Están repletas de hombres armados hasta los dientes!

Cunegunda se dirigió a sus hombres

-    ¡Por Thule, por Scandia y por nuestra libertad! Muchachos vamos a darles una buena zurra a estos caballeretes. No saben con quién se las van a tener. ¡Los mejores guerreros de todo el norte!

Los gritos de entusiasmo resonaron por todas partes, mientras las naves enemigas se acercaban cada vez más.
Cuando estuvieron suficientemente cerca, antes de que pudieran llegar a los embarcaderos, Cunegunda dio una seca orden y de inmediato las defensas del castillo actuaron con precisión desde los acantilados, lanzando una verdadera lluvia de enormes rocas y flechas incendiarias.
Al mismo tiempo apareciendo de diversos recodos del fiordo  las naves de Scandia se apresuraron a interceptar aquellas que lograban atravesar la barrera de piedras y fuego que les caía encima.
Inmediatamente las diferentes naves se enzarzaron en una terrible y cruenta lucha.  En pocos minutos el fiordo se convirtió en un inmenso campo de batalla. Enormes estrépitos resonaban por las paredes del fiordo cuando los drakkars se envestían unos contra otros, en medio de las llamas de los barcos incendiados. Terribles gritos de guerra se mezclaban con los alaridos de dolor. La inmensa humareda impedía ver desde el castillo el desarrollo de la batalla.

-    ¡Maldita sea, no puedo ver nada! – exclamó Cunegunda – ¡Creo que voy a bajar ahí con mis hombres, no soporto esta inactividad!.
-    No sería prudente – dijo Goliath que intentaba ver lo que sucedía en el fiordo a través de las espesas cortinas de humo – Me ha parecido que algunas de las naves de Gudrun han dado media vuelta y no entraban en el fiordo. ¡Esto no me gusta nada!. Creo que deberíamos quedarnos aquí.

A regañadientes Cunegunda aceptó la sugerencia de Goliath.
En el fiordo, las naves enemigas ofrecían gran resistencia y ninguno de los dos bandos parecía conseguir imponerse al contrario. La cruenta batalla naval se prolongó a lo largo de la noche. Las llamas y la profusa humareda daban a la batalla una apariencia espectral.
Aprovechando la confusión de la batalla que se había iniciado en el fiordo y que toda la atención se dirigía hacia aquella parte, tal como le había parecido a Goliath, un grupo de naves había dado media vuelta y disimuladamente había logrado alcanzar los acantilados del oeste del feudo. Rápidamente un numeroso grupo de hombres del ejército de Gudrun, con el favor de las sombras de la noche, empezó a escalar el arrecife sin demasiadas dificultades. En pocas horas un nutrido grupo alcanzó el castillo de Cunegunda y se dispusieron para el asalto.
Los vigías dieron prestamente la voz de alarma y en pocos segundos los defensores del castillo capitaneados por Cunegunda y Goliath se presentaron en la muralla por la que intentaban penetrar en el castillo los hombres de Gudrun. En unos instantes se organizó una verdadera batalla en la que la singular pareja de colosos luchaba a brazo partido intentando rechazar al enemigo y eliminando a cualquiera que se atrevía a poner a su alcance.
Atrapados entre dos frentes, la defensa de Scandia se había complicado de un modo inesperado.


FRENTE DE GUNDAR

Los drakkars de los vikingos prehistóricos habían conseguido llegar sin ninguna dificultad hasta las costas situadas frente al castillo del príncipe Gundar. Con una rapidez increíble los vikingos desembarcaron e inmediatamente empezaron a levantar lo que parecía un campamento provisional.
Desde el castillo, Gundar y Crispín observaban con gran preocupación los movimientos de los invasores.

-    ¡Por Odín, son mucho más numerosos de lo que creíamos! – dijo Gundar señalando el movimiento de las tropas enemigas –  Y por lo que deduzco su intención es sitiar el castillo. ¡Si queremos rechazarlos debemos atacar antes que puedan organizarse y conseguir sus propósitos!
-    Esperamos impacientes que des la orden – contestó Crispín que estaba impaciente por entrar en acción.
-    ¡Adelante pues! ¡Espero que la estrategia que hemos estado planeando de resultado!

Desenvainando su espada y alzándola al viento, Gundar dio la orden de ataque. Inmediatamente sus capitanes hicieron sonar potentes cuernos ordenando el avance.
Gundar había dividido a su ejército en tres grupos, y atacó el incipiente campamento de los prehistóricos desde tres flancos distintos.
Ante la ofensiva, los invasores ofrecieron una feroz resistencia, y  pese a la entrega de los hombres de Gundar estos se vieron rápidamente desbordados por la ferocidad de los vikingos prehistóricos.

-    ¡No podemos con ellos! – Gritó Crispín en el fragor de la batalla - ¡Nos están arrollando!
-    ¡No tenemos ninguna opción! – Admitió Gundar que peleaba junto con el joven - ¡Debemos replegarnos y preparar una nueva estrategia si queremos derrotarles! ¡Si seguimos aquí sólo lograremos aumentar el número de nuestras bajas!

Por encima del fragor de la batalla, sonaron los cuernos dando la triste orden de retirada. Los hombres de Gundar poco a poco lograron zafarse de los prehistóricos y fueron replegándose hacia el castillo.


FRENTE DE SIGRIDSHOLM

Una importante escuadra de naves de la flota de Gudrun se había dirigido hacia el sur de la isla y había desembarcado un inmenso ejército, iniciando un rápido e implacable avance atacando a los poblados que encontraban a su paso. La resistencia que estos podían ofrecer era prácticamente nula ya que la mayoría de habitantes habían huido ante la llegada de los invasores y tan sólo habían quedado unos pocos valientes para intentar defender sus propiedades.
Mientras, el ejército de Sigrid dirigido por el Capitán Trueno se dirigía hacia un enorme valle situado a varios kilómetros del castillo, donde el Capitán tenía previsto presentar batalla al invasor.

¡La situación en toda la isla era extremadamente grave!

III


FRENTE DE SCANDIA

Estaba anocheciendo. Después de denodados esfuerzos Goliath y Cunegunda habían logrado rechazar momentáneamente al enemigo. Aquello les daba un pequeño respiro que aprovecharon para recomponer las defensas del castillo y recuperar fuerzas. Habían luchado titánicamente durante todo el día.
En el fiordo, la batalla naval parecía haber terminado. El estrecho había quedado impracticable, lleno de naves hundidas o en llamas. Los cadáveres flotaban tiñendo de rojo las frías aguas del fiordo.

-    ¡Por el Gran Batracio Verde! – exclamó Goliath mientras daba buena cuenta de una pata asada de cordero – ¡Ya ves querida amiga como mis temores eran fundados! ¡El ataque en el fiordo no era más que una estratagema para distraer nuestra atención mientras llegaban a los acantilados para asaltar el castillo!
-    ¡Una distracción muy cara! – respondió Cunegunda muy seria – ¡Allí han dejado la vida muchos hombres valientes!
-    Tenéis razón – prosiguió el “cascanueces” – Ahora el castillo queda con menos defensores y a merced de nuestros atacantes. Algunas naves de Gudrun que han escapado del estrecho deben de haberse unido a los que han intentado asaltar el castillo. ¡Y os quejabais de inactividad!


FRENTE DE GUNDAR

En el castillo, Gundar se lamentaba amargamente.

-    ¡Nos hemos comportado impulsivamente menospreciando al enemigo! Hemos actuado imprudentemente. ¡Debí de haberlo previsto!
-    No te culpes por ello querido esposo – intentó calmarlo Zaida – Nadie podía prever la feroz resistencia de los vikingos prehistóricos.
-    Quizás tengas razón. De todos modos hay algo que no entiendo. ¿Por qué no nos persiguieron en nuestra retirada? Nos tenían prácticamente a su merced. Algo deben de tramar.
-    Se sienten muy seguros, y probablemente prefieren asaltar el castillo – respondió Zaida – Puede que les pareciera una victoria poco digna para ellos, y prefieren seguir luchando.
-    Los vikingos prehistóricos son tribus muy belicosas y terriblemente feroces.- intervino Crispín que se encontraba con Gundar y Zaida – y aunque son muy supersticiosos no le temen prácticamente a nada. Pero no perdamos las esperanzas amigos, ya nos hemos enfrentado a ellos en ocasiones anteriores y les hemos vencido. También lo haremos ahora.
Gundar agradeció los ánimos que intentaba dar Crispín, aunque esta vez todo era muy distinto. No se trataba solamente de los Prehistóricos, sino que además estaban los demás frentes.

-    Vamos a necesitar la ayuda de todos los dioses y demonios para lograrlo, amigo Crispín.

Entonces a Crispín se le ocurrió una idea.

-    ¡Pues claro, cómo no se me había ocurrido antes! – exclamó – Me acabas de dar una idea
-    ¿Qué se te ha ocurrido Crispín?
-    Es una locura, pero quizá de resultado. Tampoco tenemos muchas alternativas – siguió – Podemos probarlo. Escuchad.

Gundar  y Zaida siguieron atentamente las explicaciones que exponía Crispín. Inmediatamente en el castillo varios hombres se pusieron a trabajar febrilmente durante toda la noche siguiendo las instrucciones que éste les daba.


CAMPAMENTO DE GUDRUN

Una actividad frenética llenaba el campamento del rey de Gundland. Orik daba instrucciones sin cesar a los diversos jefes vikingos aliados de los invasores, mientras Gudrun observaba silencioso todas las maniobras que se desarrollaban.
Por su mente iban pasando imágenes de victoria, incluso se veía a sí mismo sentado en el trono de Thule. Hasta el momento todos sus planes habían salido a la perfección.
“Conozco todos los puntos débiles de Thule y de sus defensores. Allí donde otros han fracasado voy a vencer y demostraré a todos los pueblos del norte mi supremacía” Una sonrisa cruel se marcaba en su rostro. “Este es el comienzo del imperio más grande de todos los tiempos”


CASTILLO DE SIGRIDSHOLM

Sigrid estaba angustiada. Las noticias que llegaban de los frentes de Gundar y de Scandia no resultaban nada esperanzadoras.

-    Todavía no sabemos nada del Capitán – informó el Jarl Erik – La que posiblemente sea la batalla decisiva no ha tenido lugar aún.
-    Estoy inquieta. Desearía estar al frente de mi ejército y poder luchar junto a ellos – explicó Sigrid a Klundia, que no se separaba ni un momento de ella.
-    No os preocupéis Sigrid. Todo está en buenas manos. Os lo dice una “bruja”

Klundia no paraba de hablar. Intentaba por todos los medios de distraer a la reina de sus preocupaciones, animándola y contándole divertidas anécdotas sucedidas a causa del temor que sienten las gentes hacia ella.

-    ...y de verdad que creían que los había convertido en ranas. ¡Incluso croaban!
-    Realmente sois terrible querida Klundia. ¿Puedo preguntaros como lo  conseguís?

La hechicera miró en todas direcciones para asegurarse de que nadie las oía.

-    No hay magia – dijo en un susurro a la reina – tan solo algunos trucos de prestidigitación. La sugestión y la imaginación tienen un buen papel. La ignorancia de las gentes hace el resto.


FRENTE DE SIGRIDSHOLM

Había oscurecido, y la noche era espectralmente negra. El ejército de Thule dirigido por el Capitán Trueno había empezado a tomar posiciones en el extenso valle que se abría frente a ellos. En una pequeña tienda improvisada como cuartel general Trueno revisaba las instrucciones con los distintos capitanes que estaban a su mando, respecto a las estrategias que se debían llevar a cabo en la batalla.

-    Tradicionalmente los ataques suelen ser frontales – explicaba el Capitán – Esto da ventaja a los ejércitos numerosos, pero el número de bajas que se producen en los dos bandos es enorme, y el avance en uno u otro sentido muy lento. Yo me propongo evitar tantas víctimas como sea posible.
-    Pero Capitán Trueno – intervino uno de los capitanes a su mando – ellos son muy numerosos y parecen muy seguros de su victoria. ¿Cómo conseguiremos derrotarlos?
-    Tranquilo Olaff. Puede que podamos sacar provecho de su exceso de confianza. Por la información que disponemos siguen los modelos frontales para el ataque y uno de sus puntos débiles es que es un ejército poco disciplinado.
-    ¿Y de que modo esto nos favorece? – preguntó Olaff
-     Esperaremos el ataque frontal y fingiremos colocar todas nuestras fuerzas en columna. De hecho es lo que ellos esperaran. – Explicó Trueno señalando diversos puntos en un mapa que tenía desplegado delante suyo - Las posiciones que hemos tomado en valle se encuentran en un nivel más elevado que las del ejército de Gudrun.
-    Entiendo – dijo Olaff -  ellos van a tener que atacar cuesta arriba.
-    Exacto. Esto nos va a proporcionar una ligera ventaja, que intentaremos aprovechar al máximo. A continuación, en cuanto se haya producido el primer choque una primera oleada de caballería se abrirá por los flancos del enemigo y los cribará con sus flechas. Esto deberá permitir que nos podamos abrir por los lados y atacar cerrándonos sobre ellos como unas tenazas.
Todos los jefes y capitanes estuvieron de acuerdo con la estrategia sugerida por Trueno. Este prosiguió

-    Para que todo salga bien todos los hombres deben saber perfectamente lo que deben hacer y tenemos que actuar todos de manera coordinada. Cualquier fallo puede resultarnos fatalmente trágico.

Los jefes asintieron

-    Ahora dad las instrucciones a vuestros hombres y procurad descansar. Mañana será un día decisivo.

En cuanto acabó la reunión, Trueno se apartó del campamento. En su interior no podía evitar un sentimiento de horror ante la terrible inminencia de la batalla. ¿Cuántos hombres iban a morir a causa de la cruel ambición de un déspota con ansias de poder? Por más que lo intentaba no se le ocurría ninguna manera para evitar aquel horror. Muchos jóvenes de ambos ejércitos nunca  jamás volverían a sus hogares; valientes y bravos hombres no regresarían ni podrían abrazar de nuevo a sus esposas e hijos.
Quizás él tampoco vería nacer al suyo.
¿Hasta cuando se repetirían situaciones como aquella? Tenía que enfrentarse a un hombre cruel y sin escrúpulos a quien todos sus seguidores estaban cegados por las promesas de riquezas y sed de poder, incapaces todos ellos de pensar por sí solos.
El Capitán no acababa de comprender el porqué de toda aquella locura.
Se sentía abatido.
Lentamente regresó al campamento. Los soldados le observaban con respeto. Muchos lo saludaban. Confiaban en él. Muchos de ellos perderían la vida al día siguiente. ¿Podía evitar tanto derramamiento de sangre?
Trueno no consiguió conciliar el sueño en toda la noche.

IV



FRENTE DE SCANDIA

El día había amanecido gris en toda la isla. Grandes nubes empañaban el cielo, como si los antiguos dioses nórdicos, Thor y Odín quisieran mostrar su enojo.
En el castillo de Cunegunda reinaba una relativa tranquilidad, hasta que un grito retumbó por la muralla.

-    ¡Alerta! – gritó una voz desde las almenas - ¡El enemigo vuelve a la carga!

Los invasores acababan de reanudar el asalto al castillo. Esta vez eran más numerosos. Las pocas naves que habían conseguido escapar del estrecho del Dragón se habían unido a los asaltantes sabiendo que la guarnición del castillo estaba muy mermada.
En unos segundos los agotados hombres de Scandia ocuparon sus puestos y se prestaron a la defensa
La lucha en las almenas era feroz. Goliath luchaba como diez hombres intentando repeler el ataque, y dando ánimos sin cesar a los defensores. Sin embargo, el enemigo seguía ganando terreno, palmo a palmo.


FRENTE DE GUNDAR

A pesar de la derrota del día anterior el ejército de Gundar se disponía de nuevo a presentar batalla a los vikingos prehistóricos. No iban a entregar su posición tan fácilmente. El príncipe, tenía su última esperanza en la estratagema que Crispín había planeado, habían estado trabajando en ello toda la noche.
Los feroces vikingos prehistóricos se habían desplegado en la llanura situada frente a la costa seguros de su victoria. Hacían chocar sus armas contra los escudos para atemorizar a los sitiados y los gritos de guerra resonaban en toda la planicie.
Zaida se encontraba en el patio del castillo con sus dos hijos. Gundar estaba de pie frente a ellos.

-    Protege a nuestros hijos, Zaida. Si algo me sucediera, yo...

Zaida puso suavemente un dedo sobre los labios de Gundar.

-    Me casé con un vencedor. Lo único que lamento es no poder estar a tu lado en la batalla y luchar codo con codo los dos juntos.

Gundar abrazó a su esposa y dirigió una significativa mirada a sus pequeños. Luego dirigiéndose a sus hombres dio la orden de abrir las puertas.
Los soldados de Gundar con éste al frente se dirigieron sin vacilar hacia el enemigo.
La batalla se inició con gran estruendo.
A pesar de los denodados esfuerzos de los hombres de Gundar, los prehistóricos  iban ganando terreno y cuando parecía que serían derrotados de nuevo, una enorme masa oscura surgió del interior del castillo acompañada de unos terribles alaridos proferidos por dos enormes cuernos.
Los vikingos prehistóricos no daban crédito a sus ojos. Un enorme monstruo volador se acercaba al campo de batalla. Se trataba del globo de Morgano, al cual habían pintado unas enormes fauces que hacía más pavorosa su presencia, y daba la impresión de que un verdadero monstruo se dirigía amenazadoramente a ellos.
Desde el globo manejado con pericia por Crispín dos hombres lanzaban incesantemente flechas causando gran cantidad de bajas entre el enemigo.
El desconcierto provocado por aquella fantasmagórica aparición fue aprovechado rápidamente por los hombres de Gundar que arremetieron con redobladas fuerzas contra el enemigo.

        V


FRENTE DE SCANDIA

En el castillo de Cunegunda los invasores habían conseguido abrir una brecha en las defensas.

-    ¡Maldición! ¡Venga muchachos, tenemos que rechazarles! – gritaba Cunegunda
-    ¡Atrás mastuerzos, nadie os ha invitado a cenar esta noche! – vociferaba Goliath atacando con todas sus fuerzas a todo el que se ponía a su alcance.

Los hombres de Scandia, viendo el valor y la fuerza de Cunegunda y de Goliath, redoblaron sus esfuerzos.
En ese momento un enorme vikingo iba a golpear a Goliath por la espalda con una enorme maza. Cunegunda se dio cuenta de ello.

-    ¡Cuidado máese Goliath! -  gritó al tiempo que su hacha de guerra daba buena cuenta del atacante – por los dioses que perdéis facultades, ¿acaso os estáis haciendo viejo?
-    ¿Viejo? – gritó indignado Goliath, mientras se deshacía de un enemigo propinándole un mazazo
-    En cualquier caso te he salvado la vida “Goliathtito”. ¡Ahora sí que no podrás negarte a tomarme por esposa! ¡Ja, ja, ja!

Mientras Cunegunda decía aquellas palabras uno de los asaltantes estaba a punto de  atravesarla con su espada. Goliath, al quite, lanzó su maza evitando que Cunegunda fuera herida.

-    ¡Por el gran Batracio verde! ¡Yo también os he salvado la vuestra. Estamos en paz!



FRENTE DE SIGRIDSHOLM

Durante la noche, el ejército de Gudrun había alcanzado la entrada del valle en el que el Capitán les esperaba con sus tropas.
Finalmente los dos ejércitos se encontraban frente a frente, cada uno de ellos midiendo el potencial del contrario.
Interiormente el Capitán Trueno estaba preocupado, pero la eterna sonrisa de su rostro daba ánimos y confianza a los hombres que estaban bajo su mando y que en breves momentos iban a enfrentarse a la muerte.
Gudrun, situado en la retaguardia sonreía maliciosamente. Sabía que Trueno era un gran guerrero, pero estaba convencido de saber como vencerlo. Su plan estaba saliendo a la perfección, y el Capitán Trueno no podía sospechar la estratagema que tenía preparada.

Al despuntar el sol el Capitán Trueno, situado en  primera línea, dio la orden de avance.
Los hombres de Thule avanzaron siguiendo las instrucciones que Trueno diera en su momento. Cuando los dos ejércitos estaban a punto de encontrarse, la caballería de Thule salió desde la retaguardia y se dividió en dos, con el fin de atacar al enemigo por los flancos.
El choque fue feroz. Los gritos, lamentos, el chocar de las armas llenaba por completo el valle.
El Capitán se iba abriendo paso con intención de encontrarse frente a frente con Gudrun.
La batalla era encarnizada, ninguno de los dos ejércitos daba cuartel al enemigo. El número de bajas era enorme.
Mientras el grueso de los dos ejércitos se enfrentaba en una lucha sangrienta, un numeroso grupo de invasores que se había quedado en retaguardia y por lo tanto escondido a los ojos de Trueno y dirigido por el mismísimo Gudrun, pareció retirarse.

-    A Sigridsholm – ordenó Orik


FRENTE DE GUNDAR

La aparición del globo había atemorizado a los supersticiosos vikingos prehistóricos. Aprovechando la sorpresa y el temor que en estos despertó, los hombres de Gundar redoblaron sus esfuerzos y consiguieron hacer retroceder al enemigo.
Desde el globo, Crispín y sus dos compañeros causaban pavor entre las filas de los atacantes. Poco a poco los prehistóricos iban perdiendo terreno, y muchos de ellos huían despavoridos, aterrorizados por el “monstruo”.

-    ¡Lo estamos consiguiendo! -  gritaba entusiasmado Crispín.

En medio de la confusión Gundar se encontró frente al jefe de las tribus de los vikingos prehistóricos. Ambos se desafiaron con la mirada.
El prehistórico se abalanzó sobre él y los dos hombres se enzarzaron en un terrible duelo a muerte. Los pocos guerreros que no habían huido y continuaban ofreciendo una dura resistencia, detuvieron la contienda en cuanto se dieron cuenta del singular combate entre Gundar y su jefezuelo.
Se intercambiaron una terrible serie de golpes con sus armas buscando desarmar o herir al contrario. El prehistórico era mucho más corpulento pero Gundar resistía con gran valentía el feroz ataque de su oponente. Aparentemente parecía estar a la defensiva, cuando en realidad buscaba un punto débil por donde poder atacar con éxito. Un fuerte golpe descargado con el hacha de guerra del prehistórico, hizo perder a Gundar su escudo. Aprovechando esta circunstancia su enemigo golpeó con más fuerza y energía. En uno de los ataques que Gundar  apenas pudo esquivar, fue herido en un brazo.
El dolor era insoportable, Gundar se preguntaba si podría resistir muchos golpes como aquel.
Al ver a Gundar herido, el prehistórico se sintió seguro de su victoria, eso hizo que bajara la guardia y Gundar, a pesar de su herida, aprovechando un descuido de su contrario se empleó a fondo haciendo retroceder a su enemigo. Cogido éste por sorpresa tropezó con el cuerpo de un guerrero muerto y al caer tuvo la mala fortuna de golpearse fuertemente la cabeza quedando fuera de combate.
Los guerreros prehistóricos al ver vencido a su reyezuelo, y atemorizados por la presencia del globo, se rindieron ante las tropas del príncipe.
Desde las almenas del castillo, Zaida que no había perdido detalle del combate  se abrazó fuertemente a sus hijos.

- ¡Lo hemos conseguido!



CASTILLO DE SIGRIDSHOLM

Sigrid se encontraba en sus estancias, absorta en sus pensamientos e inquieta por no tener ninguna noticia del desarrollo de la batalla que tenía lugar en el valle. De pronto una fuerte punzada de dolor le indicó que el momento de dar a luz a su hijo había llegado.
Fue trasladada rápidamente a sus estancias y Klundia empezó a dar rápidas instrucciones a los criados que corrían desconcertados de un lado para otro.
Al instante acudieron los doctores para atender a su reina.

-    No os lo toméis a mal – dijo Klundia con autoridad – pero me basto yo sola para atender a la reina. Vais a ser mas necesarios para ocuparos de los heridos en la batalla, que pronto llegarán en grandes cantidades, que para asistir a un parto.

Ante la contundente orden de Klundia los doctores quedaron sorprendidos, pero rápidamente comprendieron que tenía toda la razón y se prepararon para atender a la gran cantidad de heridos que no tardarían en llegar al castillo, a consecuencia de los cruentos combates que se mantenían en el frente.

VI


El cielo se oscureció. Grandes nubes cubrieron el cielo presagiando tormenta.


CASTILLO DE SIGRIDSHOLM

La alarma recorrió todos los rincones del castillo, en cuanto los hombres que estaban de guardia en las almenas divisaron el numeroso grupo de enemigos que se acercaba. En aquellos momentos, aunque Trueno había dejado en Sigridsholm un nutrido grupo de soldados expertos, los defensores eran notablemente inferiores, puesto que la práctica totalidad de efectivos se encontraba en el frente.
Ante el inminente ataque los aldeanos que se habían refugiado en el castillo se sumaron a la defensa de este.

El rostro de Gudrun no escondía su satisfacción.

-    Orik, ordena que se inicie el ataque. Se encuentran a nuestra merced – y lentamente, saboreando sus palabras añadió - ¡No deis cuartel!.

Las ordenes de Gudrun fueron cumplidas de inmediato. El asalto al castillo había empezado.


FRENTE DE SIGRIDSHOLM

La batalla seguía con toda su crueldad. A pesar de que el enemigo les superaba en número, las tropas dirigidas por el Capitán resistían valientemente. La estrategia de Trueno sorprendió al ejército invasor al verse éste atacado por los flancos. Aquella circunstancia fue aprovechada por los hombres de Thule y tal como había previsto el Capitán, el hecho que los invasores tuvieran que atacar cuesta arriba les dificultaba los movimientos.
La lucha era dura. Trueno, al frente de sus hombres parecía no cansarse nunca. Evitaba ataques, daba órdenes, avanzaba abriéndose paso ante el enemigo. Su principal objetivo era encontrar a Gudrun para poder enfrentarse a él, pero parecía que la tierra se lo hubiera tragado.
En un repliegue de la dura batalla un emisario de Sigridsholm, que consiguió salir del cerco de Gudrun, consiguió acercarse hasta el Capitán.

-    ¡Capitán Trueno! – gritó para hacerse oír – ¡Por fin os encuentro. Traigo noticias del castillo!
-    ¡Habla!
-    ¡Sigridsholm está siendo asaltado por Gudrun y un copioso contingente de invasores! ¡Son muy superiores en número y las defensas del castillo no podrán resistir mucho tiempo!

Trueno se sintió desfallecer. Había menospreciado a Gudrun. Mientras el grueso de los dos ejércitos se enfrentaba a muerte en una descomunal batalla, Gudrun se iba a apoderar del castillo. ¡Y en él estaba Sigrid!
Echó un vistazo a su alrededor. Sus hombres empezaban a perder terreno a pesar de la valentía con la que luchaban. La situación no podía ser peor.
En ese instante, a lo lejos se oyó el sonido de unos potentes cuernos de guerra. Einar de Nordia se incorporaba al ataque.

El cielo de Thule se oscurecía cada vez mas.


CASTILLO DE SIGRIDSHOLM

El feroz empuje de los soldados de Gudrun y las débiles defensas del castillo, hizo que éstas sucumbieran rápidamente. Los invasores consiguieron entrar en el fácilmente. Una vez dentro encontraron una dura resistencia por parte de la guardia de Sigrid y por los campesinos que se habían sumado a los hombres del castillo en defensa de su reina y de sus libertades. Aquel hecho detuvo momentáneamente el avance de Gudrun y Orik.

En sus estancias personales, Sigrid asistida por Klundia, había empezado el parto de su hijo.

FRENTE DE SIGRIDSHOLM

La llegada de las tropas de Einar desconcertó al enemigo.
Aprovechando la confusión, Trueno se alejó del campo de batalla, después de pasar el mando a Einar. Se hizo con una montura y junto con varios jinetes se dirigió velozmente hacia el castillo con el rostro marcado por la angustia.
Cuando divisó el castillo se le encogió el corazón. El enemigo había conseguido penetrar en él.

VII


CASTILLO DE SIGRIDSHOLM

Gudrun, Orik y varios hombres se acercaban a las estancias donde se encontraba la reina, cuando un pequeño grupo de campesinos dirigidos por el Jarl Erik les cortó el paso.

-    Deteneos – gritó con voz autoritaria el Jarl.

Orik soltó una enorme risotada.

-    Vaya, parece ser que un grupo de famélicos y un anciano no nos dejan pasar.
-    ¡Apartaros idiotas! – dijo con desprecio Gudrun – ¡Dejad paso al emperador del norte, Gudrun “el grande”!
-    ¡Muy pronto te has nombrado emperador! – contestó el Jarl – ¡Todavía no has vencido!
-    ¿Y crees que tú lo vas a impedir? – Gudrun hizo un gesto.

El combate fue corto. Nada podían hacer unos campesinos contra soldados experimentados. El Jarl cayó a los pies de Gudrun. Éste lo apartó de un puntapié.

Como una exhalación Trueno consiguió penetrar en el castillo, derribando a todo aquel que  pretendía cerrarle el paso.
Los hombres que le acompañaban se habían unido a la lucha y poco a poco iban ganando posiciones.
Desesperadamente Trueno iba recorriendo el castillo gritando el nombre de Gudrun.

Un potente rayo rasgó el cielo. Al instante estalló una fuerte tormenta.
En sus estancias Sigrid gritaba a consecuencia de los dolores del parto.


FRENTE DE SIGRIDSHOLM  

Los refuerzos de Einar habían conseguido hacer retroceder al ejército invasor. Lentamente el enemigo iba perdiendo fuerzas y, al ver que sus jefes principales no se encontraban en el campo de batalla para poder dar instrucciones, el desconcierto se apoderó rápidamente de ellos, y poco a poco iban dejando las armas y se rendían.

La tormenta arreciaba cada vez con más fuerza.

VIII


CASTILLO DE SIGRIDSHOLM

En el exterior la lucha continuaba, pero la resistencia de los invasores era cada vez menor, y ésta cesó en cuanto llegaron al castillo las noticias de que las tropas de Gudrun habían sido derrotadas y se retiraban hacia sus naves.

Trueno se dirigía hacia las estancias de la reina cuando se encontró con el Jarl Eric que intentaba incorporarse a pesar de sus gravísimas heridas. Trueno se acercó prestamente hacia el.

-    Gudrun... la reina... – musitó el viejo consejero – Salvad... a la reina... Capitán ...

El Jarl Erik Cerró los ojos para siempre.
El Capitán Trueno lanzó un terrible juramento e inmediatamente se dirigió a las habitaciones personales de la reina.
Cuando llegó a la antesala se encontró con Gudrun, Orik y sus secuaces, que después de eliminar a los pocos defensores que había se disponían a entrar en las habitaciones de la reina.

-    ¡Gudrun! ¡Maldito seas mil veces! ¡Sólo sabes enfrentarte a viejos y mujeres! ¡Por fin nos vemos las caras! ¡Esta vez no conseguirás tus propósitos!

El Capitán Trueno finalmente se encontraba frente a frente con su enemigo. Trueno estaba agotado por la batalla, con las ropas hechas jirones y manchas de sangre por todas partes. Gudrun, Orik y los demás parecían estar en plena forma.

Un grito de dolor de parto se dejó oír a través de la gruesa puerta que cerraba las habitaciones de Sigrid.

Gudrun sonrió malévolamente.

-    Así que tu eres el famoso Capitán Trueno – habló Gudrun en un tono altanero y despectivo – Debí de hacer caso de tu legendaria fama de gran guerrero. He de reconocer que no esperaba que consiguieras llegar hasta aquí. Lástima que todo tu esfuerzo no sirva para gran cosa.
-    ¡Eres un miserable, Gudrun! ¡Deja de hablar y enfréntate conmigo! – gritó Trueno - ¡Te reto a un duelo singular!

Desde el exterior se oían gritos que daban a entender que los hombres de Sigrid habían ganado la batalla, y que los invasores se estaban rindiendo.
El rostro de Gudrun se torció en una terrible mueca.

-    ¡Quizás en el campo de batalla hayas vencido Capitán Trueno! ¡Es posible que jamás me siente en el trono de Thule, pero te aseguro que nunca podrás saborear este triunfo!

Los gritos de dolor de Sigrid se oían detrás de la puerta, haciendo encoger el corazón de Trueno.

-    ¡Tampoco tu hijo reinará en esta isla! – prosiguió impertérrito Gudrun – Puede que hayas destruido a mi ejército, pero yo te destruiré a ti. ¡Destruiré aquello que más amas!

Dándole la espalda al Capitán y dirigiéndose hacia la puerta de la habitación de Sigrid, Gudrun se dirigió a Orik y sus esbirros.

-    ¡Acabad con él!

El Capitán sintió que las fuerzas le abandonaban cuando los cuatro gigantes se abalanzaron sobre él.
En ese momento una flecha silbó en el aire y se clavó en el pecho del primero de los atacantes que se abalanzaba sobre Trueno.
Todos dirigieron la mirada hacia el lugar de donde había partido la flecha. Crispín con un arco en sus manos había aparecido por la puerta de la estancia, detrás suyo Goliath se abría paso.
El Capitán lanzó una exclamación de júbilo al ver aparecer a sus inseparables amigos.

-    ¡Crispín, Goliath! Pero... ¿cómo...?
-    ¿Crees que íbamos a dejar toda la diversión para ti solo? -  exclamó Goliath con su potente vozarrón – ¡Además tengo una cuenta pendiente con uno de estos señores!

Habían llegado a Sigridsholm en el globo de Morgano.
La estratagema de Crispín en la batalla contra los vikingos prehistóricos había dado el resultado esperado, y sin perder tiempo se dirigió velozmente en el globo hacia Scandia, donde finalmente Goliath y Cunegunda habían logrado vencer a los asaltantes.
Sorteando la impresionante tormenta que se desataba sobre Thule, y aprovechando los fuertes vientos que afortunadamente les eran favorables, habían conseguido llegar a Sigridsholm.

-    ¡Capitán! – gritó Crispín – ¡Ocúpate de Gudrun, que nosotros nos encargamos de estos caballeretes!

Mientras Crispín se deshacía de otro de los sicarios de Gudrun, Goliath se dirigió hacia Orik.

-    La última vez que nos vimos me quedé con las ganas de darte tu merecido – dijo Goliath.
-    ¡Maldito tuerto! – gritó Orik abalanzándose sobre el “Cascanueces” con una enorme hacha de guerra - ¡Muere!

Un nuevo grito de parto se dejó oír.

Gudrun desenvainó su espada dispuesto a enfrentarse en una lucha a muerte con el Capitán.

-    ¡Solo uno de los dos saldrá vivo de aquí! – dijo Gudrun escupiendo las palabras, y con un fiero rugido se abalanzó hacia el Capitán - ¡Te mataré!

A pesar de su agotamiento, Trueno esquivó el tremendo golpe que casi lo parte por la mitad. Los dos se atacaban enfurecidamente y los golpes resonaban por toda la estancia.

Mientras, Goliath y Orik se habían enzarzado en un terrible combate de colosos. Después de una dura lucha Goliath logró zafarse de Orik y de un terrible mazazo consiguió dejarlo fuera de combate.

Crispín tenía serias dificultades con su último oponente, pero la agilidad del joven decantó la lucha en su favor. Gracias a una rápida finta que había aprendido del Capitán logró herir a su contrincante y derrotarlo.

El Capitán y Gudrun se intercambiaban duros golpes, sin que ninguno de los dos lograra reducir a su oponente. Trueno cada vez se sentía más débil, por lo que Gudrun parecía que iba a ganar la partida.

En aquel momento varios hombres de Sigrid dirigidos por Gundar y Cunegunda llegaron donde se desarrollaba el singular combate.

 Todos los presentes seguían el combate con el corazón en un puño, pero sin atreverse a intervenir.

En un ataque de Gudrun, el Capitán resbaló con la sangre que bañaba la estancia y cayó al suelo quedando a merced de su enemigo. Aprovechando su ventaja Gudrun golpeó varias veces pero Trueno logró desviar a duras penas los tremendos golpes de su enemigo. Finalmente, con un fuerte mandoble Gudrun desarmó al Capitán.

El rostro de todos los presentes reflejaba una terrible desesperación intuyendo el terrible desenlace que iba a tener el combate.
Gudrun, con una terrible sonrisa marcada en su rostro alzó su espada para asestar al Capitán el golpe mortal.

IX


La tormenta había aumentado su intensidad.

CASTILLO DE SIGRIDSHOLM

El Capitán estaba a merced de su enemigo.

-    Adiós Capitán Trueno – susurró Gudrun mientras alzaba su espada.

En ese preciso instante, un llanto de bebé atravesó la puerta.

Al oír el sollozo, Gudrun quedó paralizado unos segundos, volvió ligeramente la cabeza hacia la puerta cerrada de las habitaciones de Sigrid.
Aprovechando aquellos segundos de desconcierto de Gudrun, el Capitán sacando fuerzas de la nada, consiguió recuperar su arma y levantándose como impulsado por un resorte se lanzó sobre Gudrun logrando atravesarlo con su espada.
Gudrun abrió los ojos, miró sorprendido la enorme herida de su pecho por la que salía la sangre a borbotones. Luego miró al Capitán.

-    No... no es posible. Yo... debía vencerte. Yo... soy... superior. Soy Gudrun “el Grande”... Yo...

Puso los ojos en blanco y cayó inerte al suelo.

El retumbar de un imponente trueno resonó por toda la isla.

Un silencio sepulcral reinaba en toda la estancia roto solamente por el ruido exterior de la lluvia. Gudrun y sus sicarios yacían en el suelo empapado de sangre. El Capitán Trueno estaba frente a la puerta de las habitaciones de Sigrid, apoyado en una rodilla y sosteniéndose con su espada. Sus amigos se habían unido a él. Todos miraban angustiados hacia la puerta, que permanecía cerrada. Nadie se atrevía a moverse.

Después de unos instantes, que parecieron horas, la puerta se abrió lentamente. Apareció Klundia.

-    Muy bien caballeros – dijo con voz serena -  La reina acaba de realizar un enorme esfuerzo y necesita un poco de descanso, así que os agradeceremos que dejéis de hacer ruido.

Todo el mundo se quedó boquiabierto.

-    Además, – dijo mirando al Capitán – creo que necesitáis un buen baño amigo Trueno ¿Qué pensará el bebé de su padre si os ve con este deplorable aspecto?

Klundia dio media vuelta y se dirigió de nuevo a las habitaciones de Sigrid. Antes de cerrar la puerta se giró.

-    Por cierto, el niño es fuerte como su padre.

X


La invasión dejó la isla prácticamente devastada. La lucha había sido terriblemente dura y cruel en todos los frentes.
Los hombres de Gundar, gracias a la estratagema de Crispín, habían logrado hacer retroceder a los prehistóricos y echarlos finalmente de la isla.
Cunegunda junto a Goliath y los hombres de Scandia, después de denodados esfuerzos consiguieron vencer a los asaltantes del castillo.
El valle, cercano a Sigridsholm, donde se había desarrollado la batalla principal, estaba cubierto de cadáveres.

Lo poco que quedaba del ejército de Gudrun, inició una rápida retirada. Nadie impidió su huida ni se ensañó con ellos.

En realidad, el único vencedor fue, la muerte.

Durante los días siguientes se dispusieron los correspondientes ritos funerarios.
Enormes embarcaciones ardían en el mar de Thule con los cuerpos de los hombres que habían luchado en la isla. No se hizo distinción de vencedores ni vencidos. A todos ellos se les rindieron los mismos honores. Habían muerto en combate con la espada en la mano. El Walhalla, les esperaba a todos.



La mayoría de los habitantes de la isla se habían congregado en la enorme planicie que se abría delante del castillo de Sigridsholm, para saludar y vitorear a sus heroicos defensores.
En el centro de la plaza se había habilitado una especie de estrado en el que se hallaban los defensores de Thule. A la izquierda Gundar, con un brazo en cabestrillo, junto a su esposa Zaida y sus dos hijos. A continuación Cunegunda de Scandia y Einar de Nordia. A la derecha estaba Klundia, la hechicera, y el consejo de ancianos de Thule.
En el centro, presidiendo el grupo, se hallaba la reina Sigrid sentada en un sencillo sitial con un bebé en brazos. De pié a su lado el Capitán Trueno y, cerrando el grupo sus dos inseparables amigos, Goliath y Crispín.

Los vítores se repartían hacia unos y otros.

La reina se levantó lentamente y puso a su hijo en manos del Capitán. Éste lo levantó en alto.

En toda la isla resonó el nombre de su futuro rey: ¡RAGNAR DE THULE, el hijo del CAPITÁN TRUENO.


CONTINUARÁ...




EPÍLOGO


En un lugar remoto de la galaxia, una enorme colisión de asteroides conmocionó el espacio. Los millares de fragmentos producidos a consecuencia del choque se dispersaron en todas direcciones.
Algunos de ellos viajaron por el espacio durante millones de años hacia el tercer planeta de un lejano sistema solar, ocasionando una espectacular lluvia de meteoritos.
Los primitivos habitantes del lugar observaron atemorizados el fenómeno, y un temor supersticioso se apoderó de ellos cuando vieron que uno de los enormes fragmentos brillaba con una luz especial.

Aquel singular fenómeno iba a tener terribles consecuencias.

¿Qué relación tendrá todo esto con El Capitán Trueno y sus amigos?

Atención al próximo relato:



“¡EL FUEGO DE LOS DIOSES!”



                                                                                            Joan Carles Franquet

                                                                                                 La Coma – Teià
                                                                                                   Estiu de 2006





¡EL FUEGO DE LOS DIOSES!


PRÓLOGO
HACE MILLONES DE AÑOS


En los más remotos confines de la galaxia, un impresionante y
maravilloso espectácul o sacudía el cosmos.
Una sobrecogedora colisión de dos enormes asteroides conmocionó el
espacio. En cuestión de segundos el tremendo choque convirtió los cuerpos
celestes en millares de fragmentos que a una velocidad vertiginosa se
dispersaron en todas direcciones hacia los más recónditos rincones del
universo.
Algunos de aquellos fragmentos iniciaron un largo y errante viaje de
varios millones de años a través del helado espacio que los llevó hasta las
proximidades del tercer planeta de un lejano sistema solar. Al llegar a las
inmediaciones del planeta fueron rápidamente atrapados por su fuerza de
gravedad.
El contacto con la atmósfera de aquel planeta azul, hizo que los
fragmentos se desintegraran prácticamente en su totalidad ocasionando una
asombrosa y, a la vez fascinante, lluvia de meteoritos. El oscuro cielo se
iluminó espectacularmente en una impresionante y maravillosa cascada de
fuego.
Los primitivos habitantes del lugar observaban atemorizados el
fenómeno, y un miedo sobrecogedor se apoderó de ellos cuando un terrible
estrépito llenó toda la región. Una cegadora llamarada seguida de un fuerte
temblor de tierra iluminó los rostros de las asustadas gent es, cuando uno de los
fragmentos se estrelló relativamente cerca de las cuevas donde se habían
refugiado.
Pasadas varias horas, los más valientes y atrevidos guerreros del clan
se aventuraron a salir de sus cobijos y se acercaron temerosamente hacia el
lugar donde había caído el bólido. Una gran humareda, mezcla de vapor y
extraños gases llenaba la zona. Cuando estuvieron cerca del lugar, un temor
supersticioso se apoder ó de ellos al observar que la misteriosa piedra caída del
cielo brillaba con una luz especial.
6
MILES DE AÑOS MÁS TARDE
Un tímido sol de otoño se deslizaba por detrás de las colinas de la comarca,
iluminando con sus últimos rayos la pequeña llanura boscosa situada a su
frente, tiñendo de rojo y amarillo los frondosos árboles que plácidamente se
desprendían de sus hojas dejándolas juguetear con el suave viento que
soplaba desde el norte anunciando la inminente llegada del invierno.
El apacible silencio reinante fue súbitamente roto por el seco ruido de unas
ramas resecas al ser pisadas.
Un hombre, jadeante, se detuvo unos instantes para recuperar el aliento. Se
apoyó en un nogal mientras contemplaba el soberbio paisaje que se mostraba
ante él. Sudaba copiosamente a pesar de que el ambiente había empezado a
refrescar y el aire que soplaba era frío.
A pesar del aspecto harapiento que presentaban sus ropas, conservaban aún
vestigios de haber sido de gran calidad. Una delgada y raída capa de arpillera
cubría sus espaldas y le protegía del fresco. Su rostro se ocultaba tras una
capucha y las viejas y gastadas sandalias que calzaba, daban muestras
evidentes de que, sin lugar a dudas, había r ecorrido a pié largas distancias.
Miró desconfiadamente a su alrededor, como si temiera ser visto por alguien.
Cogió el zurrón que llevaba y lo apr etó fuertemente sobre su pecho.
- Estoy solo – musitó para si – Nadie me sigue.
Un pequeño ruido a su izquierda hizo que el hombre se sobresaltara. Al girarse
bruscamente hacia el lugar de donde provenía el ruidillo, la capucha dejó
entrever su semblante: terribles cicatrices consecuenci a de horribles
quemaduras surcaban su rostro y una espantosa mueca se reflejaba en su
expresión.
Un conejo pasó cerca de él.
Recuperado del sobresalto el hombre se incorporó cansinamente y siguió su
camino. Sus manos llenas de espantosas úlceras agarraban con fuerza el
zurrón.
- Lo... lo conseguiré – susurraba mientras caminaba con di ficultad a través
del bosque - ... no me encontrarán... no podr án encontrarme...
El hombre visiblemente angustiado aceleró el paso, mirando incesantemente
hacia atrás.
- Debo lograrlo... – Iba repitiendo – Aquí estoy seguro,,, nadie me
encontrará...
7
Deslumbrado por los últimos rayos del sol de otoño, que incidían directamente
sobre sus ojos, dio un traspiés con unas ramas caídas y ocul tas por el follaje.
- Nadie... nadie...
Súbitamente, una sombr a apareció delante suyo.
- ¡No! ¡No te acerques! - El hombre terriblemente asustado y con
evidentes síntomas de agotamiento, cayó al suelo. Todo daba vueltas a
su alrededor.
La sombra se acercó a él.
- ¡Aparta! – Gritó el hombre intentando en vano levantarse y aferrando
fuertemente el zurrón - ¡Apártate de mi! ¡No conseguirás cogérmelo!
¡ No conseguirás arrebatarme el terrible secreto de... ¡
¡EL FUEGO DE LOS DIOSES!
8
CAPÍTULO I
¡LA DECISIÓN DE SIGRID!
En Sigridsholm, en los fríos mares del norte, Sigrid, la reina de Thule se
encontraba en sus estanci as. Había con seguido por fin, después de denodados
esfuerzos que su hijo Ragnar conciliara el sueño. Lo dejó suavemente en la
cuna contempl ando su tranquilo rostro y escuchando su rítmica respiración.
El príncipe Ragnar, hijo de la reina Sigrid y del Capitán Trueno, había nacido en
terribles circunstancias hacía apenas unos pocos meses.
Ahora dormía plácidamente aj eno a todo lo que sucedía a su alr ededor.
Sigrid suspiró. Gracias al gran esfuerzo de su pueblo, la paz había vuelto por
fin a la isla. Muchos de sus súbditos habían perdido la vida para proteger la
libertad y la independencia de Thule. El precio que habían pagado fue muy
elevado.*
El pequeño príncipe se removió en su cuna. Sigrid lo acarició tiernamente para
tranquilizarlo. En cuanto se cercioró de que el pequeño estaba profundamente
dormido salió de sus estancias e indicó a una de sus fieles sirvientas que
velara el sueño del bebé, y que la avisara inmediatamente en cuanto
despertara.
Apenas había dado unos pasos fuera de sus aposentos cuando una tímida voz
la llamó:
- ¡Majestad! Desearía poder hablar con vos unos i nstantes.
Quien así se dirigía a la reina era Cucharón, el jefe de las cocinas del castillo.
La reina se giró agradablemente sorprendida al oír la voz de su cociner o.
- ¡Cucharón! Algo grave debe suceder para que abandones tus dominios
– dijo amablemente la reina - No es habi tual hallarte lejos de las cocinas
y las despensas.
- Señora, yo... – balbuceó visiblemente incómodo el cocinero – Es que...
Sigrid se acercó a él y cogiéndole amablemente la mano le invitó a sentarse
junto a ell a.
- ¡Por Thor y Odín! He de reconocer que nunca te había vi sto tan alterado.
Realmente algo importante debe de suceder en las cocinas.
- Ciertamente señora. Sabéis que si no se tratara de un asunto de la
máxima importancia no me hubiese at revido a molestaros.
- ¡Me tienes sobre ascuas, Cucharón! ¿De qué se trata? ¿Cuál es el
problema que te tiene tan alterado?
* Estos acontecimientos se narran en el relato “ LA GUERRA DE THULE”
9
El abrumado cocinero tragó saliva e hizo un esfuerzo para contener su
agitación.
- Veréis señora... ¡Se tr ata de Goliath!
- ¿Ha vuelto a vaciar la despensa? – sonrió Sigrid
- No majestad, no se trata de eso. Estamos acostumbrados a que lo haga
a menudo, además, tenemos víveres suficientes para saciar a veinte
hombres con el apetito de ese gigante durante meses.
- Entonces no lo entiendo – inquirió la reina
- Se trata de algo mucho más grave.
- ¿Mas grave? – Sigrid empezaba a mostr arse preocupada.
- Todos conocemos a Goliath y su insaciable apetito. A menudo pone la
cocina patas arriba pero a pesar de ello lo apreciamos mucho. Reconoce
nuestro trabajo y en mas de una ocasión ha colaborado como si se
tratara de un pinche más. El problema es que últimamente... – El
hombre se detuvo unos segundos. Si grid le animó a continuar
- Hace varias semanas que Goli ath no pone los pies en las cocinas.
- ¿Cómo? – preguntó Sigrid altamente sorprendida – Pero si casi se
podría decir que vive allí.
- Tal como lo oís, mi señora – prosiguió Cucharón –. Hace semanas que
no aparece por las cocinas de Sigridsholm. Pero lo que mas nos
preocupa, es que... ¡Goli ath ha perdido el apetito!
La reina dirigió una mirada inquisitiva a su cocinero mientras este exponía sus
preocupaciones.
- Hemos preparado sus platos preferidos, pero ni siquiera así hemos
logrado que diera tan sólo un par de bocados.
Sigrid se levantó y se dirigió hacia una ventana que daba al patio de armas. Allí
un grupo de soldados de la guardia se estaban entr enando.
- Ciertamente lo que me cuentas es sorprendente – dijo seriamente Sigrid
– No es una act itud habitual en él.
- Creí que debía informaros de la situación – concluyó Cucharón.
- ¡Por supuesto!. Gracias Cucharón – respondió la dama – Procuraré
averiguar lo que le sucede a nuestro amigo. Cualquier novedad que
hubiera, no dudes en informarme de ella.
El cocinero dio efusivamente las gracias a su reina y se retiró. Sigrid quedó
pensativa. Realmente se trataba de una situaci ón inusitada.
Absorta en sus pensamientos, Sigrid siguió contemplando la escena que tenía
lugar en el patio de armas. Las voces llegaban claramente hasta ell a.
- ¡Venga, sin miedo! ¡Atacad los tres a la vez!
Abajo en el patio se hallaba el Capitán Trueno armado con un bastón de lucha,
y esperando atentamente en posi ción defensiva. Frente a él había tres jóvenes
soldados de la prestigiosa guardia del castillo, armados igual que el Capitán
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con sendos palos de combate. Formando un circulo a su alrededor se
encontraban los maestros de armas, instructores y demás soldados que en
aquel momento no estaban de ser vicio.
- ¡A qué estái s esperando! – les conminó el Capitán.
Los tres hombres cruzaron una mirada entre ellos y atacaron al unísono al
Capitán. En el mismo instante que los tres jóvenes avanzaban hacia él, el
Capitán se apartó ágilmente de un salto esquivando el golpe que descargaban
los dos primeros y haciendo girar su bastón desvi ó el del tercero.
Antes de que los tres muchachos pudieran reaccionar, Trueno giró sobre sí
mismo y agarrando su bastón por un extremo descargó un contundente golpe
que el primero de ellos apenas pudo detener, cayendo éste al suelo medio
aturdido.
- ¡Tenéis que aprender que esto que lleváis en las manos no se trata de
una muleta! – Espetó burlonamente el Capitán, a la vez que hacía girar
amenazadoramente su bastón - ¡Debéis usarlo con fuerza y
contundencia! ¡Sin miedo! De ello pueden depender vuestras vidas.
Los dos hombres que quedaban en pié atacaron de nuevo, pero Trueno
haciéndose a un lado esquivó los embates y a su vez golpeó con fuerza la
espalda de uno de ellos dejándolo fuera de combate. Colocándose de nuevo
frente al tercer adversario el Capitán empezó a girar lentamente a su alrededor
dirigiéndole una mirada desafiante. Haciendo una finta consiguió que su
contrario bajara la guardia , hecho que aprovechó el Capitán para descargar la
punta de su bast ón hacia el estómago de su oponente.
- ¡Bien! ¡Ya habéis visto como se usa esto! – dijo el Capitán dirigiéndose a
los soldados de la guardia que habían contempl ado el combate. - ¡Algún
otro voluntario para una nueva lección?
- Gracias Capitán Trueno, pero el entrenamiento ha concluido por hoy –
Intervino el maestro de armas manifiestamente enoj ado.
- Pero... – empezó a protestar el Capitán.
- Si continuamos con los ejercicios tendré mas hombres en la enfermería
que en el cuerpo de guardia – atajó el instructor – Estos muchachos
deben descansar y recuperar fuerzas. Mañana deben seguir con su duro
entrenamiento. Gracias de todos modos por vuestros valiosos consejos
Capitán.
Los tres muchachos que se habían enfrentado al Capitán se levantaron del
suelo, magullados y doloridos, dirigiéndole una recelosa mirada, mientras que
el resto de los hombres que habían presenciado el combate susurraban entre
ellos en voz baja.
Después de observar con todo detalle aquellos acontecimientos, Sigrid quedó
pensativa. La había sorprendido en gran manera la dura actitud del Capitán
enfrentándose a aquellos tres muchachos. No era un comportamiento habitual
en él.
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Los pasos llevaron a Sigrid hasta la biblioteca. Antiguos pergaminos
manuscritos procedentes de los lugares más recónditos del mundo entonces
conocido, fruto de una ingente labor recopilatoria, formaban parte del tesoro
más preciado del castillo. Cuando entró en ella la sorprendió el terrible
desorden que había en su interior.
- ¿Quién anda por ahí? – La voz surgía por detrás de unos legajos – ¡Ya
tengo bastante trabajo para ordenar todo este caos como para que
vengáis a importunarme! ¡Maldita sea!
- Ruego que disculpéis mi intromisión, Leif. – dijo Sigrid, algo abrumada
por la reacción del encargado de la biblioteca.
- ¡Oh! ¡Sois vos, majestad! Mil disculpas, yo... – El bibliotecario estaba
terriblemente consternado – ¡Debéis perdonar este terri ble desbarajuste!
- ¿Qué ha sucedido aquí? – inquirió la reina – Parece que haya pasado
un ejército de vikingos “prehistóricos”.
- Veréis señora – balbució el hombrecillo – se trata del caballero Crispín.
La dama abrió los ojos.
- Acostumbra a venir a menudo, – prosiguió Leif – y suele pasar largas
horas leyendo todo lo que cae en sus manos.
Mientras Leif daba las explicaciones a su reina, iba ordenando los legajos y
pergaminos que estaban esp arcidos por la estancia.
- Ayer... – el hombrecillo abrió los brazos como si quisiera abarcar el
desorden reinante - ...el caballero Crispín llegó como de costumbre, por
la mañana muy temprano. Empezó a buscar desesperadamente y a
revolverlo todo, sin orden ni concierto. Parecía estar muy excitado. Me
acerqué a él para preguntarle qué es lo que buscaba con tant o afán. Sus
ojos estaban húmedos, como si hubiera llorado. Me miró fijamente, se
disculpó atropelladamente e inmediatamente se marchó dejando todo
este caos. Debéis disculparme, señora, mañana estará de nuevo todo
colocado en su sitio.
La reina tranquilizó al abrumado bibliotecario, y salió de la estancia. No dejaba
de pensar en la extraña actitud que sus amigos mostraban últimamente.
- No hace falta ser ninguna bruja ni tener extraños poderes para adivinar
que estáis seriamente preocupada
Sigrid se giró hacia el lugar de donde provenía la voz. Se trataba de Klundia. La
vieja amiga de nuestros héroes se encontraba en el castillo ocupándose del
príncipe Ragnar cuando Sigrid tenía que atender los pesados asuntos de
estado. La “hechicera” se acercó a la reina.
- ¡Klundia, vieja amiga! Parece ser que sois capaz de leer mis
pensamientos.
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- Ya sabéis que tengo grandes poderes – comentó divertida – También
“leo” que la causa principal de esta preocupación radica en vuestro
amado Capitán Trueno y sus dos compañer os. ¿No es así?
- No os equivocáis – respondió Sigrid – Hace días que noto en ellos un
extraño comportamiento y no soy capaz de ver el motivo por más que
pienso en ello.
- Disculpad bella Sigrid – dijo muy seriamente Klundia – Como reina de
Thule tenéis una gran visión para los asuntos de estado, sin embargo
como esposa y amiga no veis lo que sucede más allá de vuestra nariz.
Acompañadme.
Klundia agarró a Sigrid de la mano y sin decir nada la llevó a las estancias
superiores desde donde se di visaban las almenas de aquell a parte del castillo.
- Observad – indicó Klundia alargando el brazo hacia una almena en la
que se distinguían dos figuras que miraban a lo lejos, hacia la entrada
del fiordo en el que se elevaba el castillo.
- Son Goliath y Crispín – La reina reconoció a sus dos buenos ami gos.
En aquel momento se unió a los dos compañeros una tercera persona: el
Capitán Trueno.
- Hace ya tiempo que la paz y la tranquilidad reinan de nuevo en Thule.
Vuestro compañero y sus amigos no están hechos par a este tipo de vi da
plácida y tranquila. Llevan demasiado tiempo inactivos, y si bien es
cierto que les gusta pasar temporadas aquí en Si gridsholm, no es menos
cierto que son hombres de acción, necesitan moverse, ayudar a aquellos
que lo necesitan, tienen sed de aventuras. Estar aquí, para ellos, es
como estar encerrados en una jaula de oro. El Capitán se siente con la
obligación de estar a vuestro lado para cuidar de Ragnar, vuestro hijo,
pero la inactividad hace que su amable carácter sea cada vez más duro
y agrio. A sus compañeros nunca se les ocurrirá dejarle solo y la
nostalgia lleva a Goliath a perder el apetito, o al joven Crispín ser víctima
de un arrebato incontrolable.
- Entiendo – respondió Sigrid visiblemente apesadumbrada - ¿Pero, qué
puedo hacer?
- Ayudarles a tomar la decisión que ellos no se atreven – contestó
Klundia, dejando sola a Sigrid contemplando las tres figuras que oteaban
el horizonte.
Al día siguiente Sigrid hizo llamar al Capitán para que se presentara en la
sala de consejos.
- Quiero que me acompañes hasta el embarcadero – dijo Sigrid a su
amado en cuanto este se presentó – Deseo enseñarte algo y pedirte un
pequeño favor
- Sólo tienes que pedirlo. Ya sabes que siempre estoy dispuesto a
servirte. – comentó Trueno cogiendo el brazo de la reina.
13
- Ayer en el consejo me informaron que nuestros ingenieros tienen
algunos problemas en la construcción de un dique en la aldea de
Olafson – empezó a explicar Sigrid mientras se dirigían al embarcadero
– y están preocupados por la cercanía del otoño y las lluvias. Después
de valorarlo largo rato los miembros del consejo resolvieron que
deberíamos pedir ayuda a alguien capaz de resolver este tipo de
situaciones.
- Creo que es una decisión acertada, aunque no veo qué relación tiene
conmigo. No soy muy buen i ngeniero.
- Necesitamos alguien muy experimentado – respondió su amada – y sólo
conozco una persona que pueda resolver este tipo de problemas y así
ayudar a nuestros ingenieros. El problema es que se encuentra un poco
lejos de Thule.
En ese momento llegaron al muelle. Delante de ellos destacaba la silueta de un
soberbio drakkar.
- Debo pedirte que vayas en busca de esa persona; es alguien a quien tu
conoces muy bien. Se trata de Morgano, el “mago”. Recuerdo que nos
ayudó mucho en la construcción de una barrera para detener los
enormes icebergs que año tras año asolaban la isla de Dragondrag.
- ¡Morgano! – El Capitán estaba agradablemente sorprendido.
- Aquí tienes – Sigrid señaló el imponente drakkar que se encontraba ante
ellos – El “Thorwald II” He ordenado que esté listo para zarpar en cuanto
des la orden.
Trueno subió a bordo de un salto. Recorrió la cubierta, comprobó todos los
cordajes. Su cara estaba iluminada.
- Parece una nave sólida y rápida – comentó alegre el Capitán sujetando
la barra del timón - ¡Y fácil de manejar! ¡Cuando se lo diga a Crispín y a
Goliath no se lo van a cr eer.
La mirada del caballero se cruzó con la de Sigrid. El Capitán abandonó l a nave
y se acercó hasta su amada.
- Sigrid, ¿seguro que nuestros ingenieros tienen algún problema? – dijo el
Capitán mirando a los ojos a su amada.
La reina bajó la mirada y sonrió.
- ¿Por qué? Nuestro hi jo...
- ¡Nuestro hijo está en buenas manos! – contestó Sigrid contundente – ¿O
acaso crees que er es el único que puede cuidar de él? ¡Si apenas sabes
cambiarle los pañales!
Los dos amantes r ieron de buena gana. Tr ueno cogió a Sigrid y se fundieron en
un tierno abrazo.
14
- ¡Cucharón! ¿Dónde te has metido? – el vozarrón de Goliath retumbaba
por toda la cocina - ¿Dónde te escondes pedazo de apr endiz de pinche?
- ¡Maese Goliath! ¿Qué sucede? – dijo tímidamente el cocinero
apareciendo de detrás de unas marmitas
- ¡Por el gran batracio verde! ¡Tengo hambre! ¿Te parece poca cosa? –
comentó el gigantón agarrando un pedazo de pastel de carne que
estaba enci ma de una de las mesas.
Cucharón parapetado detrás de las marmitas sonrió satisfactoriamente: Goliath
volvía a ser el de siempre.
- En su castillo el amigo Morgano tiene infinidad de manuscritos de gran
antigüedad – explicaba Crispín a Leif – Le pediré algunos para traer a
Sigridsholm
Al cabo de unos días, un altivo drakkar abandonaba el embarcadero de
Sigridsholm. Se trataba del “Thorwald II”. A bordo se encontraban el Capitán
Trueno, Goliath y Crispín, que partían en busca de aventur as.
En el muelle estaba Sigrid junto a su pequeño hijo Ragnar. Miró al bebé que
sonrió al reconocer el rostro de su madre.
- Adiós amor – susurró Sigrid – Tu hijo y yo esperaremos que regreses
pronto.
El viento soplaba con fuerza y el drakkar pronto se perdi ó en la lejanía.
15
CAPÍTULO II
¡ASALTO NOCTURNO!
Un majestuoso y poder oso drakkar surcaba veloz los mares del Norte.
- Si el viento sigue soplando en esta dirección, alcanzaremos la costa en
un par de jornadas.
El Capitán Trueno estaba en la popa del hermoso bajel dirigiendo
personalmente el timón de la nave. Goliath y Crispín ayudaban a la escogida
tripulación en las distintas tareas de a bordo.
Habían partido de Thule hacía escasamente una semana, y por encargo de
Sigrid se dirigían a visitar al “mago” Morgano para pedirle consejo respecto
unos trabajos de ingeni ería.
La intención de los viajeros era desembarcar en algún punto del norte del
continente y segui r a caballo hasta el castillo de su viejo amigo.
- Ardo en deseos de vol ver a ver a nuestro amigo – comentó el Capitán.
- Hace mucho tiempo que no lo visitamos – terció Crispín - Seguro que
tiene un montón de cosas para contar nos.
- Confío en que su despensa esté bien surtida – continuó Goliath – se me
hace la boca agua sólo de pensar en los suculentos embutidos que
suele tener.
- ¡Tu siempre a lo tuyo! – rió Crispín.
El buen humor reinaba a bordo. Los tres amigos se sentían felices aunque a
ratos el Capitán Trueno se mostraba taciturno pensando en Sigrid y en su hijo
Ragnar.
El viaje transcurrió sin ningún contratiempo, y a los pocos días divisaron las
costas del norte de Bretaña donde desembarcaron los tres compañeros. Allí se
procuraron sendas monturas en las que continuaron su camino hacia el sur, en
dirección a la morada de Morgano.
El viaje fue plácido. De vez en cuando se detenían en alguna aldea para
reponer provisiones y a las pocas semanas divisaron la inconfundible silueta
del castillo de Morgano.
El encuentro fue altamente emotivo.
- ¡Capitán! ¡Goliath! ¡Crispín! ¡Amigos míos! – gritó alborozado el “mago”
que esperaba a sus visitantes en la entrada de su morada. - ¡No sabéis
las ganas que tení a de abrazaros!
- ¡Y nosotros de estrecharte! – respondió el Capitán expresando una
incontenible alegría de poder saludar a su viejo amigo y maestro.
- Las últimas noticias que llegaron de Thule no hacían presagiar nada
bueno, sin embargo viéndoos aquí a los tres, creo que mis temores eran
totalmente infundados.
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- Unos caballeretes se atrevieron a molestarnos un poquito – contó
Goliath - ¡No sabían a quién se enfrentaban! ¡Ejercicio para abrir el
apetito!
- Me alegra ver que sigues siendo el mismo Goliath de siempre.
- Por cierto, ¿dónde está tu bella hija Grune? – preguntó Crispín mirando
a su alrededor.
- Debéis disculparla – respondió Morgano – Se ha empeñado en dirigir
personalmente los últimos preparativos para la fiesta de esta noche.
- ¡Una fiesta! ¡Esto significa a comida! - exclamó Goliath sin disimular su
contento.
La noticia de la llegada de nuestros héroes les había precedido, y la nueva
corrió rápidamente por todas las aldeas de alrededor.
Los lugareños todavía recordaban que, gracias al Capitán y sus amigos se
libraron de la tiranía de Manfredo el Negro y el Barón de Morbis1. Tampoco
habían olvidado la titánica lucha que habí an mantenido contra el terrible ejército
de hierro2.
Decenas de personas se habían congregado al anochecer delante de la
explanada del castillo de Morgano. Grandes hogueras asaban magníficos
venados que hacían las delicias del insaciable Goliath ante los atónitos ojos de
los presentes.
Crispín rodeado de varias jovencitas, contaba sus extraordinarias aventuras
dejándolas encandiladas.
- Debo daros las gracias por tan magnífico recibimiento, aunque no creo
que merezcamos tantos honores – comentó el Capitán que se hallaba
junto a Morgano y Grune.
- Estas gentes son sencillas y humildes – dijo Morgano – y están
contentos por vuestra llegada. Además, cualquier acontecimiento por
pequeño que sea les sirve de excusa para organizar una fiesta. A mi,
me gusta.
- Además – intervino Grune - también nosotros queríamos celebrar el
nacimiento de Ragnar.
En aquel momento una gran algarabía interrumpió la conversación de Trueno.
Uno de los aldeanos se subió a una especie de tarima que habían colocado en
un lugar destacado.
- ¡Atención amigos! ¡Para celebrar la presencia entre nosotros del Capitán
Trueno y sus compañeros, ha venido de las lejanas tierras occitanas el
célebre juglar Ebravor, para recitar sus famosos romances en honor a
nuestros héroes!
Los aplausos llenaron el recinto mientras el prestigioso maestro juglar entonaba
los primeros versos de un romance que había compuesto contando las
innumerables hazañas del Capitán y de sus amigos:
1 Esta aventura se narra en los cuadernillos de la colección original núms. 10, 11, 12, y 13. El
guión corresponde a Víctor Mora y los dibujos a Ambrós.
2 Aventura correspondiente a los núms.437, 438, 439, 440, 441 y 442 de los cuadernillos
originales, con guión de Víctor Mora y dibujos de Ángel Pardo.
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A caballo un capitán
galopa por las Españas,
Catalunyas e Castiel las...
¡Brama el trueno! ¡Fulge el rayo!
y azota la Tramontana
las cumbres del Ampurdán.
De noble cuna y gall ardo,
en noche vacía de estr ellas,
hacia Al –Andalus irá
al encuentro del Islam.
Dejó su feudo y hogar
y a su hermano en heredad;
pues es justo caballero
que ama más la libertad,
la justicia y la verdad
que poderes y dineros.
Este paladín sin nombre,
al que quiso renunciar
por partir a las Cruzadas,
no es un dios, es sólo un hombre;
mas... como pocos audaz
y bizarro con la espada.
Galopando, gal opando
en la noche como el viento,
su nombre se va for jando
bajo el retumbo del trueno.
Y dirá a quienes encuentre
en su azaroso camino:
«me llaman Capitán Trueno»...
Y así será conocido
por los tiempos de los tiempos.
...
Discretamente apartados de la fiesta, tres misteriosos personajes a los que
nadie había prestado atención, contemplaban distantes los festejos. Vestían
ropas oscuras y una amplia capa negra caía sobre sus espaldas. Iban armados
con espada y daga y se c ubrían el rostro con una capucha.
Uno de ellos se dirigió al que parecía mandar el grupo.
- ¿Crees que hemos el egido bien el momento, Soran?
- He de confesar que no esperaba esta situación - respondió en voz baja
el llamado Soran – Sin embargo creo que podemos aprovecharla a
nuestro favor.
- No se me ocurre de que maner a – dijo el otro encapuchado
- Esta noche cuando acabe la fiesta, todo el mundo estará cansado y la
escasa guardia del castillo estará adormilada y confiada. La llegada de
estos forasteros, favorece en cierto modo nuestr os planes.
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- Pero amo, esos tres forasteros parecen fuertes y aguerridos – balbució
uno de los sicarios de Soran – Ya has oído lo que ese juglar cuenta de
ellos.
Agarrando fuertemente del pecho a su esbirro, Soran le dirigió una fulminante
mirada.
- Las gentes de la farándula exageran siempre. Si tienes miedo de un
gordinflón tuerto, de un muchacho y de un caballero presumido, mas te
vale que te marches ahora.
- ¡No, no! No tengo miedo señor.
- En cualquier caso, si estos individuos nos crean algún problema,
sabremos encargarnos cumplidamente de el los – concluyó Soran.
Los festejos duraron hasta entrada la noche. Poco a poco todo el mundo se fue
retirando a sus moradas. El Capitán y sus compañeros, alojados en el castillo
de su anfitrión se dejaron vencer rápidamente por un sueño reparador.
Aún faltaban unas horas para el amanecer. El silencio reinaba en todo el lugar,
cuando tres jinetes embozados se acercaron sigilosamente hasta las
proximidades del castillo de Morgano. Lentamente y sin hacer ningún ruido
desmontaron de sus cor celes.
- Dejaremos aquí las monturas – dijo Soran – están protegidas de
cualquier mirada y suficientemente cerca del castillo. Ahora debemos
acercarnos con sigilo. No creo que Morgano haya dejado mas centinelas
de lo habitual a pesar de la llegada de estos forasteros. En cualquier
caso creo que su presencia hará que todo el mundo esté más confiado.
¡Vamos!
Protegidos por las sombras de la noche y ataviados con sus capas negras, los
tres hombres se acercaron hasta la base de las murallas del castillo sin ser
vistos. Tal como había supuesto Soran, la escasa guardia que había dispuesto
Morgano estaba conf iada y medio adormilada.
Uno de los hombres de Soran lanzó una cuerda, a la que habían provisto de un
garfio en un extremo, hacia la pared exterior. Al segundo intento el garfio se
aferró firmemente.
Acto seguido los tres misteriosos personajes treparon con inusitada agilidad a
lo alto de la muralla hasta llegar al camino de ronda, parapetándose con gran
rapidez en el flanco de una gar ita vacía.
- ¡Silencio! Nadie parece haberse dado cuenta de nuestra llegada.
Con gran cuidado Soran examinó el camino. Al fondo de donde se encontraba,
guardando una puerta que parecía llevar a las estancias interiores del castillo,
había un centinela. Estaba medi o dormido y apoyado en la pared.
Soran hizo un significativo gesto a uno de sus esbirros, el cual reptando
cautelosamente al amparo de las sombras llegó hasta donde estaba el
vigilante. Con increíble rapidez se abalanzó sobre este. El fugaz brillo de la
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hoja de una daga y un grito ahogado dieron a entender que el camino estaba
libre.
- Buen trabajo. No creo que encontremos ningún otro obstáculo – musitó
Soran, apartando con un pi é el cadáver del confiado centinela.
Penetraron en el interior del castillo sin ningún contratiempo. A aquellas horas
tanto los pasi llos como las diferentes estanci as estaban pobremente i luminadas
y desiertas. Los habitantes del castillo dormían tranquilamente.
En poco tiempo llegaron hasta una estancia que hacía las veces de repartidor.
Soran estudió inquisitivamente en todas direcciones y con un gesto indicó a
uno de sus hombr es que se agazapar a a la entrada del mismo.
- Por allí están los dormitorios – dijo señalando uno de los pasillos – Si se
acerca alguien, no dudes en utilizar tus habilidades para silenciarlo.
- Como ordenes , amo – respondió el hombre.
- La biblioteca debe estar en esa dirección – continuó Soran indicando
con el brazo hacia un corto pasadizo al final del cual se adivinaba una
puerta entreabierta – ¡No podemos per der tiempo!
En los dormitorios, no todo el mundo descansaba plácidamente. El fortachón
de Goliat hacía rato que se removía inquieto en su cama. Finalmente se
despertó.
- ¡Por el gran batracio verde! Ese último venado estaba bien sazonado.
Me ha producido una sed ter rible
Levantándose pesadamente de la cama, Goliat se encaminó hacia un pequeño
mueble situado en el extremo de su habitación, y en el que había una jarra de
agua. Sació su sed, y ant es de volver a acostarse decidió salir a que le diera un
poco el aire.
- Creo que esta vez he abusado un poco de la comi da. Algo de aire fresco
me sentará bien.
Salió de la habitación y enfiló hacia el repartidor. De lejos le pareció ver una
tenue luz que parpadeaba.
- Debe tratarse de Morgano – pensó el tragaldabas – Cuando está
enfrascado en alguno de sus trabajos el tiempo se detiene para él, y
puede pasar hasta el amanecer en su estudio sin enterarse de nada de
lo que sucede a su alrededor.
Al cruzar el umbral del repartidor, una silueta se abalanzó hacia Goliat por su
espalda. El gigantón, aunque adormilado, reaccionó con inusitada rapidez
deteniendo el mortal golpe que le iba a asestar su asaltante. Girando sobre sus
pies lo agarró con fuerza, lo elevó por encima de la cabeza y lo lanzó al suelo,
dejando al misterioso intruso sin sentido y fuera de combate.
- ¡Alerta Capitán! ¡Crispín! ¡Hay intrusos en el castillo! - vociferó Goliat.
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- ¡Maldición! ¡Nos han descubierto! – masculló Soran mientras revolvía
precipitadamente los legajos de la biblioteca.
- ¿Qué hacemos ahor a, señor? – Preguntó el esbirro que lo acompañaba
- Encárgate tu de que nadie llegue hasta aquí. ¡No deben pasar! –
respondió Soran sin dejar de revolver la biblioteca con desmesurado
afán.
Entretanto los gritos de Goliat pusieron en guardia al Capitán y a Crispín, que
dormían en sendos aposentos cercanos al de su amigo. En un instante se
personaron donde estaba el gi gantón.
- ¿Qué sucede ami go? – inquirió el Capitán Trueno
- No habrá sido un sueño provocado por la indigestión ¿Verdad? – dijo
Crispín acompañando sus palabras de un gr an bostezo.
- Esta vez te equivocas muchacho – respondió Goliat señalando a su
asaltante que yacía inconsciente en el suelo – Ese individuo ha
intentado atacarme a traición, y no se trata de ninguno de los sirvientes
del castillo.
El Capitán se agachó par a examinar al hombre
- Es extraño. Nunca lo había visto por aquí. Quizás se trate de algún
ladronzuelo.
En ese instante Soran exclamó un grito de júbilo cuando pareció encontrar lo
que con tanto afán estaba buscando.
- ¡Aquí está! – voceó alzando lo que parecían unos viejos pergaminos -
¡Por fin lo tengo! ¡Ahora debemos salir de aquí antes de que lleguen
estos mastuer zos! ¡Cúbreme la retirada!
La exclamación de Soran puso en guardia al Capitán que se percató en aquel
momento de l a débil luz que provenía de la biblioteca.
- ¡A la biblioteca! – dijo a sus amigos saltando como impulsado por un
resorte hacia el final del pasillo.
En el instante en que llegaba el Capitán, el esbirro de Soran que le cubría la
retirada se abalanzó sobr e nuestro amigo, atacándol o con la espada.
Trueno desvió el golpe, y mientras se enzarzaba en duelo con el intruso, Soran
aprovechó la sorpresa para escapar de la estancia y dirigirse hacia las
almenas.
- ¡Crispín! - Gritó el Capitán dirigiéndose al muchacho al percatarse que el
intruso intentaba huir - ¡Que no escape!
El joven corrió ágilmente tras él. Mientras, el duelo del Capitán con su
contrincante seguía. El intruso se puso en guardia y atacó de nuevo al Capitán
saltando hacia delante.
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Sin retroceder, aguantando el ataque el Capitán desvió el golpe y contraatacó a
su oponente con tal energía que le obligó a retroceder. Sin embargo éste no se
amilanó y devolvía los golpes con fiera violencia.
- ¡Caramba, veo que eres un excelente espadachín! – exclamó Trueno -
¡Aunque de poco t e va a servir! ¡Esto no es ningún juego!
El intruso, vociferó una furiosa exclamación y se tiró a fondo. La espada del
Capitán brilló por debajo del pecho de su rival.
El enemigo lanzó una exclamación de dolor. El arma del Capitán le había
penetrado en el pecho, aunque no profundamente. Se desplomó en el suelo.
- ¡Acaba conmigo! ¡Mi vida te pertenece! – dijo mientras con una mano
intentaba detener la hemorragia que le había producido la herida
- El Capitán Trueno no mata a los vencidos – repuso tranquilamente el
paladín – Tu herida no es muy grave. La curaremos, y luego te
entregaremos a la justicia junto con tu compañer o.
Crispín, que había salido en persecución de Soran, regresaba en aquel
momento.
- ¿Qué ha sucedido muchacho? – interrogó Goliath – ¡Parece que te haya
pasado por encima todo un ejército!
- Ese individuo ha logrado huir – respondió consternado el joven – Casi lo
había alcanzado cuando me lanzó un cuchillo. Al intentar esquivarlo he
dado un traspiés y he caído por la escalera. Cuando he logrado
reponerme y proseguir su persecución, éste había llegado ya a las
murallas y conseguido bajar con ayuda de una cuerda. El ruido de los
cascos de caballos me han indicado que había conseguido huir. Estaba
demasiado oscuro para ver qué dirección ha tomado.
- No te preocupes muchacho – lo calmó el Capitán apoyando la mano en
su hombro – En cuanto amanezca podremos ver las huellas de su
caballo, además, estos dos caballeros nos podrán contar un montón de
cosas interesantes – añadió señalando a los dos asaltantes que habían
podido detener.
Entretanto, Morgano y su hija Grune habían llegado hasta la entrada de la
biblioteca. La escena que se mostraba ante sus ojos no dejaba lugar a dudas
de que había si do escenario de un combate.
- ¡Oh Capitán! ¿Qué ha sucedido? – dijo Grune angustiada - ¿Estáis
todos bien?
- No te preocupes por nosotros. Estamos bien – respondió
tranquilizadoramente el Capitán - Ahora lo mas importante es averiguar
que interés tenían esos caball eros en la biblioteca de tu padre.
El “mago” había entrado en ella. Una terrible desazón se apoderó de él cuando
vio el estado de desorden que había.
22
- Tardaré semanas en volver a clasificarlo todo – se lamentaba mientras
con las manos abiertas señalaba el caos en que Soran había sumido
aquella estancia.
- Eso no debe de preocuparte amigo – dijo Crispín – aquí estamos
nosotros para echarte una mano.
- Crispín tiene razón – confirmó el Capitán apoyando una mano en el
hombro de Morgano para reconfortar a su abatido amigo – Puedes
contar con nuestra ayuda. Sin embargo hay algo que me preocupa más
que este desorden. Debemos aver iguar qué buscaban est os individuos.
- No lo entiendo,. – continuó Morgano – es bien sabido que todo aquel
que desea algo de mi biblioteca, solo tiene que pedirlo. Nunca he
negado a nadie la posibilidad de aprender. Siempre he creído que el
saber debe de estar al alcance de todo el mundo.
- Quizás alguno de vuestros experimentos – intervino Goliath – haya
podido despertar la curiosidad o la codicia de algún desalmado y este
sea el motivo de este desbarajuste
- No lo creo. Últimamente no estoy trabajando en nada concreto. Y mis
experimentos no los guar do en la...
Morgano no acabó la frase.
- ¡No es posi ble! – exclamó palideciendo.
Se levantó y se dirigió decidido hacia uno de los estantes que aparecía
completamente revuelto. Morgano buscó y rebuscó entre los distintos legajos y
libros que estaban desparramados. Sus manos encontraron un pequeño cofre
abierto. Dejándose caer en una silla el viejo “mago” hundió el rostro entre sus
manos.
- ¡Dios mío! ¡Es terrible! – musitó - ¡Terrible!
Lejos del castillo de Morgano, y seguro de que nadie lo seguía, Soran detuvo
su caballo.
- ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Lo tengo! ¡Por fin es mío! – exclamaba – Ahora ya nada
puede detenerme.
Lanzando una sonor a carcajada, Soran espoleó a su cor cel y desapareció en la
oscuridad.
23
CAPÍTULO III
¡FUEGO MORTAL!
La biblioteca presentaba un aspecto desolador. Los libros, legajos y
pergaminos estaban desparramados por toda la estancia. Morgano se había
sentado frente a todo aquel estropicio contemplando con el rostro
ensombrecido el desorden imperante.
- Jamás creí que esto llegaría a suceder – comentó el “mago”
visiblemente preocupado – He sido demasiado ingenuo e imprudente.
Grune se sentó junto a su padre y le posó un brazo por encima del hombro
para confortarle.
- He de confesar que nos tienes sobre ascuas – intervino el Capitán
Trueno – Por lo visto no se trata del desorden lo que te produce tal
desazón, ni siquiera que unos intrusos hayan penetrado en el castillo.
Creo que tu preocupación es por algo que parece ser se han llevado.
- Efectivamente amigos. ¡Y se trata de algo terrible! – Señalando unos
bancos que había cerca de él, Morgano invitó a los tres compañeros a
que se acomodaran en ellos – Preparaos para oír una histori a realmente
increíble.
Los tres camaradas acercaron los bancos que indicara Morgano, e
instalándose en ellos se dispusieron a escuchar su relato.
- Cuando quieras amigo, estamos dispuestos a escucharte – dijo Crispín,
invitando a su anfitrión a iniciar su historia.
- Veréis, hace aproximadamente un año – explicó Morgano – a principios
de otoño, regresaba de visitar al marques de Inmenthal, del cual soy
vasallo. Cuando cruzaba uno de los bosques que lindan con mis tierras,
advertí que frente a mí, a cierta distancia, había un hombre que se
tambaleaba dando t rompicones. Sin pensarlo dos veces me acerqué a él
para ayudarlo. Mi repentina aparición lo asustó y dando un traspié cayó
al suelo. Estaba tiritando y par ecía ser víctima de unas fuer tes fiebres. Al
acercarme para socorrerlo, observé que estaba atemorizado, me miró
con recelo, balbució unas palabras incomprensibles y perdió el
conocimiento. Me las apañé como pude para acomodarlo
provisionalmente y afortunadamente con la ayuda de unos leñadores
conseguí llevar a ese hombre hasta una aldea próxima donde pude
ocuparme de él y atenderl o en mejores condiciones.
>> Durante un par de días estuvo delirando a consecuenci a de la fiebre.
Decía frases inconexas que supuse eran fruto del desvarío provocado
por la calentura. Cuando mejoró un poco y recobró el conocimiento se
mostró terriblemente asustado. Me costó bastante trabajo convencerlo
24
que se encontraba entre gente de bien y que nadie quería hacerle daño.
Al cabo de unos días, en cuanto tuvo la certeza de que estaba entre
amigos me contó un ter rible secreto.
Morgano suspiró fuertemente. El Capitán Trueno, Goliath y Crispín estaban
expectantes ante las palabras de su amigo. El “mago” tomó aliento y prosiguió
su relato.
- Me explicó que venía huyendo de un lugar muy lejano, donde había
descubierto el lugar secreto de un arma terrorífica. Según sus palabras
afirmaba haber encontrado nada más ni nada menos que el paradero
donde se halla escondida la mayor cantidad de oricalcio que se conoce.
- ¿Oriqué? – preguntó Crispín
- Oricalcio. Oricalcium, en la lengua que habl aban los romanos.
- Y eso, ¿qué es? – inquirió Goliat
- El oricalcio – prosiguió Morgano – es una extraña sustancia con un
increíble poder destructivo, mil veces superior a ese polvillo negro que
fabrican los habitantes de Catay.
- He oído hablar alguna vez de esa materia – intervino el Capitán – pero
siempre he considerado que se trataba de una leyenda fantástica
originada por la fantasía de las gentes.
- Yo también lo creí siempre así – afirmó Morgano – Pero aquel hombre
llevaba consigo unos legajos, mapas con detalladas indicaciones, que
señalaban minuciosamente la ruta para llegar hasta este fantástico
mineral. ¡Se trata de los documentos que los intrusos han robado esta
noche!
- ¿Un mapa para llegar hasta las minas de ori calcio? – preguntó Goli ath
- No, amigo Goliath – repuso el “mago” – no existen minas de oricalcio.
Según las leyendas este mineral “cayó” del cielo y desde antiguo las
distintas civilizaciones y pueblos lo han utilizado para imponerse a sus
vecinos o enemigos, y dominarlos. Egipcios, griegos, romanos... se cree
que usaron esta sustancia para imponer su supremacía a otros pueblos
y así forjar sus imperios. Basaron gran parte de sus estrategias militares
en este material. Existen antiguas crónicas que dejan entrever que la
derrota y posterior destrucción de Cartago por los romanos fue gracias a
esa misteriosa sustancia. *
- ¡Caramba! Esto que estás contando es ter rible – dijo Crispín.
- Después de este episodio, se perdió el rastro y nunca más se supo del
oricalcio. Desde entonces, muchos hombres, con distintas finalidades,
generalmente para conseguir dominar a sus semejantes, han dedicado
su vida a buscarlo por todo el mundo; hasta ahor a de forma infructuosa.
- ¡Pero se trata de una fantasía! – insistió el Capitán – ¡Igual que la piedra
filosofal o la fuente de la eterna juventud! El hecho de que ese hombre
llevara consigo un mapa, por detallado que fuese, no significa que el
oricalcio exista. Ese mapa bien podría tratarse de una patraña para
obtener dinero de los ilusos, o embaucar a algún noble con ansias de
poder.
- Yo también creía eso amigo Trueno – respondió tristemente Morgano.
* N del A. Recomiendo la lectura del álbum “El espectro de Cartago” de la serie “Alix” de
Jacques Martin.
25
- ¿Qué te hizo cambiar de opinión? – preguntó Crispín.
- Aquel hombre – prosiguió – estaba gravemente enfermo. Su cuerpo
presentaba horribles cicatrices. Manifestaba que aquellas quemaduras
se las había producido el oricalcio. Intuía también que su estado era
grave, pues sus llagas se habían expandido por dentro de su cuerpo. Un
moribundo pocas veces miente.
- Aún así... – intervino el Capitán - me cuesta creer que todo esto sea
cierto. Probablemente la gravedad de sus heri das y la fiebre, le llevaba a
confundir sus pesadillas con la realidad.
- Sabéis amigos míos que no soy ningún iluso – dijo Morgano
levantándose de su asiento e indicando con un gesto a que lo siguieran
– Incluso ante las pruebas más evidentes intento mostrarme
prudentemente escéptico. He conocido a lo largo de mi vida a muchos
locos visionarios y a muchos char latanes.
Morgano no dijo nada más. Un silencio llenó el ambiente mientras conducía a
nuestros héroes a través de un oscuro pasadizo. Bajaron una larga y lóbrega
escalera, adentrándose en los sótanos más profundos del castillo.
- Hacia donde nos llevas – preguntó Goliath – Desconocemos esta parte
del castillo.
Morgano mantuvo su sil encio. Grune respondió a la pregunta del tragaldabas.
- Solamente mi padre y yo conocemos este lugar - dijo cuando entraban
en una amplia estancia – Es aquí donde guarda sus experimentos mas
secretos; lejos de cualquier mirada indiscreta.
La pieza estaba alumbrada por unas pocas lámparas de aceite, que gracias a
un ingenioso juego de placas muy bruñidas parecidas a pequeños escudos
cóncavos, br illaban con luz muy potente, iluminando por completo toda la sala.
Morgano se acercó a un arcón situado en uno de los extremos de la habitación
del que sacó con sumo cui dado un pequeño cofre de plomo.
- Aquí está lo que hizo cambiar mi opinión.
Apartando decididamente los bártulos que había enci ma de una mesa, deposi tó
cuidadosamente el cofrecillo. Pidió a Grune que apagara algunas de las
lámparas que iluminaban el recinto. Cuando la estancia quedó en penumbras,
el “mago” Morgano abrió el pequeño cofre. Una luz brillante surgió de su
interior.
- ¡Oricalcio! – exclamó con gravedad.
Los tres compañeros quedaron boquiabiertos. En el interior del cofrecillo había
un pequeño guijarro del tamaño de un grano de arena que brillaba con una
potente luz fosforescente.
- El hombre de quien os he hablado llevaba consigo este pedacito de
mineral. Esta es la prueba de que existe – manifestó Morgano – ¡Aquel
26
hombre no había mentido! Es muy peligroso tocarlo ya que produce
terribles quemaduras. Sin duda las que tenía aquel hombre habían sido
provocadas por este mater ial.
Morgano cerró la cajita e indicó a los compañeros que lo siguieran de nuevo.
Después de salir de los sótanos del castillo llegaron hasta las afueras del
mismo y se acercaron hacia un muro que había cerca de allí. Con una especie
de pinzas sacó el fragmento de oricalcio y lo semienterró en la base de la
pared.
- ¡Observad ahora lo que sucede! – dijo el “mago” apartándose hasta una
distancia prudenci al
Al cabo de unos instantes, del lugar donde Morgano había colocado la
partícula de oricalcio empezó a sali r un fuerte resplandor cada vez más i ntenso.
De pronto, una fuerte y cegadora llamarada llenó la zona por unos instantes.
Un fuerte y seco estrépito acompañó la poderosa deflagración. Cuando se
disipó la intensa polvareda que originó la explosión vieron que el muro se
había partido en mil pedazos y se había convertido en un montón de
escombros.
- ¡Dios mío! – exclamó el Capitán Trueno - ¡Es terrible! ¡Tiene un poder
devastador!
- En las crónicas se refieren a él como “fuego mortal” o también “ fuego de
los dioses” – explicó Morgano.
- ¡Y tan solo se trataba de un f ragmento del tamaño de un gr ano de arena!
– exclamó Goliath.
- ¡Sin duda alguna esto era lo que buscaban los intrusos! – dijo Crispín
- Tengo mis dudas – contestó Morgano – De hecho no tenían
conocimiento de su existencia. Lo que en realidad les interesaba era el
mapa del lugar exacto donde se encuentr a esta sustancia
- Creo que es el momento de tener una pequeña conversación con los
dos prisioneros que hemos hecho – dijo resueltamente el Capi tán.
Breves instantes más tarde, en uno de los salones del castillo, el Capitán
Trueno y sus amigos se encontraban ante el intruso que había asaltado el
castillo y en la trifulca nocturna, atacado a Goli ath.
- Tu compañero está siendo atendido. Su herida no es grave por lo que
seguramente pronto se habrá recuperado – dijo el Capitán, dirigiéndose
al detenido.
- ¿Qué pensáis hacer con nosotros? – preguntó el hombre de forma
altanera - ¿Nos vais a ejecutar?
- No nos corresponde a nosotros juzgaros ni decidir vuestra suerte. Os
entregaremos a la justicia – respondió Trueno - Ante ella deberéis
responder por vuestras fechorías, pero antes nos gustaría conocer
algunos detalles de vuestr a visita.
- No pienso decir absolutamente nada – dijo el hombre despecti vamente.
- ¡Maldita sea! – vociferó Goliath dando un fuerte puñetazo encima de una
mesa - ¡Entraste a robar, me golpeaste a traición y dices que no vas a
27
colaborar con nosotros! ¡Capitán, déjame a ese energúmeno un
momentito para que le pueda enseñar modales!
El hombre miró asustado al Capitán, mientras Goliath dando un par de
zancadas se dirigía hacia el prisionero.
- ¡Por favor! ¡No dejéis que se acerque! – gritó asustado el hombre
- Entonces – comentó tranquilamente el Capitán – deberás contarnos
algunas cosas.
- ¡Diré lo que queráis! ¡Pero que no se acerque!
Goliath se detuvo ante el asustado esbi rro de Soran y acercó su rostro al suyo.
- ¡Por el gran batracio verde! ¡Está temblando de miedo!
- No te vamos a hacer ningún daño – intentó tranquil izarlo el Capitán – No
somos unos salvajes, ni nos ensañamos en un hombre que no puede
defenderse. Tan solo te pedimos que nos expliques el motivo por el que
habéis entrado aquí esta noche tú y tus compañeros.
- ¡Fue Soran! – empezó a hablar el hombre – Hace varios meses que
estaba sobre la pista de un tesoro... o algo parecido. Nunca nos habla
de sus planes. No dijo exactamente de qué se trataba pero siempre
repetía que cuando lo tuviera, nos llenaría de oro; ¡que seríamos los
hombres más poderosos de la tierra!
- ¿Y qué es lo que os llevó hasta el castillo de Morgano? – siguió el
Capitán.
El hombre tragó saliva. No dejaba de mirar de reojo al gigantón de Goli ath
- Una noche, Soran nos contó que había encontrado el rastro de un
hombre que conocía el lugar donde se escondía el tesoro que buscaba.
Nos dijo que sería fácil dar con él porque ese individuo presentaba
quemaduras por todo el cuerpo y su rostro estaba desfigurado. Alguien
con estas características no podía pasar desapercibido. Estuvimos
indagando por pueblos y aldeas, hasta que un día nos dijo que aquello
que buscábamos se encontr aba en este castillo.
- El resto ya lo conocemos – dijo tristemente Morgano.
- ¿Quién es Soran? – preguntó Crispín
- Hace años vivía en su feudo, en los confines de las tierras germanas.
Un día unas tribus bárbaras del este asaltaron la región mientras él
había salido de viaje. Mataron a su esposa y a su hija, cogieron a sus
sirvientes para venderlos como esclavos y quemaron todos sus campos.
Cuando regresó y vio todo aquello cerró los puños y profirió un terrible
juramento pero no soltó ni una sola lágrima. Desde entonces se ha
dedicado a viajar por todas partes. Mi compañero y yo somos de los
pocos soldados que escaparon con vida de aquella masacre. No le teme
a nada ni a nadie, y siempre consigue lo que se propone. Nada lo
detiene.
- Apuesto una buena vaquita a que sus propósitos nunca son demasiado
limpios – intervino Goliath
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El capitán ordenó que se llevaran a aquel esbirro, pero dio precisas
instrucciones que lo trataran dignamente hasta que fuera entregado a la
justicia.
En la sala todos quedaron en silencio.
- Hay que detener a Soran cueste lo que cueste – dijo Trueno rompiendo
el silencio – No podemos permitir que un arma tan terrible caiga en sus
manos.
- Capitán, puede ser muy peligroso – dijo Grune – ya has oído a ese
individuo. Soran perece ser un hombre sin piedad y está determinado a
conseguir el oricalcio a cualquier precio. Además debes pensar en Sigrid
y en tu hijo Ragnar.
- Tus intenciones son buenas, Grune, pero nunca me he detenido ante
ningún peligro. ¿Qué mundo le puedo dejar a mi hijo si permitimos que
Soran se salga con la suya? Esta vez se trata de detener a un loco que
pretende apoderarse de un arma que puede destruir todo lo que
conocemos, no se trata solo del futuro de mi hijo sino del futuro miles de
personas.
- ¡Muy bien dicho Capitán! – gritaron al unísono Goliath y Crispín -
¿Cuándo partimos a cazar a ese energúmeno?
- ¡En cuanto tengamos pr eparado el equipaje! – respondió el Capitán.
Aquella tarde mientras se realizaban los preparativos para la partida de
nuestros amigos, Morgano se acercó al Capitán que se encontraba en una de
las almenas del castillo con la mirada perdida en el horizonte.
- Sé lo que piensas – dijo Morgano apoyándose en la almena junto a su
amigo – Nunca te perdonarías que algo malo le sucediera a tu hijo en tu
ausencia. El relato que contó ese individuo acerca de Soran te ha hecho
reflexionar al respecto.
- ¿Seguro que no eres un mago de ver dad?
- Tu hijo está en buenas manos. Sigrid, aparte de ser una hermosa reina
es una gran guerrera y no permitirá que nada malo le suceda a vuestro
hijo . Nadie lo sabe mejor que tu.
- Tienes razón amigo Morgano. Pero hay algo más que me preocupa.
Soran tiene el mapa del emplazamiento exacto del oricalcio. ¿Cómo
podremos detenerl e si apenas sabemos haci a donde se di rige?
Morgano sacó de entre sus ropas un pergamino y se lo entregó al Capitán.
- Toma. He intentado hacer una réplica del mapa a partir de lo que
recordaba del auténtico. Por otra parte seguir el rastro de Soran no os
resultará demasiado difícil.
Trueno desplegó el pergamino y lo estudió detenidamente.
- El oricalcio se encuentra en un lugar indeterminado remontando el gran
río del país de los faraones – comentó Morgano señalando un punto del
mapa – Según creo recordar de lo que estudié del plano original,
después de varias jornadas de navegación por el gran río hay un
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exuberante oasis, de unas enormes dimensiones al pié de una gran
formación rocosa. Parece ser que es allí donde se oculta este terrible
mineral.
- Gracias amigo. Lo conseguir emos.
- El viaje es muy peligroso. Tu y tus amigos os habéis enfrentado a
cientos de enemigos y peligros, pero este es distinto. Además, el
hombre a quien pertenecieron estos documentos intentó advertirme de
algún peligro oculto que había en ese oasis. Desgraciadamente murió
antes de poder contar algo más concreto.
- Sabremos cuidarnos. No te preocupes por nosotros.
Al amanecer el Capitán Trueno y sus amigos partieron hacia la costa con la
intención de conseguir alguna embarcación que les acercara hasta las costas
africanas.
Mientras el Capitán iniciaba los tratos con los propietarios de las naves que
estaban fondeadas en la pequeña cala, Goliath y Crispín se dedicaron a
preguntar en las tabernas cercanas por si alguien les podía dar alguna pista
acerca de Soran. En una de ellas, al escuchar el nombre de Soran, uno de los
clientes aguzó el oído.
- Deben ser ellos – pensó el sujeto – Un muchacho rubio y un gigantón
tuerto. Falta uno. Han llegado antes de lo que mi señor supuso.
Cuando los dos compañeros acabaron sus indagaciones y abandonaron la
taberna para encontrarse con el Capitán, el misterioso individuo les siguió
sigilosamente.
- A pesar de nuestras pesquisas no hemos conseguido saber nada
respecto a Soran, Capitán. Es posible que no pasara por aquí – dijo
desanimado Crispín.
- No te preocupes muchacho. Ayer zarpó un pequeño bajel rumbo a
Alejandría. Quién lo flotó parecía alguien importante según me han
contado. Con toda seguridad debía t ratarse de Soran.
- Eso significa que nos lleva poca ventaja – dijo Goliath – Todavía
podremos atraparle si zarpamos inmediatamente.
- He conseguido contratar pasaje en una pequeña embarcación que sale
esta tarde. El contramaestre ha accedido acercarnos a las costas
africanas. El barco es pequeño y parece ligero. Seguramente, en pocos
días podremos atrapar el bajel en que ha escapado Sor an.
- ¡Viva! – exclamó Crispín.
La pequeña embarcación zarpó como estaba previsto aquella misma tarde. El
viento soplaba a favor.
En la aldea el misterioso hombre que había seguido a los tres compañeros
ensilló un caballo y cabalgó hasta un montículo que dominaba toda la costa.
Allí reunió leña seca con la intención de encender una pequeña hoguera. Tiró
en ella unos hierbajos húmedos provocando una gran humareda blancuzca.
- ¡Ja, ja, ja! Ésta es la señal convenida. ¡Estos entrometidos no saben lo
que les espera!
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CAPÍTULO IV
¡LA HIJA DEL DIABLO!
Un jinete llegó a una recóndita y apartada cala, donde estaba anclado un
soberbio bajel de dos palos.
El hombre hizo señales a los centinelas que guardaban la ensenada.
- ¿ Quién es ese que nos hace señales? – Preguntó uno de ellos. – Nadie
conoce el paradero secreto de nuestro embarcadero.
- Lo reconozco – le contestó su compañer o – Es Muley, se trata de uno de
los espías del amo. Corro a advertirle inmediatamente de su ll egada.
En unos instantes el hombre se encontraba a bordo y en presencia del capitán
de la nave.
- Ayer observamos tus señales de humo, Muley, y el barco está a punto
de zarpar, así que más te vale que la información que me traes merezca
realmente la pena. ¡Si no es así ya sabes el destino que te espera!
- ¡Las noticias que os traigo merecen el precio que pagáis por mis
servicios, excelencia! – se apresuró a responder el hombre,
acompañando sus pal abras con grandes reverencias.
- ¡Entonces habl a!
- Ayer llegaron al puerto tres hombres que coincidían con la descripción
que me disteis. Estuvieron preguntando por el paradero de Soran, así
que decidí seguirlos discretamente. Contrataron pasaje en un pequeño
barco de un mercader. Según pude saber, les acercará hasta la costa
africana, aunque ignoro el lugar exacto. Zarparon al declinar el sol,
aprovechando la marea de la tarde.
Muley observó temeroso la reacción de su amo. Éste se acercó a una mesa y
cogiendo una bolsa de monedas se la tiró a Muley, el cual se apresuró a
recogerla con avidez
- ¡Toma! ¡Ya sabes que suelo recompensar con creces a los que me
sirven bien ¡ Ahora retírate.
Saliendo de su camarote el capitán del bajel subió a cubierta y se dirigió a su
hombre de confianza que estaba di rigiendo los trabajos de la tripulación.
- ¡Djamil! ¡Zarpamos de inmediato! ¡Ya conoces el rumbo que debemos
tomar y cuales son mis órdenes, así que no pier das más tiempo!
- ¡Como deseéis excelencia! – respondió Djamil que dirigiéndose a la
tripulación empezó a dar las ordenes pertinentes para salir de la
protección de la cala y zarpar hacia mar abierto.
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- Parece que el tiempo nos acompaña – dijo Crispín mirando el cielo – No
se ve ninguna nube amenazador a.
- No os fiéis de la calma, maese Crispín – respondió uno de los marinos
de la tripulación – En esta época del año las tempestades se presentan
de improviso. De todos modos lo que más me preocupa no son las
tormentas, si no los piratas. Este mar está infestado de el los
- Podemos estar tranquilos – intervino el Capitán Trueno – el viento sopla
favorablemente y de forma constante. Respecto a los piratas, si
aparecen, daremos buena cuenta de ellos. Lo único que debe de
preocuparnos es poder atrapar a Soran antes de que lleve a cabo sus
siniestros planes.
- A mi lo que me preocupa es no poder llevarme a la boca un buen
bocado de muslito de vaca – dijo Goliath mientras mordía un pedazo de
carne seca.
Como es habitual, el buen humor y el compañerismo reinaban a bordo de la
nave en que el Capitán y sus inseparables amigos habían embarcado para
intentar desbaratar los planes de Soran.
Durante los tres primeros días de navegación nada destacable ocurrió. El
viento era propicio y no había i ndicios de tormenta. Al amanecer del cuarto día,
el vigía dio la voz de alarma:
- ¡Barco a la vista! ¡Por sotavento!
Inmediatamente el patrón de la nave se acercó a la borda y oteó el horizonte
hacia donde indicara el vigía. El Capitán Trueno se acercó a él.
- ¿Creéis que pueda tratar se de una nave pirata? – preguntó
- No lo se. – respondió el patrón – Está todavía muy lejos y no se
distingue su pabellón. Puede tratarse tanto de una nave mercante árabe
como de una pirata. Veremos el rumbo que sigue, si intenta cruzarse
con el nuestro, podemos esper ar lo peor.
- ¡Bah! ¡Piratas a nosotros! – intervino el tragaldabas – ¡Si es así se van a
encontrar un hueso duro de roer!
- En cualquier caso no es eso lo que me preocupa – comentó el Capitán
sin dejar de mirar hacia donde se divisaba a lo lejos una vela – Si se
trata de piratas debemos evi tarlos como sea. Un encuentr o con ellos nos
haría perder un tiempo precioso, suponiendo que saliéramos airosos del
enfrentamiento.
- Nuestra prioridad es encontrar a Soran y echar al traste sus
maquinaciones – añadió Crispín.
Durante toda la mañana la nave que habían divisado se iba acercando, lenta
pero implacablemente, hacia la que viajaban nuestros amigos. A medida que
avanzaba el día las peores expectativas se apoder aron de la tripulación.
- Daría las vaquitas asadas de todo un año por estar en el Thorwald II.
Con la fuerza de los remos seguro que esos energúmenos no nos dar ían
alcance.
32
- Se trata de una nave muy veloz – comentó el patrón – Tiene dos
enormes velas latinas, y aunque es enorme parece muy ligera.
- Aún así todavía tardará unas horas en atraparnos – dijo Trueno –
Tenemos tiempo de prepararnos para un posible abordaje.
El patrón empezó a dar ordenes y en unos minutos toda la tripulación estuvo
armada y dispuesta a defender se con uñas y dientes si fuera preciso.
- He ordenado abrir todo el trapo – explicó el patrón a Trueno – Si
conseguimos mantener la distancia hasta la noche tenemos una
oportunidad de escabullirnos a merced de la oscuridad y navegando sin
luces.
- Seria fantástico poder darle esquinazo, pero dudo que sea posi ble. Cada
vez está mas cer ca.
En aquel momento la nave pirata izó su pabellón: una bandera de seda
escarlata con un par de cimitarras cruzadas en su mitad, se enarbolaba en la
parte superior del palo mayor.
Al verla los marinos exclamaron un grito de terror.
- ¡La “Hija del Diablo”!
- ¡Estamos perdidos!
- ¡No habrá cuartel!
Al darse cuenta del temor que despertaba a los marineros aquella bandera, el
Capitán dirigió una mirada de preocupación a sus dos compañer os.
- ¡Se trata del pirata más sanguinario del Mediterráneo¡ - explicó el patrón
– “La hija del Diablo” es el terror de cuantos se atreven a navegar por
estas zonas. ¡Nunca dejan supervivientes!
- ¡Venderemos cara nuestra piel! - dijo animosamente Crispín.
- ¡Una buena pelea vendrá bien para abrir el apetito! – voceó Goliath -
¡Muchachos! – añadió dirigiéndose a la tripulación - ¡En cuanto hayamos
dado buena cuenta de estos piratas de tres al cuarto cenaremos
opíparamente! ¡Marmitón, ya puedes ir preparando una buena comi lona!
Las palabras de Goliath hicieron soltar contenidas risas, y consiguieron bajar la
tensión reinante.
En la nave pirata, Djamil daba órdenes de forma insistente, ayudándose de un
látigo para hacerse obedecer con mayor celeridad.
- ¡Vamos! ¡Atajo de gandules! ¡Moveos con más brío si no queréis que os
desolle vivos!
- ¡Mi señor, esa pequeña nave es más veloz de lo que habíamos
supuesto! – replicó uno de los hombres.
- ¡Pues debemos alcanzarla antes de que anochezca, si no queréis que
su excelencia os arranque personalmente la piel a tiras! – gritó Djamil
acompañando sus palabras con un latigazo dirigido al hombre que se
aventuró a hablar.
33
Los minutos transcurrían lentamente mientras la nave pirata se iba acer cando a
la que viajaban nuestros amigos. En aquel momento, el rumbo que seguía era
casi paralelo a la nave del Capitán, y la distancia que les separaba era cada
vez menor. Desde la borda de los barcos la tripulación podía verse
perfectamente los unos a los otros.
Djamil dio una seca orden y la nave de pabellón escarlata viró ligeramente
formando un ligero ángulo como si quisiera separarse de su oponente. A
continuación volvió a virar y dirigió su proa contra la pequeña embarcación de
nuestros amigos. El Capitán Trueno se dio cuenta de la maniobra del pirata.
- ¡Cuidado! ¡Pretende embesti rnos por el costado! ¡Virad estribor!
A pesar del oportuno aviso del Capitán y la rápida maniobra que realizó la
tripulación, no pudieron evitar que la nave pirata les embistiera con su proa el
costado de babor .
- ¡Agarraos!
El golpe fue terrible. Un fuerte estrépito de crujir de maderas retronó al tiempo
que aquellos hombres que no se habían podido sujetar a tiempo, cían a causa
de la tremenda sacudi da.
- ¡Cuidado! – gritó Goliath al ver que el mástil se había resquebrajado y
una de las botavaras caía hacia ellos. De un salto agarró a uno de los
marineros y lo apartó. La botavara cayó j unto a ellos.
- ¡No quisiera que faltases a la cena que Marmitón está preparando! –
Dijo el tragaldabas al asustado marinero.
A consecuenci a del empuje del barco pirata las dos embarcaciones quedaron
juntadas por uno de sus flancos. Al instante Djamil dio la orden de abordaje.
Inmediatamente decenas de piratas intentaron abordar la otra nave pero el
Capitán Trueno, junto con Goliath y Crispín dieron buena cuenta de los
primeros que intentaron poner el pié en cubierta. Animados por el ejemplo de
los tres bravos paladines la tripulación se unió al combate y consiguieron
rechazar la primera oleada del asalto.
- ¡Malditos perros! – vociferaba el capitán pirata - ¿Cómo es posible que
un puñado de haraganes consiga rechazar a mis hombres? ¡Volved al
ataque!
Como movidos por un resorte, los asaltantes se lanzaron de nuevo al ataque.
Parecían haberse multiplicado y abordaban el barco por todas partes,
arrollando sin piedad a los marineros que se defendían como podían ante la
furia del ataque pirata.
El Capitán repelía a los furiosos atacantes luchando espalda contra espalda
con Crispín, que daba efectivos mandobles a todo aquel que intentaba
acercarse.
34
Por su parte Goliath, hacía gala de su habilidad en el manejo de su
impresionante “toma-toma”, haciendo estragos entre aquellos que osaban
atacarle.
- ¡Me llaman el “Cascanueces”! – cantaba mientras repartía potentes
golpes a diestro y siniestro - ¡Por algo que yo se me!
- ¡Animo amigos! – intentaba dar aliento el Capitán aún viendo que la
superioridad de los atacantes acabar ía por derrotarlos.
En pocos instantes los piratas se habían hecho dueños de la situación. Habían
aniquilado sin piedad a todos los hombres del pequeño bajel. Tan solo
quedaban en pié el Capitán y sus dos compañeros. Al momento se vieron
rodeados por decenas de furiosos guerreros, que les observaban
amenazadoramente. La lucha cesó. Un impresionante silencio se adueñó del
lugar; sólo se oía los lamentos de los heridos y el fuerte resuello de los tres
amigos que estaban espalda contra espalda esperando el ataque final. El
Capitán sabía que a una orden del capitán enemigo se abalanzarían sobre
ellos y todo terminaría en unos momentos.
- Lo siento amigos – masculló Trueno – Lamento no poder hacer nada
esta vez.
- Estamos juntos – intervino Crispín – Si hemos de morir, lo haremos
como hemos vivido. Juntos y defendi endo una causa justa.
- Me siento feliz de poder estar aquí los tres – añadió Goliath – Creo que
esta vez no voy a necesi tar más muslitos de vaca.
Djamil había alcanzado la posición donde estaban los tres amigos. Dirigió una
fría mirada al Capitán Trueno.
- ¡No tememos la muerte! – dijo el Capitán di rigiéndose a Djamil - ¡Puedes
dar la orden cuando quieras!
En el instante que el pirata iba a pronunciar la fatal sentencia, una potente voz
surgió a sus espal das.
- ¡Que nadie se at reva a tocar ni un solo pelo de estos tres hombr es!
Todas las miradas se dirigieron hacia el lugar de donde provenía la voz. Djamil
se apartó al instante haciendo una sutil reverencia.
- ¡Excelencia! – musitó inclinándose ligeramente.
Una hermosa mujer había aparecido por detrás de Djamil. Su altiva actitud, y la
contundencia de la orden que había dado, hicieron que los piratas se apartaran
temerosamente dejándole libre el paso.
La larga cabellera de la bella muchacha sujetada por una diadema que cubría
su frente, ondulaba al viento. Los negros ojos de mirada penetrante
desprendían un extraño y misterioso brillo. Las ceñidas ropas que vestía
resaltaban las espléndidas formas de su cuerpo.
Se acercó lentamente hasta do nde estaban el Capi tán, Goliath y Crispín.
35
Miró directamente a l os ojos del Capitán. Éste mantuvo firme la mirada.
- Tu debes ser la “Hija del Diablo”
- ¡Eso dicen! – contestó la mujer soltando una gran carcajada
- A juzgar por la ferocidad del ataque - prosiguió Trueno mirando los
cadáveres de su alrededor – quienes así te llaman no se equi vocan.
La mujer miró despectivamente al Capitán.
- Y tu debes ser, sin lugar a dudas, el guerrero al que llaman Capitán
Trueno.
- ¡No hemos pedido cuartel! ¿A qué esperas para ordenar a tus sicarios
que acaben con nosotros?
La Hija del Diablo iba a responder al Capitán cuando una fuerte sacudida
zarandeó la nave.
- ¡El barco se está partiendo! – gritó uno de los hombres.
- ¡Rápido, debemos abandonar la nave! – gritó Djamil. Luego dirigiéndose
a su señora prosiguió - ¿Qué hacemos con estos tr es hombres?
- ¡Llevadlos a nuestro barco y encerradlos! ¡Ay, de quien se atreva a
hacerles daño!
- ¿Y los heridos?
La mujer hizo un evidente gesto de desprecio.
Con gran celeridad los hombres de Djamil y la Hija del Diablo cumplieron las
ordenes de ésta, obligando a los tres amigos a subir a la nave pirata.
Rápidamente se al ejaron del lugar mientras los restos del pequeño bajel en que
viajaran el Capitán y sus amigos se hundían llevándose con ellos a las
profundidades los pocos heridos que en ella quedaban.
Los hombres de la Hija del Diablo los habían hacinado en una oscura y
estrecha cámara del bajel pirata.
- Debo confesar que no entiendo por qué motivo esa mujer nos ha dejado
con vida – comentaba Crispín a sus dos amigos.
- Tienes toda la razón, Crispín – dijo el Capitán – Todo esto resulta
bastante extraño. ¡Ni siquiera nos han atado! Además, esa mujer
parecía conocernos.
- Yo tampoco lo entiendo – remugó Goliath – Seguramente pretenderán
hacernos morir de hambre; aunque lo que resulta más terrible es que
esta situación nos impide desbaratar los planes de Soran – dijo
tristemente el grandullón de Goliath.
Momentos después la puerta del calabozo en que se encontraban nuestros
héroes se abrió de improviso.
36
- ¡Su excelencia quiere ver al que llaman “Capitán Trueno”! – gritó el
esbirro que apareció en el umbral.
El Capitán se levantó y salió de la celda. Fuertemente escoltado por dos
colosos, lo condujeron hasta el camarote de la mujer que los había capturado.
La estancia no era muy grande, pero tenía todas las comodidades que un bajel
de aquellas características podía ofrecer.
La mujer pirata ordenó que los dejaran solos. Los dos fornidos piratas
quedaron fuera guardando l a puerta y listos para entrar a la menor orden de su
señora o a la menor señal de peligro.
El Capitán Trueno quedó frente a la Hija del Diablo, que se hallaba sentada en
una especie de butacón.
- Eres un apuesto y valeroso guerrero, Capitán Trueno – dijo ésta
levantándose y acer cándose a él – Veo que te sorprende que conozca tu
nombre. Te he visto luchar en el puente, a ti y a tus amigos. No os falta
valor ni arrojo.
- Yo también he visto luchar a tus hombres – respondió secamente
Trueno – Y he oído las órdenes que has dado respecto a los heridos. El
nombre que llevas, “Hija del Diablo”, resulta muy apropiado.
- Así me llaman, aunque mi verdadero nombre es Jaíza. Puedes ll amarme
así si lo prefieres.
- ¿A qué se debe tanto honor ?
Jaíza acer có su rostro al del Capitán y le miró a los ojos.
- Aún no había conocido a un hombre que aguantara mi mirada como lo
has hecho tu. – Luego sol tó una carcajada y se apar tó del Capitán – Has
de saber que alguien pagó mucho dinero para que te eliminara a ti y a
tus dos amigos. ¡Demasiado dinero!
- ¡Soran!
- Veo que le conoces. Me habló de ti y me advirtió de lo peligroso que
eres – prosiguió Jaíza – Aunque no quiso decir los motivos por los que
quería sacarte de en medio. Habitualmente no hago preguntas, pero la
inmensa suma que me dio me hizo pensar. Envié a alguien para que lo
siguiera en secreto.
- ¡Caramba! Eres una mujer en quien se puede confiar plenamente –
intervino el Capitán sarcásticamente.
Haciendo caso omiso de la observación la mujer continuó.
- Los informes que obtuve indicaban que Soran iba en busca de un
fabuloso tesoro, y como muy bien debes sospechar se trata sin duda de
un botín que me interesa muchísimo.
- Entonces déjanos en paz a mi s amigos y a mí y ve en su busca.
- ¡Oh, no! ¡Querido Capitán! Hay un pequeño problema en este asunto.
Ignoro hacia donde se dirige Soran, y por supuesto desconozco el
paradero de ese tesoro. Por el contrario, de lo que si estoy convencida
es de que tu si sabes cual es su destino.
37
- Entiendo. Y pretendes que te diga hacia donde va. Te equivocas por
completo. No pienso contarte nada.
La bella mujer se paseó displicentemente por el pequeño camarote
- La Hija del Diablo siempre consigue lo que se propone. Puedes elegir
Capitán Trueno. Me lo dices amigablemente, o mando torturar a ese
joven y apuesto muchacho rubio. ¡Te garantizo que en cuanto Hazim
haya acabado con su tr abajo, te costará r econocerle!
El Capitán Trueno calló unos momentos. La situación en la que se encontraban
era sumamente delicada y peligrosa. Sabía que Jaíza hablaba en serio y que
estaba dispuesta a llevar a cabo sus amenazas. Si pactaba con ella, podría
seguir intentando dar alcance a Soran, pero si la Hija del Diablo se enteraba de
la verdadera naturaleza de lo que éste perseguía, las consecuencias podían
ser espantosas.
- Te cuesta tomar una decisión – Jaíza se dirigió hacia la puerta de su
estancia - Te ayudaré a tomar la. ¡Djamil!
El lugarteniente de la pirata hizo inmediatamente su apari ción.
- ¡Dile a Hazim que se prepare! ¡Nos va a proporcionar un buen rato de
diversión! – ordenó decidida.
- ¡A vuestras ordenes, excelencia! – respondió Djamil lanzando una fugaz
mirada al Capi tán.
- ¡Espera! – interrumpió el Capitán antes de que el hombre saliera de la
estancia - ¡Esta vez ganas tu la partida, Jaíza!
- Yo siempre gano Capitán Trueno. ¡No lo pongas nunca en duda! –
Repuso ella con una malévola sonrisa – Ahora al grano. ¿Hacia dónde
se dirige Soran?
- No te va a resultar tan sencillo, Jaíza. Si he decidido colaborar contigo
es porque me interesa evitar que Soran llegue a su dest ino.
- A mi no me importa ese individuo. Sólo me interesa el tesoro.
- Y en cuanto te diga dónde se encuentra nos echarás a los peces. ¿No
es cierto?
La mujer rió.
- Eres listo. ¡Cuánto dar ía para que luchases a mi lado!
- Olvida esta idea – repuso el Capitán – Indicaré al timonel el rumbo que
debe seguir en cuanto hayas sacado a mis amigos del calabozo donde
nos has hacinado.
La mujer dudó un instante. Finalmente dijo:
- ¡Sea! Ya has oído Djamil – ordenó Jaíza a su lugarteniente que se había
quedado en el camarote. Al salir su mirada se cruzó con la del Capitán.
- A juzgar por la mirada que te ha dirigido creo que no le gustas – dijo
Jaíza – A la menor ocasión intentará acabar contigo. ¡Ja, ja, ja!
38
- No te conviene Jaíza. Sólo yo se hacia donde va Soran – comentó
burlonamente Trueno.
- ¡No olvides que sigues siendo mi prisionero, así que no tientes tu suerte!
– repuso la mujer – Puedo ordenar la muerte de tus amigos en cualquier
momento, y puedes estar seguro que no dudaré ni un solo instante en
hacerlo si tengo la menor sospecha de que intentas engañar me.
Cuando salió de la estancia el Capitán se encontró con unos sorprendidos
Goliath y Crispín.
En breves palabras les explicó lo sucedido.
- Esa mujer es peligrosa – observó Goliath - Debemos estar alerta.
- Estamos a su merced. Andaremos con los ojos bien abiertos – añadió
Crispín.
La nave de la “Hija del Diablo” cambió de trayectoria y puso rumbo hacia
Alexandría según las instrucciones que diera el Capitán al piloto y velozmente a
favor del viento iniciaron la persecución para alcanzar a Soran.
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CAPÍTULO V
¡TRÁGICO DESTINO!
Una potente nave surcaba veloz el Mediterráneo rumbo a Alexandría.
Enarbolaba pabellón escarlata cruzado en su centro por dos cimitarras. ¡La
enseña pirata de “la Hija del Diablo!
En ella se hallaban el Capitán Trueno, Goliath y Crispín, que habían sido
capturados por la temible mujer pirata después de un fer oz abordaje.
- Estos bergantes no nos quitan el ojo de encima.
- Si pudiera, les arreglaría rápido las cuentas, Crispín, pero son
demasiados y, como nos ti enen a dieta, me flaquean las fuerzas.
- Tened paciencia, amigos – intervino Trueno – ya llegará el momento del
desquite. Nuestra prioridad es detener a Soran y la única forma de
conseguirlo es pactando con esa gente, aunque me revuelva las tripas
hacerlo.
- Mientras crea que vamos tras un tesoro, estaremos seguros – dijo
Crispín – Lo que me preocupa es como r eaccionará cuando se entere de
la verdadera naturaleza de ese... tesoro.
- Confío estar muy lejos de ella antes de que esto suceda – respondió el
Capitán.
En aquel momento Djamil, el segundo de a bordo y hombre de confianza de
Jaíza, se acer có a los detenidos.
- Sois unos afortunados, extranjeros. Todavía no entiendo por qué mi
señora os permite estar en cubierta y no os ha arrancado la piel a tiras y
con ella el paradero secreto de ese tesor o.
- Observo que esto os disgusta – le respondió el Capitán – Hemos
cerrado un pacto con tu capitana. ¡No lo olvides!
- ¡Tened cuidado! ¡No intentéis traicionar a mi señora ni preparar ningún
plan para escapar, mis hombres os vigilan, y tienen orden de acabar con
vosotros a la menor sospecha!
- Descuidad excelencia, no abandonaremos el barco sin vuestro permiso
– respondió burlonamente el Capitán. Goliath y Crispín rieron la
ocurrencia.
Djamil se sintió ofendido e instintivamente se llevó la mano a la empuñadura de
la daga que llevaba en el cinto, con evidente intención de responder
violentamente al Capitán, cuando en aquel momento apareció Jaíza.
- ¡Quieto Djamil! – ordenó severamente la mujer – ¡Recuerda que estos
hombres son mis... prisioneros!. Tú sólo encárgate de su vigilancia. Si
algo les sucede ser ás el único responsable.
- Como ordenéis, mi señora – respondió Djamil reteniendo su furia. Luego
dirigiéndose al Capitán le dijo – Tarde o temprano hemos de medir
nuestras fuerzas.
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Trueno no respondió y se mantuvo f irme ante la amenaza de Djamil.
- Djamil es un hombre valiente – dijo Jaíza – aunque a veces se muestra
algo impetuoso.
- Demasiado impetuoso. Ya me he dado cuenta de ello, pero no
necesitábamos tu ayuda, mis amigos y yo sabemos cuidarnos solos –
respondió el Capitán.
La mujer pirata dirigió una altiva mirada a los tres compañeros y dando media
vuelta se retiró a sus aposentos.
Cuando el sol empezaba a declinar, el viento cambió de dirección y enormes
nubarrones cubrieron el cielo oscureciéndolo con gran rapidez. Al poco rato el
mar se encrespó y empezó a zarandear la nave.
- Vaya, parece que vamos a tener diversión – comentó Goliath
agarrándose con fuer za a unos cor dajes - El viento arrecia cada vez con
más fuerza.
Acompañando las palabras de Goliath, una cegadora luz encendió el cielo al
mismo tiempo que este, parecía rasgarse dejando caer una tempestuosa ll uvia.
Jaíza, la mujer pirata, se encontraba de pié, firme en el puente de la nave
observando los movimientos de su tripulación. El fuerte viento agitaba su negra
y exuberante melena dejando que las deslumbrantes descargas iluminaran su
hermoso rostro bañado por la lluvia. Su figura se recortaba sensualmente altiva
con cada llamarada de luz.
La tripulación iba de un lado a otro obedeciendo las rotundas órdenes de
Djamil.
La nave se hallaba a merced de la furia de los elementos que se mostraban
implacables con esta, revolviéndola de un lado a otro. Las enormes olas se
estrellaban contra los flancos del bajel arrollando la cubierta. Los hombres se
aferraban donde podían, para no ser arrastrados por el impulso de las aguas.
- ¡Sujetad las jarcias! ¡El viento las va a romper! - gritaba con desespero
Djamil - ¡Cuidado con esos cordajes!
El Capitán y sus compañeros se encontraban en cubierta. Se habían sujetado
fuertemente sorteando hábilmente los vaivenes del barco.
- ¡La nave está yendo a la deriva! – observó el Capitán – ¡El timón no
soporta la presión del temporal y corremos el riesgo de acercarnos
demasiado a la costa!
- ¡Qué podemos hacer nosotros! – gritó Crispín - ¡Dudo que nos dejen
intervenir!
- ¡Jaíza! – Gritó el Capitán con todas sus fuerzas para hacerse oír a
través del fragor de la tempestad - ¡Si no os ayudamos el temporal
destrozará el timón! ¡Nos acercamos peligrosamente a la costa!
- ¿Qué es lo que pretendes? – contestó la mujer - ¡Mis hombres se bastan
para controlar la situación! ¡No es la primera tormenta con la que nos
enfrentamos!
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Una gigantesca ola levantó el barco como si se tratara de una simple almadia.
Un siniestro crujido indicó que las cuadernas del bajel estaban someti das a una
inmensa presión y que su resistencia se encontraba al límite.
- ¡Al diablo! – gritó el Capitán Trueno - ¡Goliath ven conmigo!
- ¿Qué te propones? – preguntó el gigantón.
El Capitán hizo un gesto hacia la popa. Goliath vislumbró entre la cortina de
agua que había tres hombres corpulentos intentando sujetar la vara que
gobernaba el timón.
- ¡Tienen dificultades para dirigir la nave! ¡Si no consiguen enderezar el
rumbo corremos el riesgo de que se par ta en dos!
- ¡Entendido Capitán!¡Vamos a echarles una mano! – respondió el viejo
“Cascanueces” al tiempo que daba grandes zancadas.
Mientras los dos compañeros se unían a los esfuerzos de los piratas para
dominar la nave, un enérgico golpe de viento la hizo virar de forma inesperada.
La fuerte sacudida hizo que Jaíza, que seguía impertérrita en el puente,
perdiera el equilibrio y cayera hacia la cubierta cerca de donde se encontraba
Crispín.
Los violentos y caprichosos movimientos del barco, consecuencia del temporal,
hacían difícil mantenerse en pie. Crispín se acercó a ella justo en el momento
en que una de las poleas de los cordajes se desprendía de su sujeción.
- ¡Cuidado Jaíza! – Al ver que la polea caía sobre la mujer, Crispín se
lanzó hacia ella apartándola hacia un lado - ¡Aparta!
- ¡Cómo te atreves a...! - Jaíza no terminó la frase, la polea golpeó
fuertemente al muchacho que cayó atur dido al suelo.
La pirata alargó la mano para agarrar a Crispín en el momento en que una
fuerte ola barrió la cubierta. Cuando Jaíza, agarrándose donde pudo consiguió
recuperar el equilibrio, buscó a Crispín recorriendo con la mirada a su
alrededor. El joven, había desaparecido. Se acercó a la borda pero la fuerte
oscuridad de las aguas le impidió distinguir ningún cuerpo. Sin lugar a dudas la
fuerza de las aguas habí a arrastrado al muchacho haci a las profundidades.
La tormenta siguió arreciando durante varias horas hasta que finalmente
amainó.
En cuanto la nave estuvo controlada el Capitán Trueno y Goliath se acercaron
a Jaíza que se encontraba apoyada en la borda con la mirada perdida hacia el
horizonte.
- Realmente ha faltado muy poco para que no lo contár amos – comentó el
Capitán que estaba prácticamente extenuado por el esfuerzo – Esta
endiablada tormenta casi rompe el timón.
- ¿Dónde está Crispín? – interrogó un exhausto Goliath al ver que el
muchacho no estaba all í
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Jaíza se volvió hacia los dos amigos. Su rostro mostraba una gran
perturbación.
- Lo siento – dijo – Vuestro joven amigo ha caído al agua.
- ¡Maldita bruja! – gritó desesperadamente el Capitán lanzándose hacia la
mujer.
La fría punta de una daga apuntando su garganta lo detuvo.
- ¡Un paso mas y eres hombre muerto! – Djamil se interpuso entre el
Capitán y su señor a.
- ¿Qué has hecho con Crispín, maldita mujer? – gritó con furia el gigantón
de Goliath que se vio rápidamente rodeado por los piratas de la
tripulación.
- Me salvó la vida – explicó calmadamente Jaíza – Una polea caía hacia
mi y al intentar apartarme, se interpuso valientemente y le golpeó
fuertemente. Luego, el rompiente de una ola... lo arrastró. Probé de
agarrarlo pero, no pude hacer nada por el. Lo siento.
La mujer se retiró cabizbaja. Trueno y Goliath se miraron. Sus mejillas estaban
bañadas por las lágrimas.
Al cabo de unos días de r elativa tranquilidad divisaron las costas alejandrinas.
Jaíza había reunido en su estancia a Dj amil y a un abatido Capi tán Trueno.
- No entraremos en el puerto de Alexandría – empezó Jaíza – En cuanto
oscurezca botaremos una barcaza y desembarcaremos nosotros y unos
cuantos hombr es fieles.
- Cuantos menos seamos, menos sospechas levantaremos – prosiguió
Djamil – Una vez en la ciudad podremos saber el paradero de Soran si
es que ha llegado antes que nosotros. Tenemos varios contactos que
nos darán buena información. Allí también nos procuraremos de las
provisiones para el viaje.
- Y ahora te toca a ti, Capitán Trueno – le dijo la mujer pirata.
El Capitán estaba distante.
- Deberemos remontar el gran río – dijo cansinamente.
- ¿Hasta dónde? – interrogó Djamil
- Lo sabrás en su momento.
Al anochecer, tal y como habían planeado, botar on una bar caza, en la que iban
el Capitán, Goliath, Jaíza, Djamil y seis fornidos piratas. Sigilosamente bogaron
hacia la costa cercana, mientras la nave pirata se alejaba del lugar.
- Te advierto Capitán que estos hombres no se separaran de ti ni un solo
instante, así que no pretendas escapar. Tienen estrictas órdenes de
acabar contigo si intentas hacerl o – amenazó Djamil
- No te preocupes - respondió el Capitán – no tenemos ninguna intención
de huir.
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Una vez desembarcados disimularon la barcaza que los había llevado hasta la
costa. Realizado el trabajo y, sin quitar la vista de los dos prisioneros se
dirigieron hacia la ciudad. Caminaron durante toda la noche y, al amanecer
divisaron la silueta de Alexandría*.
A las primeras horas de la mañana entraron en una bulliciosa ciudad que
empezaba a desperezarse. A aquella hora temprana, los comerciantes y
tenderos montaban sus puestos y poco a poco una alegre agitación llenó las
calles. El grupo se adentró por diversas callejuelas siguiendo los pasos segur os
de Jaíza. Al rato ésta se detuvo y se vol vió hacia su segundo.
- Djamil, encárgate tú de las provisiones y de preparar todo lo necesario
para un largo viaje por el desierto.
- ¿Dónde nos reuniremos excelencia?
- En la puerta sur. Dentro de dos días al caer la tarde.
Djamil hizo un gesto y dos de los hombres que acompañaban al grupo se
unieron a el, perdiéndose por una de las callejuelas.
La mujer se dirigió al Capitán.
- Nosotros buscaremos información respecto a Soran – dijo, adentrándose
decididamente por el enrevesado laberinto de calles.
- Parece que conoces bien la ciudad – dijo Trueno
- El viejo Haddi, nos proporcionará la información que buscamos – dijo la
mujer haciendo caso omiso al comentario del Capitán – Nadie entra ni
sale de la ciudad sin que él lo sepa.
Siguieron caminando hasta llegar a un inmenso zoco el cual estaba rodeado
por unas imponentes edificaciones antiguas, vestigio de una próspera época
pasada.
Goliath se quedó observando uno de los vetustos edificios que a pesar de su
decrepitud conservaba parte de su ampulosidad pretérita. Al darse cuenta de
ello Jaíza se diri gió a él.
- Es la biblioteca – dijo lacónicamente – En realidad, es lo que queda de
ella
* Alexandría tuvo una floreciente actividad comercial durante toda la edad media, siendo sede
de numerosas colonias de mercaderes mediterráneos. Los catalanes ( Condado perteneciente
a la Corona de Aragón en aquella época) tuvieron un importante consulado que se convirtió en
el centro del comercio de Levante.
En la antigüedad fue un importante centro de cultura y de ciencia alcanzando su máximo
esplendor entre los siglos IV i II a.C. reuniendo el número más grande de científicos y
pensadores de la historia (Eratóstenes, Aristarco, Euclides, Aristófanes, Arquímedes, etc.)
También es famosa por ser la sede de la inmensa biblioteca fundada en tiempos de Ptolomeo
(S. IV – III a.C.) En el año 48 a.C fue incendiada por Julio César durante el sitio a esta ciudad.
Posteriormente Marco Antonio la reconstruyó y la dotó de 200.000 volúmenes que hizo llevar
expresamente de Pérgamo.
Desde la época romana y con la llegada del cristianismo, de todas las instituciones alejandrinas
sólo quedó la biblioteca, que fue arrasada en el año 389 por Teodosio I, perdiéndose los
inmensos tesoros que en ella se guardaban.
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- A Crispín le hubiera gustado estar aquí en este momento – comentó
tristemente el gigantón - ¡Con lo que le gustaban los libros!
El Capitán miró a su amigo y vio como el tragaldabas disimulaba la lágrima que
le caía por la mejilla.
Jaíza siguió caminando hasta un extremo de la plaza. Se detuvo delante de la
entrada de lo que en otro tiempo fue una lujosa mansión. Al instante se
acercaron dos hombres cerrando el paso al grupo.
Jaíza se encar ó con ellos.
- ¡Apartaros de aquí, estúpidos! – gritó amenazándolos con la mirada –
¡Soy Jaíza, la “Hija del Diablo”! ¡Vengo a ver al gran Haddi!
Al oír aquel nombre los dos hombres se estremecieron. Desde el interior de la
estancia se oyó una potente voz.
- ¡Jaíza! ¡Alá ha escuchado mis plegarias! ¡Mis oídos me engañan! ¡No es
posible tanta felicidad! ¡Dejadle el paso libre, mastuerzos!
La mujer entró en el habitáculo. De pié, en el centro de la estancia se hallaba
un robusto anciano apoyado en un bastón. Jaíza se lanzó a sus brazos. El
hombre se emocionó con el encuentro.
- ¡Hacía tanto tiempo que no tenía noticias tuyas que empezaba a creer
que nunca más vol vería a verte! – manifestó el hombre.
- ¡Viejo bribón! ¿Cómo podías pensar tal cosa?
El viejo los invitó a entrar en la vetusta mansión. El Capitán, Goliath y Jaíza le
siguieron, mientras los hombres que los acompañaban se quedaban fuera.
Entraron en un confortabl e habitáculo.
- Si has venido a ver a este viejo es porque se trata de un asunto
importante.
- Buscamos a un hombre – dijo Jaíza – Creemos que desembarcó hace
algunos días.
- Por el tono que utilizas no me gustaría estar en su pellejo – respondió el
anciano – Si es alguien que ha pasado por alrededor de Alexandría es
posible que este pobre viejo pueda darte información.
- Su nombre es Soran, y creemos que pretende remontar el gran río,
aunque no sabemos con exacti tud su destino.
La expresión del anciano Haddi cambió de repente.
- ¿Le conoces? – preguntó el Capitán
- ¡Por los antiguos dioses, Jaíza! – respondió alterado el viejo - ¡Ese
hombre es un insensato ! ¡Y vosotros también si pretendéis seguirlo!
- Así que ha pasado por aquí. ¿Hacia dónde se dirige? – Preguntó
emocionada la pirata.
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- ¡Hacia su propia tumba! Escucha Jaíza te he cuidado y amado como si
fueras mi propia hija. No permitiré que vayas directa a la muerte. ¡No, si
puedo evitarlo!
- Pero Haddi...
- Seguiremos hablando mientras comemos. Supongo que tu y tus amigos
estaréis hambrientos – cortó tajantemente el anciano.
- No son mis amigos. En realidad son mis... aliados.
- ¡Hum! Veo que nuestra situación ha mejorado considerablemente – dijo
Trueno en voz baja al oído de Jaíza – Me alegra saberlo.
- Solo de momento – respondió ésta.
Haddi acomodó a sus invitados en una amplia estancia lujosamente decorada.
En el centro había diversas fuentes rebosantes de fr utas y exóticos manjares.
- No os preocupéis mi forzudo invitado – dijo Haddi dirigiéndose a Goliath
al tiempo que daba unas palmadas – Para vos he mandado preparar
algo especial.
Al instante entraron en la estancia dos esclavos portando en una enorme
bandeja un cordero asado.
- Veo que conocéis a la perfección las debilidades de vuestros invitados –
dijo Goliath
- Saberlo todo forma parte de mi trabajo.
- Si es así, sabrás hacia donde se di rige Soran – siguió el Capitán.
- ¿Insistís en ir tras sus pasos? Entonces es que estái s realmente locos.
- Sabemos que va en busca de un fabuloso tesoro. – dijo Jaíza con un
fulgor en la mirada - ¡Un tesoro digno de reyes y príncipes, y por el que
estoy dispuesta a enfrentarme a cualquier peligro! ¡Quiero ese tesoro y
para ello debo adelantarme a Soran!
- Conozco tu valor y tu resolución – respondió el anciano – No en vano te
llaman “la Hija del Diablo”, pero...
- ¡Necesito saber hacia donde va!
- Ya te lo dije antes. Se dirige hacia la muerte. Hace un par de semanas
desembarcó cerca de Alexandría un poderoso individuo. Tenía intención
de reclutar una pequeña caravana para remontar el río y luego
adentrarse en el desierto. Cuando los hombres con quienes hablaba
conocían el destino de la caravana, se negaban rotundamente a ir con
el. Finalmente consiguió reclutar unos pocos hombres, a base de
ofrecerles grandes cantidades de dinero. Partieron hace unos días hacia
el Oasis de Neb Hoteb.
- Entonces será fácil localizarlo – intervino el Capitán Trueno – Sólo es
cuestión de tiempo.
- ¡Ja, ja, ja! Estás muy equivocado - rió el viejo - ¡Nadie sabe dónde se
encuentra exactamente ese oasis! ¡Su sola mención causa pavor entre
los mas valientes! ¡Cuentan hor ribles historias de ese lugar!
- ¿Quieres decir que el Oasis de Neb Hoteb, no exi ste? – dijo Jaíza.
- Nadie ha estado allí jamás. Es una leyenda – concluyó Haddi
rotundamente.
- Creo que Soran sabe donde se hal la este oasis – observó el Capitán.
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- Como gustéis, amigos míos, pero lo mas seguro es que ese Soran se
pierda en el desierto o sea asaltado por alguna tribu nómada de
bandidos y acabe devorado por las alimañas de la noche.¡Vosotros
acabareis igual si vais tras sus pasos!
Cayó la tarde y Haddi dio alojamiento a Jaíza, al Capitán y a Goli ath.
Al anochecer el Capitán Trueno se encontraba en una terraza que daba a la
plaza. El ajetreo de las calles iba disminuyendo y el ir y venir de las gentes dio
paso a una r elativa calma.
Desde donde se encontraba el Capitán se divisaba una buena parte de la
ciudad. Las luces vespertinas le conferían un encanto especi al.
Jaíza se acer có hasta colocarse a su lado.
- De pequeña, me pasaba horas enteras contemplando los tejados de la
ciudad. Haddi se ocupó de mi cuando mis padres murieron, y me cuidó
como si fuera su propia hija.
- Debo confesar que eres una mujer desconcertante – dijo el Capitán –
Despiadada pero en el fondo sensible.
- No olvides que soy la “hija del Diablo”
- Has dado suf icientes muestras de ello.
Jaíza se retiró dejando solo con sus pensamientos al Capitán.
Trueno miró hacia el cielo. Una incipiente luna creciente despuntaba en la
oscura noche. Su pensamiento llegó hasta Thule, allí había dejado a Sigrid y a
su hijo Ragnar. Los echaba de menos; si seguía adelante quizá no los volvería
a ver de nuevo.
La aventura se había cobrado un precio excesivamente elevado.
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CAPÍTULO VI
¡ATAQUE EN EL DESIERTO!
- ¡Padre! ¡Padre, ven a ver esto! – gritó la muchacha que se encontraba
en la playa recogiendo pequeños cr ustáceos y moluscos que la tor menta
del día anterior había arrastrado hasta la arena, mientras se dirigía con
cara asustada hacia la cabaña que estaba a unos cien pasos de donde
se hallaba ella.
- ¿Qué sucede Oumaima? – dijo tranquilamente el hombre que salía del
interior de la cabaña - ¿Por qué gritas de esta manera?
La joven se acercó hasta su padre, un hombre fornido y curtido por el sol. Su
rostro, a pesar de tener el ceño fruncido por los gritos asustados de la chica,
mostraba serenidad y aplomo. Oumaima llegó corriendo hasta él y casi sin
aliento señaló hacia donde rompían las olas.
- ¿Qué es lo que te altera tanto Oumaima? – dijo tranquilamente el padre
de esta.
- ¡Allí! – indicó con el brazo extendido hacia un bulto oscuro que al
parecer las aguas habían traído hasta la orilla - Estaba recogiendo
cangrejos cuando lo vi – dijo sin dar mas explicaciones a su padre.
- Debe tratarse de algún pecio que la tormenta de ayer ha arrastrado
hasta la playa – manifestó tranquilizadoramente el hombre mientras se
dirigía hacia donde señalaba su hija – Seguramente nada que deba
preocuparte.
- No, padre. No es ningún pecio. ¡Se tr ata de un hombre!
Ante la manifestación de la muchacha, el padre aceleró el paso hacia donde se
percibía una masa oscura que se movía suavemente a consecuencia del
contacto con las olas que rompían en la playa. Cuando estuvo a poca distancia
se dio cuent a que su hija no se había equivocado: ¡Se trataba de un hombr e!
Oumaima había segui do de cerca a su padre
- ¿Está muerto? – preguntó la muchacha asomando el rostro por detrás
del hombro de su padr e.
- Eso parece – respondió éste acercándose al cuerpo inerte que se
encontraba apenas a unos pasos – Sin duda se trata de un náufr ago que
la resaca de la tormenta ha hecho llegar hasta la costa.
Entre los dos arrastraron el cuerpo hasta sacarlo completamente fuera del
agua. Luego le dieron la vuelta. Se trataba de un hombre joven; sus ropas
parecían harapos y dejaban entrever las magulladuras y las heridas producidas
por la violencia de los embates de las olas. Su enmarañado pelo rubio le cubría
las facciones del r ostro.
- Debe de tratarse de una víctima del temporal de ayer – dijo la muchacha
- ¿Qué vamos a hacer , padre?
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- No podemos dejarlo aquí a merced de los carroñeros. Dentro de poco
las gaviotas lo despedazarán. Ayúdame a llevarlo detrás de la cabaña,
Oumaima. Allí prepararé lo necesario para darle digna sepultura.
La chica apartó los pelos que cubrían la cara del náufrago, cuando de forma
imperceptible, éste entreabri ó los ojos.
- ¡Padre, está vivo! – gritó la muchacha.
- ¡No es posi ble! ¡Nadie puede sobrevi vir al mar con esa tormenta!
El padre de Oumaima se acercó y examinó detenidamente al joven. Acercó su
oreja al pecho del muchacho y aunque de una forma tenue, percibió unos
débiles latidos.
- ¡Mil veces sea loado Alá! ¡Tienes razón hija mía, este joven no está
muerto! ¡Ayúdame! ¡De prisa!
Rápidamente lo llevaron hacia el interior de la cabaña, donde el padre de la
muchacha, después de cubrir el cuerpo inconsciente con unas mantas,
encendió un poco de fuego en la chimenea para calentar al náufrago. Éste
pareció reaccionar al calor y empezó a r espirar débilmente.
- Está extenuado. Será muy difícil lograr que se recupere totalmente. No
se si lo conseguiremos.
- Seguro que sí padre. Si no fuera así Alá no lo habría traído hasta
nosotros. Este joven caball ero es una señal del cielo.
El hombre se quedó contemplando al infortunado náufrago y sintió como una
extraña sensaci ón recorría su cuerpo.
- Ahora debe descansar. No te apartes de él Oumaima – dijo el hombre
saliendo de la caseta.
El aire límpido le acarició el rostro. Contempló el cielo en el que tan solo se
veían a lo lejos, en el horizonte, unas imponentes nubes que indicaban la
ferocidad de la tormenta del día anterior. Caminó hacia unas rocas y se sentó
en una de ellas. El suave ruido de las olas que llegaban a la orilla le perdió en
sus pensamientos. Un terrible presentimiento se apoderó de él.
Lejos de allí, tres barcazas habían zarpado cerca de Alejandría remontando el
Nilo. En ellas viajaban Jaíza, el Capitán Trueno y su inseparable amigo Goliath,
el lugarteniente de la “Hija del diablo” Djamil y unos pocos guerreros
pertenecientes a la tripulación del barco de la pirata. Llevaban además
monturas fuertes para poder cruzar el desierto y unos cuantos camellos para
transportar las provisiones.
- No me gusta nada todo esto Jaíza – comentó manifiestamente molesto
su hombre de confianza
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- ¿Qué es lo que te preocupa Djamil? – dijo la mujer.
- Entre nuestros hombres se rumorea nos dirigimos hacia un lugar
maldito, y esto les inquieta.
- ¿Tienen miedo o, acaso lo tienes tú? ¿Desde cuándo te asustan las
habladurías de un puñado de ignorantes? – Comentó la mujer.
- ¡Sabes muy bien que no le temo a nada! – Replicó Djamil – ¡Pero eso no
significa que me guste la empresa! Veremos como responden nuestros
hombres.
- ¡Bah! ¡El sonido del oro hará que respondan magníficamente!¡Y te
aseguro que al final de este viaje habrá suficiente metal precioso para
poder bañarnos en él!
- Además – prosiguió Djamil - aún no entiendo porqué no te has li brado de
ese Capitán Trueno, ahora que sabemos hacia donde nos dirigimos.
Estoy convenci do de que sól o nos traerá problemas.
Jaíza se puso muy ser ia y se dirigió secamente a Djamil
- No sabemos a qué peligros deberemos enfrentarnos. El Capitán Trueno
y su amigo son dos guerreros temibles, tu mismo los has visto luchar, y
nos pueden resultar muy útiles. Ya no son mis prisioneros. Son mis
aliados.
- Por el tono en que hablas de ese cristiano se diría que sientes una
extraordinaria admiración hacia ese hombre. Ten cuidado excelencia –
remarcó con ironía - No te dejes llevar por...
- ¡Silencio! – cortó secamente la mujer pirata.
Djamil se apartó de su capitana refunfuñando por lo bajo mientras paseaba la
mirada por la barcaza. En el otro extremo observó que, sentados en unos
fardos de provisiones se encontraban el Capitán Trueno y su viejo amigo
Goliath. Los dos tenían el semblante serio. La pérdida de Crispín había sido un
golpe terriblemente duro y les había producido un gran dol or.
- Todavía no puedo cr eer que Crispín haya muerto – comentó melancólico
el gigantón de Goliath mientras contemplaba las aguas del Nil o.
- A mi me sucede lo mismo, amigo – dijo Trueno – Me cuesta hacerme a
la idea. Quizás logró nadar hasta la orilla, pero... la tormenta era
demasiado violenta para que nadie pudiera sobrevivir si caía al agua.
Debemos aceptar la dura realidad.
- ¡Qué terrible disgusto va a tener Sigrid cuando se enter e de la noticia!
¡Sigrid! ¿Cuánto tiempo tardaría el Capitán Trueno a poder ver de nuevo a su
amada? ¿Y a su hijo, Ragnar? Seguro que su madre le cantaba aquellas
dulces baladas vikingas para arrullarlo, y la vieja Klundia, la “hechicera”, lo
divertiría con alguno de sus juegos de pr estidigitación.
Sumido en sus pensamientos no advirtió que Jaíza se había acercado hasta
colocarse cerca de él.
- Desde que hemos embarcado no has dicho nada. Has estado
absolutamente call ado – dijo ésta sentándose a su lado.
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Trueno contempló a la bella pirata. En su rostro iluminado por el sol,
destacaban simétricos sus ojos azabache, enmarcados por unas largas y
negras pestañas. La perfilada nariz daba paso a unos carnosos labios. La
cálida brisa mecía sus cabellos definiendo un hermoso semblante y sus ropas
masculinas no conseguían di simular su contorneado y atr activo cuerpo.
Ante el silencio de Trueno la muchacha pr osiguió.
- Por tu mirada melancólica interpreto que estas pensando en alguien que
tiene robado tu corazón. Una mujer a quien amas y que seguramente
estará esperando con ansia tu regreso.
Trueno observó a Jaíza y asi ntió.
- No te equivocas.
- Es hermosa, ¿verdad?
- Si. Muy hermosa.
- Sin duda se trata de una mujer afortunada – dijo tristemente Jaíza - En
cambio a mí, no me espera nadie. Solo el mar, y mi nave.
- Tú has elegido esta vida – le contestó lacónicamente Trueno.
- Te equivocas Capitán Trueno. ¡Yo no elegí ser pirata! ¡No tuve elección!
Los cristianos en nombre de vuestro dios mataron a mis padres y mis
hermanos delante de mí. ¡Por Alá que jamás vi tanta saña ni crueldad en
matar a unos indefensos labradores que nunca habían hecho daño a
nadie! Yo sólo tenía cuatro años. Me cogieron y me vendieron como
esclava. Me obligaban a... – Jaíza no pudo continuar. Un nudo en la
garganta le impedía hablar - ¡Juré por lo mas sagrado que mi venganza
sería terrible!
Trueno abrazó a la mujer que entre sollozos continuó su relato.
- Cuando tenía doce años, un rico comerciante me compró a los dueños
del lupanar en el que me obligaban a trabajar. Temía lo peor, pero
estaba equivocada. Se trataba de Haddi; se apiadó de mí y me rescató
de aquel sórdido lugar. Me llevó con él tratándome como si fuera su
propia hija. Me instruyó como a un hombre en el manejo de las armas y
me inició en sus negocios. Gracias a ello conseguí una importante
fortuna personal que me permitió fletar una nave y llevar a cabo mi
venganza como l a “Hija del diablo”.
- Una venganza sin límite por lo que parece. – reflexionó el Capitán –
Aquellos que te arrebataron a tu familia en nombre de un dios actuaron
cruelmente, pero ¿en nombre de qué dios actúas tu? Tu dios se llama
odio, y es terriblemente cruel; cientos de muertes abrasan tus manos, y
todo ello ¿a cambio de qué? ¿Encuentras algún placer en hacer sufrir a
otros como tú sufriste una vez? ¿Qué es lo que has conseguido bajo el
pabellón de la venganza? Que te teman, que te respeten por miedo y
poca cosa más. Al final de tus viajes cuando vuelves a puerto, tu misma
lo has dicho antes, nadie te está esperando con afecto.
51
Jaíza miró fijamente al Capitán, y sin pensarl o dos veces se abal anzó hacia él y
le besó en los labios. Ante la fría reacción de Trueno, la muchacha se apartó y
desvió la mirada.
De lejos Djamil había observado toda la escena.
La estancia estaba totalmente a oscuras. Un frío glacial recorría su cuerpo.
Difusas figuras discurrían delante de él mencionando su nombr e.
Las voces se mezclaban con gritos, y estos a su vez se tornaban susurros.
Inconexas imágenes desfilaban a una velocidad vertiginosa dejando paso a
otras que aparecían y desapar ecían lentamente.
Un extraño símbolo parecido a una pi edra radiante se acercaba y alejaba de él.
Grandes risas y fuertes llantos se sucedían entre los oscuros recuerdos,
mezcla de sueños y realidades.
Los rostros de sus amigos se iban deformando hasta convertirse en terribles
monstruos de pesadill a que se abal anzaban haci a él alargando sus zar pas para
arrebatarlo y hundirlo a las tinieblas
De pronto, una lejana luz que se iba aproximando lentamente dibujó de forma
difusa una silueta hasta conf igurarse en un hermoso rostro.
Abrió, de repente los oj os.
- Calmaros joven caball ero – le tranquilizó una dul ce y agradable voz
- ¿Dónde estoy? ¿Qué ha sucedi do?
- Debéis descansar – dijo Oumaima, intentando sujetar a Crispín que
intentaba incorporarse – Todavía no habéis recuperado todas vuestras
fuerzas.
Tenía un fuer te dolor de cabeza y ésta l e daba vueltas. Le parecía despertar de
una horrible pesadilla. Una desagradable sensación de náuseas le obligó a
tumbarse de nuevo en el jergón en el que estaba acomodado.
- Hemos temido por vuestra vida – continuó la chica – Afortunadamente
os habéis ido recuperando poco a poco.
- Pero... – balbució Crispín - ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Quién eres?
¿Dónde están mi s amigos?
- Preguntáis demasiado, joven amigo, para despertar de un sueño
próximo a la muerte – El padre de Oumaima había entrado en aquel
momento en la estancia – Todas vuestras cuestiones tendrán su
respuesta en cuanto hayái s descansado y recuperado vuestras fuerzas.
Crispín seguía sin comprender nada, y miró interrogativamente al hombre que
tenía delante de él.
- Mi nombre es Selim, y ésta es mi hija Oumaima. Ella os ha estado
cuidando desde que os recogimos hace una semana en la playa. Sin
duda caísteis al mar a consecuencia de la tormenta, y lograsteis llegar
milagrosamente hasta la costa. Hasta ayer os habéis estado debatiendo
entre la vida y la muerte. Ya os ha dicho mi hija que hemos temido
perderos a pesar de nuestros cuidados.
52
- Todo está muy confuso en mi cabeza pero creo que empiezo a recordar
– dijo Crispín llevándose la mano a la frente, como si quisiera apartar el
dolor – Estábamos prisioneros en el bajel de la “Hija del diablo” y aquella
ola me arrebató de la cubierta. No recuerdo nada más. ¡He de encontrar
a mis amigos!
- Tranquilo – Selim impidió suavemente que Crispín se incorporara de
nuevo – Ahora debéis descansar. Mañana veremos qué es lo que
podemos hacer para localizar a vuestros compañer os.
Selim se levantó y salió pensat ivo de la cabaña dejando a Crispín al cuidado de
su hija Oumaima.
Al día siguiente, al amanecer, Crispín se levantó de su lecho. Se encontraba
prácticamente restablecido aunque algo débil. Salió de la cabaña y vio a Selim
sentado frente a la orilla y contemplando absorto el horizonte. El muchacho se
acercó a él.
- Disculpad si os interrumpo amigo Selim, pero creo que todavía no os he
dado las gracias a vos ni a vuestra hija por los cuidados y atenciones
que me habéi s dedicado. Mi nombre es Crispín.
- No tiene ninguna importancia – respondió Selim – Estoy convencido que
vos hubierais hecho lo mismo por mi o por mi hija.
Entonces Crispín se fijó en el tatuaje que llevaba Selim en el hombro. Era una
especie de dibuj o que representaba una piedra radiante.
- ¡Este símbolo! – exclamó – ¡Lo he visto antes, en sueños!
Selim miró directamente a los oj os del joven.
- Amigo Crispín, venid conmigo – indicó Selim al muchacho señalando
unas rocas que había cerca de la orilla. El muchacho obedeció intrigado
por el semblante serio que mostraba el hombre.
- De pronto os habéis puesto muy serio ¿He dicho algo que pueda
ofenderos? – preguntó
- De ningún modo – le tranquilizó Selim, esbozando una leve sonrisa – No
se trata de ninguna ofensa, pero debo hablaros de un asunto que me
preocupa. Veréis, estos días en vuestro delirio a causa de la fiebre
habéis estado mencionando varias veces una extraña palabra: oricalcio
– Crispín quedó perpl ejo – Y por lo que he podi do deducir vos y vuestr os
amigos, que habéis mencionado en sueños, os dirigíais hacia el lugar
donde se halla esta sustanci a.
- No... Se trata de leyendas. Nosotr os... – Crispín estaba desconcertado.
- ¡Estáis en un error! ¡No se trata de ninguna leyenda! – cortó Selim –¡ El
oricalcio existe!
- ¿Cómo podéis estar tan seguro? Sin duda lo que pude decir entre mis
alucinaciones era debido a que alguna vez he leído algún cuento
respecto a ese material. Seguro que no existe. ¿Acaso lo habéis visto
alguna vez? – inquirió Crispín.
53
Selim no respondió. Su mirada se dirigió hacia el horizonte y después de unos
instantes de silencio, roto solamente por el graznido de unas gaviotas que
revoloteaban alrededor, el hombre prosiguió.
- Algo me dice que puedo confiar en vos – dijo calmadamente Selim –
Este tatuaje que llevo en el hombro y que decís haber visto en vuestros
sueños, es la marca de los guardianes de la piedra del “fuego de los
dioses”. Sólo unos pocos elegidos saben el lugar exacto donde se
encuentra y nuestra misión consiste en custodiar la preciosa sustancia y
evitar que caiga en poder de gente ambiciosa y pueda utilizar su
destructivo poder en su propio beneficio. El fuego de los dioses se trata
de un arma terrible.
- Precisamente, mis amigos y yo intentábamos evitar que un individuo sin
escrúpulos llamado Soran se apoderara del oricalcio. Consiguió robar
unos pergaminos que indicaban el lugar donde está el oricalcio.
- Los guardianes que se encuentran actualmente en la ciudad se habrán
percatado ya de ese hombr e.
Brevemente Crispín relató el modo en que Soran robó los documentos que
hacían referencia al oricalcio y como habían sido hechos prisioneros por Jaíza,
la mujer pirata. Selim estuvo otro rato meditando.
- Creo que decís la verdad, y vuestra misión es justa. Os ayudaré – dijo
finalmente Selim – aunque debo adver tiros caballero Crispín que se tr ata
de una empresa terriblemente peligrosa. El lugar donde se encuentra el
oricalcio y que sin duda es hacia donde se dirige ese Soran y también
vuestros amigos es un lugar maldito por los dioses.
Después de varios días de navegación remontando el Nilo, la pequeña
expedición de Jaíza se adent ró en el desierto.
- ¡Este calor es insoportable! – gruñía Goliath – ¡Pero más insoportable es
no tener nada más apetitoso que llevarse a la boca que un puñado de
dátiles confitados! ¡Qué daría yo por un buen cordero asado!
- Dudo que tuvieras con qué asarlo – respondió el Capitán abriendo los
brazos intentando abarcar el desolado aspecto del inmenso arenal que
les rodeaba.
Al caer el sol se detuvieron un momento. El Capitán se acercó a Jaíza,
mientras desmontaba
- Las indicaciones que nos dio Haddi, tu viejo preceptor, junto con estos
pergaminos que me proporcionó Morgano, nos permitirán encontrar la
localización del oasis de Neb Hoteb con mayor exactitud – comentó
Trueno – Allí quizás podamos detener a Soran.
- Soran nos lleva mucha ventaja – dijo la pirata – Hemos de acelerar el
paso.
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- Nos quedan todavía muchas jornadas de camino y no debemos forzar
las monturas, además, a pesar de los mapas es posible que nos
dirijamos hacia ninguna parte y debemos ser precavidos.
En ese momento, Un retumbar de cascos de caballo apagado por la arena hizo
volver la cabeza al Capitán. Vio a una corta distancia a Djamil lanzándose al
galope hacia él. Iba inclinado a un lado, alzando su espada y preparado para
asestar un golpe mortal.
- ¡Al suelo! – gritó Goliath
Trueno no oyó más que el retumbar de los cascos mientras se arrojaba hacia
un lado para esquivar el traicionero ataque de Djamil. Jaíza se interpuso entre
el Capitán y su atacante al ver que éste hacía dar la vuelta a su caballo para
atacar de nuevo.
- ¡Alto Djamil! – ordenó la mujer - ¿Qué es lo que pretendes? ¿Qué
significa este ataque?
- ¡Aparta Jaíza! – gritó casi fuera de si, mientras hacía revolver su caballo
para evitar arrollar a su capitana - ¡No quiero hacerte ningún daño! ¡Solo
quiero acabar con ese maldito Capitán Trueno!
- ¿Te has vuelto loco? – replicó
- ¡Ese hombre te ha sorbido el entendimiento! ¡Te has enamorado de él y
lo aprovecha para engañarte! ¡Si continúas escuchándol e nos traerá la
desgracia a todos! – vociferaba Djamil señalando amenazadoramente
con su arma al Capitán - ¡Quiere el tesoro para el solo!
- ¡Mientes! ¡Has intentado librarte de él desde el primer momento!
Djamil haciendo caso omiso de Jaíza se revolvió en su caballo alejándose un
trecho con el fin de poder coger carrerilla para atacar de nuevo.
El Capitán se había levantado prestamente y había montado en su cor cel.
Jaíza desenvai nó su espada y se la entregó a Trueno que iba desar mado.
- ¡Ten cuidado Capitán! ¡Djamil es un gran luchador!
- ¡Sabré defenderme! – respondió Trueno mientras cogía el arma que le
entregaba la mujer.
Dominando su montura, el Capitán se alejó del grupo y se dispuso a
enfrentarse en un duelo a muerte contra el pérfido Djamil
Camuflados entre la arena de una gran duna unos penetrantes ojos
observaban la escena.
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CAPÍTULO VII
¡EL OASIS MALDITO!
El ardiente sol había empezado a declinar y las alargadas sombras de las
áridas formaciones del desierto, daban un fantasmagórico aspecto al desolado
paisaje.
Los dos contendientes estaban frente a frente, observándose, dando la
impresión que ninguno de los dos se atrevía a ll evar la iniciativa.
Djamil mas impulsivo, lanzó su caballo contra el Capitán que esperaba con
serenidad el embate manteniendo la guardia preparada para repeler el golpe.
Lanzado como una tromba el pirata lanzó un gran tajo que el Capitán paró al
instante, sin responder. Djamil espoleó a su caballo haciéndolo girar hacia un
lado y hacia otro con el fin de desconcertar a su rival. El Capitán se contentó
con obligar a su corcel a dar la vuel ta de manera que estuviera siempre frente a
su adversario, el cual le asestaba tremendos tajos y estocadas que Trueno
paraba sin excesi va dificultad.
- ¡Maldito Capitán Trueno! ¡He de acabar contigo! – vociferaba Djamil
mientras seguía golpeando enfurecidamente sin conseguir que este
bajara la guardia.
- ¡Basta ya Djamil! ¡Esto no nos llevará a ninguna parte!
Trueno, hasta el momento sólo se defendía sin atacar a fondo a su enemigo.
En realidad estudiaba la estrategia de su contrincante intentando descubrir los
puntos débiles por donde acometer lo.
La táctica del Capitán era arriesgada ya que su oponente se trataba de un
guerrero experimentado aun a pesar de ello la mantuvo dur ante unos minutos.
- ¡Eres un cobar de! – gritaba Djamil, mientras embestía a su contr ario.
El terrible combate era seguido con gran expectación por Jaíza, Goliath y los
hombres de la pirata.
Preocupado por el asombroso duelo que se desarrollaba ante ellos, Goliath no
pudo reprimir una exclamaci ón:
- ¡Cuidado Capitán! ¡Djamil es capaz de cual quier traición!
A pesar de su inquietud por la contienda el noble cascanueces no qui taba el ojo
de los hombres de la “Hija del diablo”, atento a cualquier actitud hostil que
estos pudieran manifestar.
Jaíza seguía cada uno de los movimientos de los dos combatientes con gran
atención. Aquella situación la desconcertaba y le producía una gran desazón.
Apreciaba a los dos contendientes pero era incapaz de tomar partido por uno
de ellos. Tenía un cierto afecto hacia su lugarteniente pero a la vez sentía una
56
gran admiración por el Capitán. ¡Una dura disputa consigo misma acompañaba
la contienda que tenía lugar en las arenas del desier to!
De pronto Djamil obligó a su montura a dar un salto y acto seguido se precipitó
hacia su rival intentando chocar con el otro para conseguir con el golpe hacer
caer al Capitán.
- ¡Veo que conoces buenas tretas! – dijo Trueno que estaba al quite y
logró evitar el encontronazo
A continuación se trabaron en una fiera lucha en la que se intercambiaban
feroces y terribles golpes a un lado y a otro con el único objetivo de herir al
contrario.
- ¡He de traspasarte el corazón, maldito cristiano! – gritaba el hombre de
Jaíza, desesper ado al ver que no conseguía herir a su oponente.
De improviso el Capitán volvió grupas con rapidez y corrió al galope como si
pretendiese hui r. Aquella actitud sorprendió a todos los presentes.
- ¡Ja, ja, ja! ¡Mirad al gran Capitán Trueno! – se regocijó Djamil - ¡Parece
que está asustado!
Y al momento se lanzó tras su enemigo.
El Capitán se detuvo en seco y plantó cara ante su adversario que se acercaba
lanzado a toda carrera.
Al ver que el Capitán le esperaba firmemente Djamil desvió ligeramente su
caballo y frenó su carrera al llegar a la altura de Trueno trabándose de nuevo
los dos en el combate, con mayor saña.
De improviso, el Capitán se alzó sobre los estribos con intención de atajar un
tremendo mandoble pero al momento se inclinó, bajó la cabeza y acometió al
pirata con una cer tera estocada.
Un pavoroso alarido cruzó el aire mientras Djamil se desplomaba pesadamente
sobre su caballo dejando caer la espada. El acero del Capitán le había
atravesado el costado.
Djamil, herido gravemente se mantuvo en la silla, mientras la sangre empezaba
a manar abundantemente. Trueno desmontó del caballo y se dirigió hacia él
con el fin de prestarle auxilio. Djamil entreabrió los ojos y balbució
incomprensibles maldiciones hacia el Capitán y con las pocas fuerzas que le
quedaban espoleó su montura, ésta obediente a la presión de su jinete se
encabritó y dando un sober bio salto galopó alejándose haci a el desierto.
Cuando había recorrido una buena distancia, Djamil cayó definitivamente del
caballo. La heri da era mortal.
Al ver caer herido mortalmente a su cabecilla, dos de los piratas desenvai naron
sus armas e intentaron acercarse amenazadoramente al Capitán que volvía
cabizbajo hacia donde estaba el resto de la pequeña expedi ción.
57
- ¡Alto ahí, mastuerzos! – intervino Goliath agarrando a los dos hombres
en vilo y haciendo entrechocar sus cabezas - ¡Ahora ya sabéis porqué
me llaman “el Cascanueces”!
Antes de que el resto de hombres pudiera reaccionar Jaíza se irguió ante ellos
llevando la mano al pomo de su puñal .
- ¡Quietos todos! – ordenó imperiosamente - ¡El Capitán Trueno ha
vencido a Djamil en buena lid!
Los piratas se miraron entre ellos sin saber qué hacer. Jaíza prosiguió en un
tono imperativo que no dejaba lugar a dudas al tiempo que acariciaba la
empuñadura de su daga:
- ¡Sé que apreciabais a Djamil, pero no ol vidéis que soy la “Hija del diablo”
y que estáis bajo mis órdenes!¡Si alguno de vosotr os quiere discutirlo...!
Los piratas acataron silenciosamente, pues temían a su capitana y la
respetaban. Silenciosamente se dirigieron hacia donde había caído Djamil para
recoger su cuerpo y darle sepultura para evitar que las alimañas del desierto se
cebaran en él. Cuando se cruzaron con el Capitán pudieron observar que este
no mostraba ninguna actitud de orgullo ni de satisfacción, más bien parecía
estar poco satisfecho del triunfo consegui do.
Finalmente, al ver que estaba anocheciendo y agotados como estaban, el
pequeño grupo acampó y se preparó para pasar la noche. Encendieron
pequeñas hogueras alrededor del campamento, que alimentaban con ramas
secas y e xcrementos de ca mello*, para alejar a los animales que pul ulan por el
desierto durante la noche.
Sentados junto a uno de los fuegos se encont raban el Capitán, Goliath y Jaíza.
- Lamento haber tenido que acabar con la vida de Djamil. No logré hacerle
entrar en razón.
- No lo lamentes – respondió la mujer – Estaba ofuscado y no atendía a
razones. Además te odiaba desde el primer momento en que te cruzaste
en su camino. Juró acabar contigo a la primera oportunidad y fiel a su
palabra lo intentó.
- No pareces muy afectada por su muerte. Djamil era tu hombre de
confianza y tenía un gran ascendente entre tu tripulación – intervino
Goliath.
- Era un buen oficial, no puedo negarlo, pero cada vez se mostraba más
osado, incluso en alguna ocasión se había atrevido a contradecir mis
órdenes. En realidad empezaba a ser un estorbo.
- A juzgar por lo que comentas quienes opinan que tienes el corazón de
piedra no se equivocan – dijo Trueno.
- Simplemente procuro por mis intereses. Con su muerte seremos menos
en repartir el tesoro.
* Auténtico
58
- El tesoro...
El Capitán y Goliath intercambiaron una cómplice mirada. El gigantón asintió.
- Jaíza, hemos mantenido la farsa hasta ahora – empezó el Capitán –
pero creo que ha llegado el momento de que sepas la vedad respecto a
ese supuesto tesoro. Tan sólo existe en tu imaginación. ¡No hay tal
tesoro!
La pirata soltó una sonora carcajada
- ¡Por supuesto que no existe! ¡Tu y tu amigo habéis viajado desde los
mares del norte hasta este t órrido desierto sólo para dar un paseo!
- Piensa lo que quieras, pero te estamos di ciendo la verdad.
- ¡Claro! Por esa razón te has empeñado en perseguir a Soran, para
explicarle que él también está equivocado ¿Qué piensas decirle cuando
lo encuentres? ¿Qué lo lamentas mucho pero que no hay ningún tesoro
y por lo tanto ya puede dar media vuelta? ¡Te advierto Capitán Trueno
que no me gusta que me tomen por estúpida, ni que intenten
engañarme! ¡Ya soy mayorcita y aunque seamos aliados no permitiré
que te burles de mi! Empiezo a creer que Djamil tenía razón y lo único
que pretendes es quedarte el tesoro sólo para ti.
Al ver el empecinamiento de la mujer Trueno no insistió más.
- Creo que deberíamos retirarnos a descansar. Mañana será un día
terriblemente duro.
Cuando Jaíza se r etiró Goliath se acercó a su compañer o.
- ¿Cómo crees que reaccionará cuando se de cuenta de la verdadera
naturaleza de “su tesoro”?
- Lo ignoro viejo Cascanueces, pero debemos estar preparados para lo
peor. Seguro que no se lo toma con sentido del humor y es muy posible
que debamos también combatirla ya que probablemente quede atrapada
por el poder hipnótico de la ambición que despierta cualquier objeto que
rezume poder o riqueza.
Cuando los hombres de Jaíza se distribuyeron los turnos de guardia el Capitán
y Goliath se retiraron a descansar.
Era entrada ya la noche, cuando sigilosamente y sin ser vista una siniestra
sombra se acercó al reducido campamento.
De pronto un espantoso alarido despertó sobresaltadamente al Capitán y al
resto del grupo.
- ¿Qué ha sido eso? – preguntó Goliath medio adormilado
- Parece que venía de la dirección donde estaba el centinela – dijo Jaíza
que se había unido a ell os.
59
En unos instantes el Capitán y Goliath llegaron hasta donde se suponía que
debía encontr arse el guardia.
- Algo grave debe de haber sucedido – murmuró Goliath mostrando su
preocupación al ver que el hombre no estaba en su lugar.
Jaíza se acercó a ellos portando una tea. La acercó al suelo y su luz iluminó la
arena removida.
- A juzgar por las huellas parece que alguien se ha arrastrado hacia
aquella dirección – comentó el Capitán.
Entonces Goliath vislumbró algo en la oscuridad, y llamó la atención de su
amigo:
- ¡Allí! – dijo señalando con la mano.
A pocos pasos de distancia se intuía un bulto en el suelo levemente silueteado
por un tenue resplandor que destacaba en la oscuridad reinante del lugar.
Se acercaron rápidamente descubriendo que se trataba del cuerpo del
centinela horriblemente deformado a causa de lo que parecían horrendas
quemaduras.
Cuando la mujer pirata lo vio no pudo reprimir un grito de espanto
- ¡Es horrible! – exclamó apartando la mirada y apoyándose en el Capitán
- ¡Quién ha podido cometer semejante atrocidad!
- ¡Dios mío! – exclamó Trueno apartando a Jaíza y acercándose para
observar con detenimiento el cuerpo del desgraciado pirata. Vio que
tenía un dardo clavado en el pecho y su rostro mostraba una terrible
mueca de dolor. Sus ropas estaban prácticamente calcinadas dejando
entrever espantosas quemadur as - ¡Parecen los efectos del oricalcio!
- ¿Ori qué? – interrogó la mujer.
- Oricalcio. Algunos lo llaman el “fuego de los dioses” – explicó Goliath.
Jaíza miró interrogativamente a los dos compañeros. Ambos mantenían una
expresión de seria preocupación.
- Debemos alejarnos de aquí – ordenó el Capitán – No creo que se trate
de un ataque en regla, puesto que estábamos todos a merced de
cualquiera que deseara atacarnos. Me inclino a creer que se trata de un
serio aviso de alguien que no quiere que sigamos adelante. Lo más
prudente es que estemos juntos y alerta. Dentro de pocas horas
amanecerá y podremos ver si nuestros atacantes han dejado algún
rastro. Entonces daremos sepultura a este pobre desdichado
En cuanto se reagruparon de nuevo en el pequeño campamento, Jaíza se
plantó delante del Capitán.
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- ¡Un momento Capitán Trueno – dijo secamente la mujer - ¡Exijo una
explicación respecto a lo que le ha sucedido a mi hombre, y parece que
vosotros dos sabéi s algo de lo que le ha ocurrido!
- Suponemos que el centinela ha sido atacado con una extraña sustancia
llamada oricalcio – empezó a relatar el Capitán – Se trata de un
elemento mortal y con un terri ble poder destructivo.
- ¿Oricalcio? He oído hablar de él. Siempre he creído que se trataba de
fábulas que contaban los charlatanes para entretener a las gentes.
- Aunque puedan parecer cuentos para niños esa materia existe. Se trata
del tesoro que persigue Soran. Aunque te cueste creerlo su único
objetivo es encontrar esta sustancia y apoderarse de ella.
- Si lo consigue – añadió Goliath – las consecuencias pueden tener unas
terribles proporciones. Soran es un hombre ambicioso y cruel, nada le
detendrá para conseguir sus propósitos. Nosotros vamos tras él para
intentar echar al traste todos sus si niestros planes.
La “Hija del diablo” se mantuvo silenciosa. Estaba confundida. Contemplaba
las débiles llamas de la hoguera. Trueno se acercó a ella.
- Ahora ya sabes la verdadera naturaleza de nuestra misión y estamos
resueltos a llevarla a cabo. Ese tesoro no es más que una terrible arma
con un poder devastador. Cuando Haddi, tu viejo mentor se enteró de
que nos dirigíamos hacia el oasis de Neb Hoteb se mostró terriblemente
preocupado, ¿recuerdas? Dijo que se trataba de un lugar maldito; ahora
ya sabes por qué. Sin duda Soran se dirige hacia allí si no ha tenido un
final como el del pobre centinela.
Jaíza se agachó junto a los rescoldos de la hoguera. Los removió y una débil
llama iluminó su bello rostro.
- ¿Qué piensas hacer ahora? Puedes unirte a nosotros para evitar que
Soran consiga sus propósitos, o luchar contra él para obtener el “fuego
mortal”
En la cabeza de Jaíza bullían un torbellino de ideas contradictorias y
sentimientos encontrados. Necesitaba tiempo para poner en orden todos sus
pensamientos. Quizás en otro momento no hubiera dudado ni un instante, pero
desde que conocía al Capitán Trueno, éste la había hecho reflexionar y
cuestionarse sobre un montón de cosas y ah ora, aquella mujer terrible y temida
por todos, segura de si misma y autoritaria, era un mar de dudas y por primera
vez en su vi da estaba indeci sa.
- ¡Dejadme en paz! – gruñó entre dientes la muchacha.
En cuanto las primeras luces del amanecer hicieron su aparición, el cansado
grupo se puso de nuevo en marcha. Los hombres de la pirata parecían
asustados y ésta se mantuvo call ada.
Al poco rato, Goliath acercó su montura a la del Capitán.
61
- Tengo la impresión de que nos están siguiendo desde que nos hemos
puesto en movimiento.
- A mi me sucede lo mismo, aunque no consi go vislumbrar a nadie.
- ¿Crees que pueda tratar se de Soran?
- No lo creo. El centinela fue atacado con un dardo impregnado de
oricalcio. Si Soran lo hubiera descubierto y lo tuviera en su poder, no se
entretendría con nosotros, puedes tener la certeza que en estos
momentos lo estaría ofreciendo al mejor postor.
- Entonces, ¿ de quién puede tratarse?
A medida que el sol se alzaba rápidamente en el horizonte el agobiante calor
obligaba a la pequeña caravana a avanzar cansinamente. Cuando apenas
había transcurrido una hora desde que habían puesto en marcha los animales
empezaron a mostrarse inquietos negándose a caminar y intentando tumbarse
en el suelo al tiempo que emitían unos agónicos lamentos. Alertados por el
comportamiento de estos, los hombres miraron hacia el ondulado horizonte. Un
velo amarillo fue cubriendo el cielo i espesas olas de arena ensombrecían el
sol. ¡Una gran nube de ar ena se dirigía hacia ellos a gran velocidad!.
- ¡Parece una tormenta de arena! ¡Debemos protegernos! – gritó el
Capitán.
- ¡El Khamsin!* – gritaron asustados los hombres de Jaíza
- ¡Que nadie se separe del grupo! ¡Podría extraviarse y eso sería su
muerte! – añadió Goliath que intentaba controlar a los cada vez más
nerviosos animales.
En unos minutos una inmensa nube de arena y polvo los envolvió. El fuerte y
ardiente viento les obligaba a avanzar muy lentamente y sin saber hacia dónde
se dirigían. Se habían sujetado entre ellos con cuerdas para evitar ser llevados
por la furia de la tormenta. Les resultaba muy difícil respirar a pesar de que se
habían cubierto los rostros envolviéndose con grandes pañuelos y la fina arena
se les metía por todas partes lacerándolos dolorosamente debido a la potencia
del terrible viento. A todo ello se debía añadir la elevada temperatura reinante
que convirtió aquella parte de la travesía en un auténti co suplicio.
La tormenta duró varias horas durante las cuales nuestros amigos tuvieron que
soportar las duras inclemencias de la tormenta de fuego.
Cuando por fin amainó se detuvieron un momento para recuperar las fuerzas,
el paisaje había cambi ado completamente.
- ¿Dónde estamos? – preguntó Jaíza
- La tormenta de arena ha desvi rtuado el paisaje y posiblemente nos debe
de haber desviado de nuestro rumbo – respondió Trueno – Tendremos
* También llamado Simún. En determinadas zonas de Egipto las tormentas de arena se
denominan con este nombre, que en árabe significa “envenenado”. Acostumbran a soplar 50
días al año. Estos vientos se anuncian como un punto negro que aparece en el horizonte y se
agranda progresivamente. Los árabes se tapan la cara y se untan el cuerpo con grasas y
aceites y se tumban en el suelo. El Khamsin es el peor enemigo de las caravanas del desierto.
El polvo de la tormenta de arena se introduce por la nariz, la boca, los pulmones y por los ojos
provocando asfixia. El cuerpo experimenta una gran evaporación, se inflama la garganta y la
sed es ardiente. Los odres se secan rápidamente. Se reconoce el paso de estas tormentas por
los caminos sembrados de esqueletos blanqueados por el sol.
62
que esperar a que anochezca para ver las estrellas y poder precisar con
exactitud la dirección que debemos to mar.
- ¡Capitán, allí! – exclamó el Cascanueces señal ando hacia lo lejos.
Todos miraron hacia donde indicaba Goliath. A gran distancia de donde
estaban se podía observar una enorme y extensa formación rocosa que se
elevaba hacia el cielo como si de un monte pétreo se tratara. Alrededor, en la
base de aquella extraña montaña se adivinaba una amplia zona de frondosa
vegetación que arropaba toda la estructura.
- ¡El oasis de Neb Hoteb! – exclamaron casi al unísono
- Eso parece, a juzgar por la descripción de los pergaminos de Morgano.
Nos encontrábamos más cerca de lo que creíamos – comentó Goliath
sorprendido – Y a pesar de la tormenta de arena no hemos perdido el
rumbo.
- De todos modos todavía está lejos. Dudo mucho que lleguemos antes
del anochecer – dijo el Capitán calculando la distancia a la que se
encontraban del oasis - Y después de la tormenta estamos todos
agotados y no deberíamos forzar la marcha si queremos llegar en
condiciones de enfrentar nos a cualquier eventualidad.
Los hombres de Jaíza refunfuñaban entr e ellos, parecían estar temerosos de la
presencia del oasis.
Jaíza se di rigió al Capitán:
- Hemos pasado muchas penalidades en la travesía por este desierto y a
pesar de que nosotros somos gente de mar no le tememos a nada. Creo
que mis hombres desean llegar cuanto antes al oasis. Están ansiosos
por encontrar el “tesoro”.
Jaíza arrastró la última palabra. Trueno la miró interrogativamente pero la mujer
hizo caso omiso.
- ¡Propongo que descansemos para recuperar fuerzas durante un buen
rato y que luego sigamos la marcha hasta llegar a los límites del oasis y
acampar allí!
Los hombres de Jaíza, aunque cansados y temerosos, lanzaron gritos de
alegría apoyando las palabras de su capitana.
Después de haber recuperado someramente las fuerzas comiendo algunos
frutos confitados y un pedazo de carne seca, con gran desespero por parte de
Goliath, reanudaron la marcha.
Las provisiones y el agua habían empezado a escasear desde hacía algunas
jornadas y la tormenta había evaporado gran parte de la poco agua que les
quedaba. Los animales a pesar de estar agotados notaban en la lejanía la
presencia de agua y de alimento fresco haciendo que avanzaran con mas
rapidez de la que cabía esperar a pesar de su agotami ento.
Con las últimas luces del crepúsculo, llegaron a las primeras estribaciones del
oasis de Neb Hoteb.
63
El terreno se había vuelto paulatinamente más pedregoso a medida que se
acercaban al oasis y poco a poco las dunas y la arena del desierto dieron paso
a las primeras formaciones rocosas del lugar.
Después de sortear enormes rocas, las primeras muestras de vegetación se
descubrieron ante sus ojos. Tanto los camellos que llevaban la carga de la
expedición como los caballos se lanzaron hacia aquello que les pareció un
apetitoso manjar después de dí as y días de tristes raciones de forraje.
- ¡Me gustaría ser un camello! – gruñó el tragaldabas de Goliath - ¡Fijaos
con qué deleite se zampan estos hi erbajos!
- No te apures, Goliath, seguro que en este oasis encontramos unas ricas
vaquitas que harán las delicias de todos nosotros y por fin podrás saciar
tu apetito! – bromeó el Capitán.
- ¡Grrrr! Me conformo con unas frescas bayas silvestres – refunfuñó el
gigantón.
El manto de la noche se estaba desplegando y el Capitán Trueno, optó por
acampar en el lugar al que habían llegado antes de internarse en el inmenso y
misterioso oasis.
- Después de la agresión que sufrimos ayer, deberíamos extremar las
precauciones al máximo. No podemos exponernos a sufrir un nuevo
ataque en este t erreno inhóspito.
- Daré estrictas órdenes a mis hombres para que no enciendan ninguna
hoguera esta noche. De este modo si alguien pretende atacarnos le
resultará más difícil localizarnos.
Se acomodaron lo mejor que pudieron y dispusieron a los animales a su
alrededor formando un círculo, con el fin de que les sirvieran de protección en
caso de un eventual asalto.
Después de una fr ugal cena, en cuanto se di sponían a retirarse a descansar un
lejano, monótono y lúgubre cántico llegó hasta ellos.
¡Un cántico que presagiaba la muerte!
Trueno, Goliath y Jaíza intercambiaron una preocupada mi rada.
El resto de los hombres estaban at errorizados.
64
CAPÍTULO VIII
¡LOS ADORADORES DE SETH!
La silueta de tres jinetes se recortaba en la cima de las dunas del árido
desierto. Avanzaban lentamente pero con determinación, soportando con
resignación las duras condi ciones que el desierto les imponía.
- No se como he podido acceder a tu petición de acompañarnos.
Deberías de haberte quedado en nuestra cabaña. Este viaje es
extremadamente peligroso y la empresa muy arriesgada. Si algo malo te
ocurriera jamás me lo perdonaría.
- ¡No le temo a nada! – respondió con decidida resolución la muchacha.
- ¡Eres igual que tu madre! Cuando se le metía una cosa en la cabeza no
había nada ni nadie en este mundo que la hiciera cambiar de opinión.
- Os preocupáis demasiado por mi, padre. Ya soy mayor y se defenderme
yo sola. ¡Vos mismo me habéis enseñado a usar un arma, y no dudaré
ni un instante si es necesari o usarla!
Crispín observaba divertido la discusión entre Selim y su hija Oumaima. Estaba
convencido que a pesar de las protestas del padre, en el fondo éste se sentía
orgulloso de que la muchacha les acompañara en aquell a misión. Oumaima era
más joven que Crispín, pero aquello no representaba ningún impedimento para
la chica pues era decidida y valiente, habiendo demostrado en vari as ocasiones
su capacidad par a enfrentar se a la dureza de la travesía. Cri spín estaba segur o
de que si llegaba el momento estaría a la altura de las circunstancias y se
comportaría como un guer rero más en el combate.
El joven apresuró el paso de su montur a hasta ponerse a la altura de Selim.
- Hace varios días que seguimos la misma dirección. ¿Crees que falta
mucho para llegar a nuestro dest ino?
- Según mis cálculos nos encontramos ya muy cerca, y si no nos
sorprende otra tormenta de arena como la de hace dos días,
deberíamos divisar el oasis de Neb Hoteb hacia el anochecer.
- ¡Magníficas noticias! Tengo tantas ganas de poder encontrar a mis
amigos. Deben estar convencidos de que la enorme ola que me arrastró
al agua acabó conmi go.
- ¡A punto estuvo de suceder así! – Comentó Oumai ma.
- Gracias a vuestras atenciones me he recuperado por completo. ¡Qué
sorpresa se van a llevar el Capitán Trueno y Goliath cuando me vean!
- No quisiera desanimarte, amigo Crispín – le dijo Selim seriamente – pero
no tenemos la certeza de que tus amigos se encuentren allí. Bien podría
haber sucedido que se perdieran en este fatal desierto, o que hubiesen
atrapado a Soran antes de llegar al oasis y hubieran regresado a
Alexandría. Si nos hubiéramos cruzado con algún otro de los guardianes
65
nos habría podido dar noticias al respecto, y el hecho de no haber
encontrado a ninguno me pr eocupa.
- Amigo Selim, cuéntame algo de ese oasis y de los “guardianes de la
piedra”.
Selim levantó la mirada hacia el cielo. El sol empezaba a declinar y decidió dar
unos minutos de descanso a las monturas. Alcanzó el odre que llevaba
colgando de la silla de su caballo y bebió un sorbo de agua, ofreciéndoselo
luego a Oumaima y a Crispín para que hicieran lo mismo.
- El oasis de Neb Hoteb es un lugar misterioso y lleno de peligros. Pocos
son los que conocen su paradero, y menos los que se aventuran a
acercarse a él. Se trata de un extenso laberi nto de vegetación y rocas en
el que uno se pierde con gran facilidad si no conoce el camino. Nadie
que haya llegado hasta él ha regresado jamás, excepto los “guardianes
de la piedra de fuego”.
- ¿Y el oricalcio está escondido en ese oasis?
- El oricalcio, mejor dicho lo que queda de él, se encuentra en uno de los
lugares más siniestros del oasis: el templo de Seth*
- ¿El templo de Seth? – preguntó curiosa Oumaima
- Es un templo dedicado a ese dios; se encuentra en un lugar recóndito de
Neb Hoteb, y es allí donde se halla escondido “el fuego de los dioses”,
custodiado por un grupo de fanáticos adoradores de ese antiguo dios
egipcio. Si tus amigos caen en poder de esos locos sacerdotes, están
perdidos.
- ¿Entonces, los guardianes...?
- Nuestra misión consiste en detectar a individuos como Soran e impedir
que lleguen hasta el oricalcio – Selim hizo una pausa y luego prosiguió –
También tenemos el cometido de eliminar a cualquiera que salga del
oasis. En nuestras manos está que el secreto del oricalcio y su paradero
siga bien guardado durante muchos siglos.
Después de la breve pausa, volvieron a montar y prosiguieron su camino.
Nadie decía nada.
De pronto Oumaima lanzó una exclamaci ón de júbilo:
- ¡Allí! ¡El oasis de Neb Hoteb! – exclamó la muchacha.
A lo lejos resaltaba tenuemente la silueta de la enorme formación rocosa,
característica del oasis maldito.
- ¡Y algo más! – añadió Selim sin disimular su preocupación - ¡Aquella
polvareda indica que se acer ca un grupo de jinetes!
* Seth o Set, se trata de una deidad brutal, señor del mal y las tinieblas, dios de la sequía y del
desierto en la mitología egipcia. Seth fue la divinidad patrona de las tormentas, la guerra y la
violencia, también fue patrón de la producción de los oasis. Representante del mal, Seth fue
asociado con las tormentas de arena, como dios del desierto, venerado y temido a la vez.
66
******
Los cánticos habían seguido durante casi toda la noche, poniendo a prueba el
temple de la pequeña expedición que había llegado a las inmediaciones del
oasis.
- He de confesar que esas letanías resultaban terriblemente inquietantes
– comentó Goli ath al amanecer – Incluso me han qui tado el apetito
- ¡Eso si que es una noticia grave! – respondió el Capitán Trueno – Ahora
deberíamos ocuparnos en localizar el origen de esos cánticos. No
podemos permitirnos ningún descuido, debemos atentos a cualquier
posible sorpresa.
- A mi lo que me interesa, es saber lo que vamos a hacer ahora para
localizar a Soran, si es que se encuentra en este perdido rincón del
mundo – intervino Jaíza con vi sible mal humor.
Trueno señaló hacia su derecha, con el brazo extendido.
- Los cánticos provenían de aquella dirección, así que nos dirigiremos
hacia allí. Es tan buen sitio como cualquier otro para empezar a explorar
este sórdido lugar.
A regañadientes, Jaíza y sus cuatro hombres siguieron al Capitán y a Goliath,
que ya se habían puesto en mar cha.
Habían dejado las monturas en el improvisado campamento en que acababan
de pasar la noche, y solo llevaban consigo lo más imprescindible para poder
caminar con comodidad por el oasis.
- Es un verdadero laberinto – comentó Goliath – Resulta imposible
orientarse en esta vegetaci ón. Me pregunto si llegaremos a alguna parte.
Algo mas tarde, al encaramarse a unas rocas para poder determinar su
posición un triste espectácul o se ofreció ante sus ojos.
A poca distancia en un claro, se podían observar los despojos de un pequeño
campamento. En el centro se hallaban los restos todavía humeantes de una
hoguera, y esparcidos a su alrededor destacaban tres cuerpos inertes. Todo
aparecía revuelto como si una pelea hubiera tenido lugar allí.
- ¡Dios mío! – exclamó Trueno fijando su atención en uno de los cuerpos
que estaban en el suelo - ¡Parece Soran! ¿Qué debe de haber
sucedido?
- ¡Sólo hay un modo de saberlo! – respondió Jaíza al tiempo que saltaba
hacia delante y corría en dirección a donde estaban los cuerpos .
- ¡Detente Jaíza! ¡Puede tratarse de una trampa! – gritó inútilmente el
Capitán, pues la “Hija del diablo” ya había alcanzado el primer cuerpo.
En el instante en que la mujer se inclinaba sobre el que parecía el cuerpo de
Soran, los “cadáveres” se levantaron de un salto, cogiendo completamente
desprevenida a la mujer pirata. Soran – pues se trataba efectivamente de él –
67
se colocó delante de ella amenazándol a con una espada mi entras que los otros
dos hombres le sujetaban los brazos inmovilizando a la muchacha.
Revolviéndose inútilmente intentando zafarse de sus captores, la mujer pirata
profirió una sarta de maldiciones contra Sor an.
El Capitán Trueno y Goliath, que se habían l anzado tras la pirata, se detuvier on
al instante al ver seriamente amenazada a la mujer.
- ¡Quietos! ¡Que nadie se atreva a dar un solo paso, o las hazañas de la
“Hija del diablo” terminaran aquí! – gritó Soran acercando la punta de su
espada a la garganta de su prisionera.
Ante la funesta amenaza los hombres de Jaíza que estaban indecisos sin saber
que hacer al ver en peligro a su capitana, titubearon un momento, pero viendo
la resuelta determinación de Soran optaron por quedarse donde estaban.
- ¡Ahí estáis bien!
- ¡Maldito seas mil veces! – Gritaba indignada Jaíza - ¡Suéltame cobarde,
y verás por qué me llaman la “Hija del diablo”!
La pirata no paraba de revolverse intentando soltarse de los hombres que la
tenían agarrada, aunque los esfuerzos resultaban inútiles pues los férreos
brazos la tenían bien sujeta.
- ¡Es inútil amiga mía!¡Estos dos hombres conocen bien su trabajo!
¡Sujetadla bien! – ordenó Soran a sus sicarios - ¡Es una auténtica fiera!
Aunque he de confesar que me ha sorprendido que cayera en una treta
tan simple ¡Ja, ja, ja!
- ¡Ordena inmediatamente a tus hombres que me suelten! ¡Maldito hijo de
zorra!
Haciendo caso omiso a los gritos de la muchacha, Soran se volvió hacia el
Capitán Trueno y Goliath que se habían quedado a poca di stancia sin intervenir
por temor a que la muchacha pudier a resultar herida.
- Caramba, caramba. A juzgar por lo que he observado, aquel juglar que
escuché en las tierras de Morgano no exageraba ni un ápice* - Eres
perseverante y no te arredras ante ninguna adversidad, aún a pesar de
haber perdido a uno de tus compañer os.
Aquellas palabras hirieron a Trueno en lo mas profundo, sin embargo
comprendió de inmediato que el malvado Soran pretendía hacer mella en su
moral, buscando sus puntos débi les. Sobreponiéndose a la provocación Trueno
se mantuvo fi rme.
- Eres listo Soran, pero no conseguirás que retroceda. No hace falta que
te diga el motivo por el que te he segui do hasta aquí.
* Se refiere al prestigioso juglar Ebravor de Occitania. Ver el capítulo II de este relato titulado
“¡Asalto nocturno!”
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- He de reconocer que eres valiente Capitán Trueno. ¡Ja, ja, ja! ¡Quieres
impedir que me apodere del arma más poderosa que jamás ha existido!
Valiente, si. Pero nunca hubiera imaginado que fueras tan iluso.
¡Oricalcio! ¡El fuego de los dioses! ¡El arma que forjó los imperios mas
grandes que la humanidad haya podido conocer, y capaz de destruir
otros tantos en unos instantes!
Trueno observaba a su contrincante que parecía estar fuera de si.
- No puedes imaginar lo que estarían dispuestos a pagar reyes, príncipes
y grandes señores para obtener tan sólo un pequeño fragmento de este
material. ¿Sabes lo que esto significa? ¡La mayor fortuna que jamás un
hombre ha soñado! ¡Y pretendes que renuncie a ello! ¡Ja, ja, ja! Me
sorprende que seas t an ingenuo.
- Estoy decidido a evitar que lleves a cabo tus grotescos planes, Soran.
¿Acaso no te importan las consecuencias que pueden tener tus
intenciones si sigues entestado en ellas? ¡Sufrimiento, dolor, guerras,
muerte y desolación por doquier!¿Y todo ello a cambio de qué? ¿Por un
miserable puñado de or o? ¡No estoy dispuesto a permitir que eso ocur ra!
- Sentimientos. Este es tu punto débil, Capitán Trueno: los sentimientos.
Es una verdadera lástima. Imagina por un momento lo que podríamos
lograr los dos juntos. ¡Con nuestra astucia y el oricalcio seríamos los
dueños del mundo! ¡Los hombres más poderosos de la tierra se
postrarían a nuestros pies y nos rendirían pleitesía!
- ¡Basta! – gritó el Capitán, cortando el discurso de Soran - ¡No pienso
seguir escuchando tantas barbaridades! Soran, te reto a un combate
singular, tú y yo. Solos.
El Capitán avanzó lentamente unos pasos haci a Soran.
- ¡Te crees muy listo, Capitán Trueno! A pesar de que estoy en
inferioridad numérica, la suerte está de mi lado. No se te ocurra avanzar
un paso más o no dudar é ni un instante en acabar con Jaíza.
- ¡No te atreverás, perro maldito! – gritó la mujer
Soran giró de repente sobr e si mismo y le propinó una potente bofet ada.
- ¡Cállate ya de una vez, maldita zorra! Olvidas que me has traicionado.
Te pagué una enorme suma de dinero para que acabaras con ese
Capitán Trueno, y resulta que te has aliado con él para darme caza.
¡Debería acabar contigo ahora mismo! ¡Nadie se burla de Soran!
La cobarde y amenazadora actitud de Soran indignó sobremanera al Capitán,
que sin pensarlo dos veces desenvainó su arma y se lanzó decididamente
sobre éste.
En ese momento un escal ofriante alarido desgarró el aire, al tiempo que uno de
los hombres de Jaíza caía al suelo en medio de terribles convulsiones de dolor.
La terrible expresión de su cara daba a entender que se estaba abrasando por
dentro. Un pequeño dar do se había clavado en su espal da.
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Instintivamente olvidando por un momento sus rencillas, todos se volvieron
hacia el pobre hombre que, afortunadamente para él, había dejado ya de suf rir.
La escena los había dejado paralizados. De repente por detrás de las rocas
que rodeaban el campamento de Soran apareci eron varios individuos ataviados
con unas túnicas negras de lino y con el rostro cubierto con unas horribles
máscaras representando cabezas de hiena. Todos ellos iban armados con
unas pequeñas ball estas cargadas con unos dar dos que desprendían un pálido
y tembloroso fulgor fosforescente.
******
Lentamente una decena de jinetes se iba acercando hacia donde se
encontraban Crispín, Selim y su hija.
- ¿Qué hacemos, padr e? – preguntó Oumaima con cierta preocupación.
- Ya nos han visto, así que es inútil intentar escondernos o huir –
respondió Crispín
- Creo que no debemos preocuparnos – dijo Selim observando con
atención al grupo que se acercaba. Sus ojos acostumbrados a otear en
la lejanía había identificado los jinetes – Se trata de un grupo de
guardianes.
Sin embargo, al contrario de expresar alegría el rostro de Selim reflejó una
cierta preocupaci ón, hecho que no pasó desaper cibido por Crispín.
- No parece alegrarte mucho la presencia de otros miembros de tu
hermandad.
- Habitualmente los guardianes actúan solos o en parejas – Selim movió
la cabeza en un significativo gesto – La presencia de un grupo
semejante no presagia nada bueno. Algo grave debe de suceder cuando
la hermandad de los guardianes se ha movilizado en grupo. ¡Esperad
aquí!
Selim espoleó su montura y se dirigió hacia el encuentro del grupo de jinetes
que cada vez estaba más cer ca.
Al llegar a su altura, Selim detuvo su caballo y lo mismo hicieron los demás
guardianes, intercambiando una seri e de saludos.
Crispín observaba desde la distancia como los dos hombres hablaban
animadamente. De vez en cuando las miradas de los recién llegados se
dirigían hacia donde había quedado él y Oumaima.
Al rato, Selim seguido por el resto de los guardianes regresó al lado de los
muchachos.
- Estaban recelosos por vuestra presencia, amigo Crispín, pero no debéis
temer nada. Les he explicado el motivo por el que hemos venido hasta
aquí
70
- ¿Saben algo de mis amigos? – preguntó ansioso Cri spín.
- Tus amigos están en el oasis. También ha logrado llegar hasta aquí
Soran.
- ¡Esto si que son buen as noticias! ¿Nos ayudaran a encontrarl os?
- Les he pedido su ayuda y harán lo posible por localizar a tus amigos
antes de llevar a cabo su misión.
- ¿De qué misión se trata?
- ¡Destruir el templo de Seth y lo que queda del Or icalcio!
Entonces el que parecía c apitanear el grupo se diri gió a Crispín
- Durante siglos, el “fuego de los dioses” ha estado a salvo. Las gentes
han creído hasta ahora que se trataba de una leyenda y los pocos que
se aventuraban a penetrar en el desierto en busca del oasis se perdían
en él. Hace bastante tiempo uno de los sacerdotes de Seth, escapó del
templo y logró burlar la vigilancia de los diversos guardianes que están
en las distintas ciudades y puertos del Mediterráneo, llevándose consigo
el secreto del oricalcio. Desde entonces hemos temido que alguien
pudiera llegar hasta aquí con la intención de llevarse esta sustancia. El
momento temido ha llegado.
- Pero, parece ser que esos sacerdotes vigilan con gran celo el oricalcio.
No permitirán que nadie pueda arrebatarles el secreto – inquirió Crispín.
- Es posible, sin embargo nadie puede asegurarnos que la información
que salió del templo no llegara a más de una persona. Nos arriesgamos
a que alguien con un poderoso ejército llegue hasta aquí y se apodere
de la piedra.
- El riesgo es demasiado grande. Tú mismo, amigo Crispín dices haber
visto el extraordinario poder del oricalcio – añadió Selim – Así que la
hermandad ha decretado que el templo y la piedra sean destruidos.
- Entonces no tenemos tiempo que perder – dijo Crispín – Debemos
encontrar al Capitán y a Goliath lo antes posibl e.
Sin mas dilación, el grupo se puso en marcha hacia el oasis, sobre el que
planeaban sombras de muerte.
******
Una comitiva de prisioneros fuertemente custodiados avanzaba entre la espesa
vegetación del oasis.
- Nos hemos de jado atrapar como unos ni ños – comentó Trueno abatido –
Esta vez no se cómo l ograremos escapar.
- De peores situaciones nos hemos librado Capitán – respondió Goliath
intentando animar a su amigo – Si consigo romper mis ligaduras se van
a enterar estos macacos de qui en es Goliath de Cascanueces.
71
Después de caminar un largo trecho llegaron a un claro de la vegetación.
Delante de ellos se levantaba la imponente construcción de un antiguo templo
egipcio.
En la parte central de la explanada se levantaba un esbelto obelisco adornado
con grabados y jeroglíficos representando dioses y faraones. La entrada del
templo estaba flanqueada por dos enormes torres en las que había sendas
esculturas gigantescas del temible dios Seth, en una actitud agresiva dando al
conjunto de la ent rada un siniestro aspecto.
Al acercarse, la enorme puerta se abrió y la triste comitiva cruzó el umbral
hasta llegar a un patio rodeado de espectacular es columnas.
A pesar de la delicada situación en la que se encontraban nuestros amigos, el
Capitán no pudo dejar de admirar la belleza de la sensacional construcci ón.
Los prisioneros fueron obligados a cruzar el patio y fueron llevados al interior
del enorme templo. El resto de la edificación parecía estar tallada en la roca
pues daba la sensación que se adentraba en el suelo. Las paredes estaban
adornadas con detalladas escenas de combates y batallas. El Capitán Trueno
reconoció en varios de los dibujos la representación del oricalcio: una piedra
de la que salían unos r ayos que destruían a los ejércitos enemigos.
Después de recorrer varios pasadizos y de desatar a los prisioneros los
confinaron en una sórdida estancia. Inmediatamente Trueno se puso a
examinarla.
- No hay ninguna abertura. La única salida posible es la puerta –
Comentó.
- ¡Maldito bastardo, por tu culpa nos encontramos en esta situación! –
replicó Jaíza dirigiéndose a Soran.
- ¡Déjalo! – intervino Trueno – Es inútil malgastar nuestras fuerzas
enfrentándonos. Lo mejor que podemos hacer en lugar de pelearnos
entre nosotros es pensar en el modo de salir de aquí.
- Es inútil – dijo Soran tumbándose tranquilamente en el suelo – Sólo
podemos hacer una cosa: descansar y esperar a ver que sucede.
Varias horas después la puerta de la estancia se abrió, y entraron varios
hombres con sus horrendas máscaras y armados con las ballestas y dardos
impregnados de oricalcio. Dieron a entender a los prisioneros que no opusieran
resistencia y les volvieron a atar las manos. A continuación los llevaron a través
de oscuros pasadizos hasta una sala grande iluminada con antor chas.
La gran sala estaba presidida por una enorme estatua del dios Seth con los
brazos hacia delante y las palmas de las manos vueltas hacia ar riba como si se
dispusiera a recibir alguna ofrenda; la estatua estaba recubierta de oro y a sus
pies se encontraba un gran sitial como si se tratara de un trono.
Al entrar en la sala los prisioneros fueron tratados bruscamente y los colocaron
en el centro de esta.
- Creo que vamos a conocer a alguien importante – dijo Goliath
Apenas acabó de decir la frase cuando un cánti co monótono llenó la estancia.
72
- Son los cánticos que oíamos anoche – reconoció Jaíza – Es evidente
que provenían de este siniestro lugar
A continuación entraron en la sala los sacerdotes y acólitos del dios egipcio,
todos ellos con sendas máscaras y se repartieron alrededor de ésta sin dejar
de cantar. Finalmente uno de ellos ataviado con ropas ceremoniales mas
lujosas que el resto se sentó en el sitial que había debajo del ídolo. Los
canturreos cesaron y el silencio imperó en la sala. El sacerdote se levantó y se
dirigió con solemni dad a los detenidos.
- ¡Habéis profanado los secretos del dios Seth, extranjeros! ¡Habéis
entrado en los lugares sagrados del oasis! ¡Seth exige venganza!
- ¡Dios mío, son unos locos fanáticos! – susurró el Capitán Trueno – Esta
vez estamos en un seri o aprieto.
- Antes de ser entregados a Seth, observad el rostro de la muerte –
prosiguió el sacerdote, quitándose la máscara que cubría su rostro.
Un terrible escalofrío se apoderó de los prisioneros cuando todos los presentes
imitaron a su superior, dejando al descubierto unos rostros lacerados y
mutilados.
- ¡Parece como si les hubieran abrasado! – exclamó Goliath.
- ¡Es horrible!
Entonces arrinconaron a los prisioneros hacia un extremo de la sala excepto a
uno de los sicarios de Soran que dejaron solo en el centro. Los sacerdotes lo
cogieron a pesar de su resistencia y lo colocaron en una suerte de sarcófago
que habían acercado frente al espantoso ídolo. De nuevo empezaron los
cánticos.
- ¡Ayudadme! ¡No me dejéis solo! – gritaba desesperadamente el hombre,
mientras Trueno y Goliath intentaban inútilmente deshacerse de sus
ligaduras.
Un nuevo gr upo de ador adores entraron en la estancia por tando solemnemente
una especie de enorme incensario el cual desprendía una tenue luz
fosforescente.
- ¡El oricalcio! – exclamó Soran - ¡Ahí está!
- No se trataba de ninguna leyenda – musitó Jaíza
Los acólitos sujetaron el recipiente que contenía el oricalcio en los brazos del
ídolo y lentamente la estatua del dios se fue inclinando movida por algún
escondido resorte, sobre el pobre prisionero hasta que el brasero de oricalcio
quedó justo encima del sarcófago en que lo habían colocado.
Unos horribles gritos de dolor salieron de la garganta de aquel pobre hombre
mientras sus ropas ardían y su cuerpo se conver tía en cenizas.
El Capitán y sus compañer os quedaron horrorizados.
73
El terror más intenso se apoderó de ellos cuando varios sacerdotes se
acercaron con la intención de elegir una segunda víctima para realizar de
nuevo su cruel ritual.
74
CAPÍTULO IX
¡A VIDA O MUERTE!
Las primeras estrellas habían hecho su presencia salpicando de chispas el
negro cielo de las estribaciones del oasis de Neb Hoteb.
Aprovechando la oscuridad, tres furtivas sombras se habían acercado
sigilosamente hasta la entrada del inquietante templo de Seth. Se trataba de
Crispín, Selim y Omar el jefe del grupo de jinetes que se unió a nuestros
amigos la tarde anterior.
- Debemos ir con mucho tiento – comentó Omar en voz baja – Los
sacerdotes de Seth disponen de unos pequeños dardos impregnados en
oricalcio que los hacen terr iblemente peligrosos.
- Por fortuna hemos logrado convencer a tu hija Oumaima para que se
quedara vigilando los caballos – comentó Crispín dirigiéndose a su
amigo Selim.
- La verdad es que me cuesta creer que haya aceptado tan fácilmente –
respondió éste – Ahora debemos preocuparnos de entrar ahí dentro sin
ser descubiertos por los peligrosos monjes.
Omar miró hacia el cielo.
- Mis hombres ya deben de haberse encontrado con el otro grupo de
guardianes que se acercaba al oasis. Dentro de una hora asaltaran el
templo y cumplirán la misión que nos ha si do encomendada.
- Entonces no podemos per der tiempo. Cada minuto que pasa mi s amigos
están más cer ca de la muerte.
En aquel momento los cánticos provenientes del interior del templo llegaron
claramente hasta ell os.
- El ritual debe estar a punto de empezar – dijo tristemente Omar – Ahora
es el mejor momento para intentar entrar. Casi todos los sacerdotes
asisten a sus macabros sacrificios humanos, y sin duda descuidan la
vigilancia.
El corazón le dio un vuelco a Crispín al pensar en el peligro que corrían sus
inseparables amigos y que de él dependía poder salvarles a tiempo.
Después de escudriñar atentamente la entrada del templo y de cerciorarse que
en aquellos momentos no había ningún centinela a la vista, se acercaron
cautelosamente a la al ta pared que protegía el templo del exterior.
- Creo que tendremos que trepar como unos babuinos – Comentó Selim
desenrollando una larga cuerda, que lanzó hábilmente hacia lo alto de la
75
pared. – Hemos tenido suerte. Parece que se ha enganchado
fuertemente.
A continuación los tres hombres treparon con gran agilidad por la cuerda y en
un instante se encontr aron en el interior del templo maldito.
Pequeñas lámparas de acei te y algunos candiles colgados aquí y all á daban un
fantasmagórico aspecto al lugar. Los macabros cánticos se podían oír
perfectamente y ni nguno de los tres parecía atreverse a decir nada.
Omar caminaba decidido por los oscuros pasadizos del templo. Sus pasos los
llevaron hasta una pequeña sala pobremente iluminada. Al llegar allí Omar se
llevó los dedos a los labios pidiendo silencio a sus compañer os.
- Los canturreos de los sacerdotes nos indicaran por donde debemos
seguir.
- Parece que vienen de lo más profundo de la tierra – comentó Crispín –
como si estuvieran debajo nuestro.
- No soy capaz de discernir de donde proceden. Pareces tener razón
joven amigo, parece como si procedieran de lo más profundo del templo.
Además esta sala r esuena demasiado para localizar su procedencia.
Valorando por dónde debían seguir, de pronto se oyó un seco chasquido y una
diminuta chispa de luz se dirigía veloz hacia ellos.
- ¡Cuidado! – exclamó Selim, al tiempo que de un salto se lanzaba sobre
Crispín, tirándolo al suelo - ¡Nos atacan!
Un dardo impregnado de oricalcio pasaba rozando a nuestro amigo y se
estrellaba a pocos metros de él.
Sin perder tiempo Omar dando grandes zancadas se lanzó hacia el rincón
desde donde había sido disparado el dardo fatal. Escondido en la oscuridad de
su escondrijo y oculto por una efigie de piedra, acechaba uno de los temibles
sacerdotes de Seth, que había vuelto a cargar su pequeña ballesta y se
disponía a usarla de nuevo cont ra uno de los tres intrusos.
Por fortuna Omar llegó hasta él en un instante y con un contundente golpe de
su alfanje derribó al siniestro centinela antes de que pudiera apuntar y disparar
de nuevo su temi ble arma.
- Gracias Selim. Me has salvado de una muerte horrible – dijo Crispín
mientras se incorporaba.
- Por suerte, a pesar de los canturreos he oído el chasquido de la ballesta.
Ahora debemos estar muy alerta y cerciorarnos de que no hay mas
vigilantes guardando los pasadizos.
Crispín y Selim se habían acer cado hasta Omar, que en ese momento limpiaba
la sangre de su arma con las vestiduras del sacerdote. El muchacho se agachó
y le quitó la máscara de chacal que llevaba dejando al descubierto el lacerado
rostro del infortunado.
- Son los efectos del oricalcio – explicó Omar – Estar constantemente
cerca de esa sustancia t iene esas horribles consecuenci as.
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Crispín iba a intervenir cuando un horripilante alarido llegó hasta ellos
dejándolos sin habla.
Sobreponiéndose al espanto, pues intuían lo que había sucedido, Omar señaló
un pasadizo.
- ¡Han empezado los sacrificios! No podemos perder más tiempo. ¡Por
allí!
- Un momento – cortó Crispín – Esa máscara y esas ropas me dan una
idea. Ayudadme a quitár selas.
Se adentraron por el pasadizo que indicara Omar, que subía con una ligera
inclinación.
- ¿Seguro que vamos por buen camino? – preguntó preocupado Crispín –
Antes parecía que los salmos venían de debajo nuestro y este pasadizo
sube.
- Los cánticos se oyen cada vez más cerca y con más claridad – dio por
toda respuesta Omar, que iba abriendo camino.
A pocos metros de ellos vislumbraron una obertura de la que salía una extraña
luz. Se acercaron cautelosamente hasta allí y se asomaron por ella. ¡Debajo de
ellos estaba la gran sala de Seth!
El terrible espectáculo que se desarrollaba delante de ellos hizo que la sangre
se helara en sus venas.
Presidiendo la gran sala estaba el gigantesco ídolo de Seth y alrededor de la
estancia los sacerdotes, vestidos con túnicas negras de lino y con los rostros
cubiertos por las máscaras en forma de chacal. En un extremo estaba el grupo
de prisioneros, atados en unos postes bajos con las manos en la espalda y
custodiados por varios sacerdotes armados con las temi bles ballestas.
- ¡Allí están el capitán y Goliath! – exclamó Crispín - ¡Están vivos!
- Debemos ver la manera de acercarnos a ellos.
En aquel momento dos fornidos sacerdotes se acercaron al grupo de
prisioneros y agarrando sin contemplaciones a uno de los hombres de Jaíza, lo
llevaron a rastras haciendo caso omiso de los desgarradores gritos de horror
que profería el hombre al ver el fin que aquellos desalmados le tenían
reservado. Al llegar al sarcófago que había en el centro de la sala y frente al
ídolo fatídico, los acólitos del dios lo introdujeron en su interior a pesar de los
esfuerzos que realizara el pobre pirata para evitar tan trágico fin.
Trueno, Goliath y Jaíza hacían denodados pero inútiles intentos para liberarse
de sus atadur as.
- ¡Si tan sólo pudiera liberarme una mano, sabrían esos mastuerzos quien
soy! – gritaba desesperado el fortachón de Goliath al ver que sus
forcejeos por soltarse eran del todo infructuosos.
77
Desde su lugar de observación Crispín y sus compañeros habían seguido los
acontecimientos.
- Creo que ya hemos visto suficiente – dijo Crispín – Debemos actuar de
inmediato. Intentaré llegar hasta la sala disfrazado con las ropas de ese
sacerdote que nos atacó. Confío en pasar desapercibido y poder
acercarme a mis amigos para cortar sus ligaduras. En cuanto lo consiga
podréis intervenir desde esta posi ción para cubrirnos la retirada.
- De acuerdo muchacho – asintió Selim – intentaremos cubrirte desde
aquí.
- No te entretengas – añadió Omar – Los guardianes deben estar a punto
de asaltar el templo.
- Confío que el caos que se organizará con el ataque nos ayude a
escapar con mayor facilidad.
- No te olvides de los temibles dardos envenenados que poseen esos
energúmenos – le recordó Selim - ¡Que Alá te acompañe!
Crispín abandonó la posición en que estaban y después de vestirse con las
ropas del sacerdote, desandó el camino que les había llevado hasta lo alto del
templo. Había gr abado en su mente la situación de l a sala del ídolo y se orientó
para llegar hasta la gran sala de sacrificios.
Unos terribles alaridos le dieron a entender que el cruel sacrificio se había
llevado a cabo.
Con pasos decididos se internó por los pasillos que suponía llevaban a la sala,
cuando al doblar un recodo casi dio de bruces con uno de los seguidores del
ídolo. Éste se dirigió a Crispín preguntándole algo en un extraño lenguaje,
totalmente incomprensible para nuestro am igo. Apurado por la situación Crispín
hizo una pequeña reverencia e intentó seguir su camino. El sacerdote señaló
entonces las manchas de sangre de la túnica que llevaba el muchacho y
empezó a gritar palabras indescifrables pero por el tono nuestro amigo
comprendió que acababa de ser descubierto.
Desde su punto de observación, Selim y Omar estaban preparados para actuar
en el momento que Crispín lograra entrar en la sala.
- Está tardando demasiado – comentó algo nervioso Selim – Espero que
no se haya per dido por el entresijo de pasadi zos que hay en el templo.
- Si tu amigo no entra pronto en acción lo haremos nosotros – respondió
Omar – Mis hombres deben de estar entrando en este momento en el
templo.
Efectivamente, tal como había comentado Omar, en el exterior del templo un
numeroso grupo de guardianes de la piedra se habían reunido silenciosamente
y a la orden de uno de ellos se desplegaron con gran rapidez y empezaron a
escalar las altas paredes exteri ores de la edificación.
En aquel instante un nuevo sacerdote entró en la gran sala y sigilosamente se
unió al grupo que custodiaba a los prisioneros. Instantes antes Crispín había
propinado un fuerte puñetazo al sacerdote que lo había descubierto dejándolo
sin sentido. Afortunadamente los cánticos apagaron los gritos que éste profería
al darse cuenta de la presencia del compañero de Trueno.
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Los sacerdotes seguían con su terrible ritual y tres de ellos se acercaron de
nuevo hacia el lugar donde esperaban sus víctimas. Esta vez se dirigieron a
Jaíza, a la que agarraron desconsideradamente. La mu jer pirata palideció.
- ¡Ten fuerte Jaíza! – gritó el Capitán - ¡Vamos a demostrarles que no
tememos a la muerte! ¡No les demos el placer de ver nuestro miedo!
- ¡Siempre he mirado la muerte a la cara! - dijo la mujer – Celebro
haberte conocido Capitán Trueno.
Aprovechando que el centro de atenci ón se dirigía hacia la mujer pirata, Crispín
logró colocarse justo detrás de su ami go Goliath.
El muchacho se acercó a éste y le susurró al oído mientras con un cuchillo
intentaba cortar las ligaduras del gigantón.
- Viejo tragaldabas, prepárate para entrar en acción. No podemos permitir
que esos ener gúmenos se sal gan con la suya y sacrifiquen a Jaíza.
- ¡Por el gran batracio verde! ¡Me estoy volviendo loco! ¡Juraría haber
oído la voz del pobre Crispín!
- No son alucinaciones Cascanueces – Crispín consiguió por fin cortar las
ataduras de Goliath
Goliath quedó completamente atónito al escuchar la voz de su amigo, quien ya
se había acercado al Capitán para cortar también sus atadur as.
- ¿Pero, quién...? – balbuceó Trueno sorprendido al notar que alguien le
había liberado de las fuertes ligaduras que lo retenían
Crispín se deshizo de la horrible máscara que ocultaba su rostro y la sorpresa
del Capitán y Goliath fue indescriptible.
- ¡Crispín! – gritó el Capitán - ¡No es posible! ¿Cómo...?
- ¡Las explicaciones las dejamos para luego! – dijo Crispín a sus
boquiabiertos compañeros al tiempo que le entregaba al Capitán Trueno
una espada que llevaba escondida debajo de la túnica de monje - ¡Ahora
hay que ajustar las cuentas a esos malditos adoradores de Seth!
- ¡Por todos los batracios verdes! ¡No se cómo has llegado hasta aquí
mozalbete, pero te aseguro que no podías haber elegido un momento
mejor!
- ¡Parece un sueño pero volvemos a estar los tres juntos de nuevo! – dijo
alborozado Trueno - ¡Vamos a enseñarles quienes somos!
Los monjes que custodiaban a los prisioneros quedaron sorprendidos ante
aquella inesperada situación, y los breves instantes de duda fueron
aprovechados por los tres compañeros que arremetieron contra ellos antes de
que pudieran reaccionar y utilizar sus mortíferos dardos.
En un instante Crispín desató el resto de los prisioneros, mientras el Capitán
atacaba a los sor prendidos sacerdotes de Seth, dejándolos fuer a de combate.
Goliath por su parte había agar rado a dos de los acólitos adoradores de Seth.
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- ¡Me llaman el Cascanueces! – cantaba mientras hacía entrechocar sus
cabezas - ¡Caramba suena a hueco!
- ¡Hay que rescatar a Jaíza! – gritó desesperadamente Trueno, mientras
observaba que aquellos que la habían agarrado arrastraban a la mujer
pirata hacia el fatídico sarcófago ignorando lo que ocurría a sus
espaldas
Como si las palabras del Capitán hubieran sido un detonante, los dos
sacerdotes que habían cogido a Jaíza cayeron heridos por dos certeras flechas
lanzadas con precisión desde lo alto de la sala. Selim y Omar habían entrado
en acción.
- ¡Bravo! – gritó Crispín
- ¡Caramba, veo que no has venido solo! – dijo Trueno mientras se
deshacía de otro sorprendido monje y cogiendo su arma se la lanzó a la
pirata - ¡Jaíza, por aquí!
- Debemos tener cuidado con sus mortíferas ballestas – advirtió Crispín,
sorprendido de que aún no las hubieran utilizado.
- Aquí deben sentirse a salvo y no las llevan consigo. Tan solo los que
nos custodiaban – dedujo el Capitán – Además corren el riesgo de
herirse entre ellos.
Concentrados en sus cánticos y en el ritual del sacrificio el resto de los
sacerdotes presentes en la gran sala no se dio cuenta de los acontecimientos
hasta que los monjes que llevaban a Jaíza hacia su muerte fueron abatidos. El
sumo sacerdote se percató rápidamente de la extraña situación e
inmediatamente gritó contundentes órdenes a sus atónitos y sorprendidos
acólitos que llenaban la sala. Al instante éstos desenvainaron las dagas y
espadas que llevaban ocultas entre sus túnicas y se dispusieron a atacar a los
prisioneros que habían conseguido liberarse gracias a la actuación de Crispín.
El Capitán Trueno, Goliath, Crispín y Jaíza, se juntaron en el centro de la
estancia, espalda contra espalda, esperando espada en mano el ataque de los
sacerdotes, que furiosos se acercaban a ellos.
- ¡No podremos con todos! – comentó Jaíza - ¡Son muchos y están fuera
de si!
- ¡Lo único que me molesta es tener que combatir con el estómago vacío!
- Nunca cambiarás tragaldabas.
- ¡Tened confianza! – atajó Trueno - ¡No les vamos a poner las cosas
nada fáciles!¡A ellos!
En el momento en que los sacerdotes de Seth se acercaban hacia el grupo de
amigos dispuestos a acabar con ellos, la gran puerta de entrada que sellaba el
recinto cayó al suelo con un gran estrépito que llenó la sala. Los “guardianes de
la piedra“ entraban en la sala del ídolo después de haber logrado hacer añicos
los enormes goznes que sujetaban la puerta utilizando ínfimas cantidades de
oricalcio.
En pocos segundos se entabló una cruenta batalla entre los sacerdotes y los
“guardianes” que entraban en tropel en la sala. A pesar de no disponer de las
mortales ballestas los sacerdotes se defendían con gran saña.
80
- ¡No entiendo nada de lo que está sucediendo – comentó un sorprendido
Goliath – pero no cabe la menor duda que estos caballeros han llegado
muy oportunamente.
- ¡Ahora es el momento de sali r de aquí! – ordenó el Capitán.
- ¡Un momento! ¿Dónde está Soran? – intervino Jaíza al darse cuenta de
que el personaje no se encont raba con ellos.
Aprovechando el desconcierto que se había organizado en la sala con la
llegada de los “guardianes”, Soran se dirigió hacia el enorme ídolo, con la
intención de conseguir el preciado oricalcio. Ante él estaba el sumo sacerdote
de Seth para defender la especie de incensario que contenía el fatídico
elemento. Sin amedrentarse ante la actitud beligerante del custodio, Soran
arremetió contra este, y tras un breve intercambio de golpes y estocadas,
Soran consiguió herir mortalmente a su oponente.
- ¡Aparta maldito monje! ¡El oricalcio es mío! – gritó Mientras descolgaba
el pesado recipiente y huía por una puerta lateral.
Con una rápida mirada Trueno recorrió la sala en busca de Sor an. Lo descubri ó
en el momento en que este escapaba de la estancia llevándose consigo el
Oricalcio.
- ¡No puedo per mitir que consiga sus pr opósitos! ¡No hemos llegado hasta
aquí para ver como Soran se lleva impunemente la causa de tantos
desmanes! – Trueno se dirigió a sus amigos - ¡Vosotros intentad salir del
templo! ¡Yo iré tras Soran, y en cuanto pueda me reuniré con vosotros!
- ¡Un momento señor Capitán Trueno! – cortó tajante la mujer pirata - ¡Te
olvidas de mi!
- ¡Ve con ellos Jaíza, Sor an es asunto mío!
- ¡Eres un presumido egoísta! ¡Soran es el causante de que estemos
aquí! ¡Me humilló y me golpeó! ¿Recuerdas? ¡Yo no soy de las que
perdonan, Capitán! ¡Soran es también asunto mío, así que tanto si te
gusta como si no, voy a ir contigo!
Trueno asintió y sin pensarlo dos veces él y Jaíza se dirigieron hacia la
abertura por la que Soran había escapado, cruzando la gran sala que se había
convertido en un enorme campo de batall a.
Por su parte Crispín, Goliath y los dos piratas que habían sido liberados por
Crispín, salieron de la sala intentando escapar hacia el exterior. Apenas habían
recorrido unos pasos cuando se encontraron con Selim y Omar, que
abandonando la posición en la que estaban habían ido a ayudar a nuestros
amigos.
- Parece que la batalla se está decantando a favor de los nuestros –
observó Omar – Ha sido una suerte inmensa que los sacerdotes no
llevaran consigo sus temibles ballestas. Ahora lo que debéis de hacer es
salir lo antes posible de aquí. Yo debo unirme a mis hombres.
- Gracias por todo Omar – observó Crispín.
81
- Dejo a estos hombres en tus manos Selim – dijo Omar – Se que sabrás
cuidar de ellos hasta que se encuentren a salvo fuera del recinto del
templo.
Mientras tanto Trueno y la pirata habían enfilado por el lóbrego pasaje por el
que Soran había escapado.
- No puede ir muy lejos con la pesada carga del oricalcio – comentó Jaíza
mientras avanzaba con deci sión pero con prudencia, espada en mano.
- ¡Allí está! – indicó el Capitán al divisar al fugitivo, en un extremo del
corredor - ¡Alto Soran!
El interpelado se detuvo un instante y se dio la vuelta encarándose altivamente
a sus dos per seguidores.
- Veo que sois obstinados y persistentes. Lástima que tenga que
deshacerme de vosotros; los tres hubiéramos formado un equipo
magnífico. Seríamos invencibles, ¿no os dais cuenta? El mundo entero
se rendiría a nuestros pies. Reyes, príncipes, sultanes, todos, ¡todos
ellos nos rendirían pleitesía! – A medida que Soran iba hablando su
mirada se hacía cada vez más perdida – ¡Los más poderosos del
mundo! ¡Nada ni nadie nos hubiera podido detener!
- ¡Deja ya de soñar Soran! Suelta el oricalcio y vayámonos de aquí –
inquirió Trueno
- ¡Tu, maldito Capitán Trueno! ¡Te has entrometido en mi camino desde el
primer momento! ¡No conseguirás detenerme! – lentamente Soran sacó
una de las pequeñas ballestas de los sacerdotes y apuntó hacia el
Capitán - ¡Adiós Capitán Trueno!
Soran disparó el arma y al momento Jaíza se lanzó sobre el Capitán
derribándolo al suelo. El proyectil se perdió por el fondo del pasillo.
- ¡No tendrás tiempo de volver a cargar esa maldita arma Soran! - gritó la
valiente mujer saltando hacia delante - ¡Defiéndete!
Alzando el incensario como si se tratara de una maza, Soran descargó un
terrible golpe con él sobre Jaíza. La mujer pudo a duras penas esquivar el
impacto del recipiente que fue a estrellarse contra la pared del corredor. La
fuerte colisión hizo que el recipiente se rompiera y varios pedazos de oricalcio
se desparramaron por el suelo.
- ¡Cuidado Jaíza! – gritó el Capitán que se había acercado hasta ella -
¡Debemos apartarnos lo más posible del oricalcio!
En pocos segundos los fragmentos de la materia que se habían esparcido
empezaron a derretir la base de las paredes del corredor. Una grieta empezó a
formarse en el suelo y las paredes se resquebrajaron. Una seca sacudida hizo
que los tres cayeran al suelo, en el momento que una de las paredes se
derrumbaba, dejando al descubierto una enorme cavidad. Un extraño
resplandor iluminaba la gran cámara natural que se abría frente a ellos. Con
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gran precaución se acercaron a la abertura y miraron al interior. Una luz
fosforescente iluminaba las paredes del recinto que estaban toscamente
talladas representando escenas acaecidas en épocas remotas. En el centro en
una especie de altar circular destacaba la fuente del misterioso resplandor:
¡una gigantesca roca de oricalcio!
- ¡Dios mío! – susurró un atónito Capitán al observar aquella magnífica
roca fosforescente - ¡Es increíble!
- Esas inscripciones y dibujos que hay en las paredes explican sin duda el
origen de la piedra – comentó con admiración Jaíza acercándose a los
relieves que llenaban la sala.
- Sin duda fueron hechos hace miles de años – dedujo Trueno – por
alguna desaparecida ci vilización.
Los relieves daban a entender que la enorme roca cayó del cielo, y que fue
adorada por los habitantes del lugar como un regalo de los dioses; pronto se
dieron cuenta del terrible poder que emanaba de ella a pesar de las nefastas
consecuenci as que tenía el hecho de estar expuestos constantemente a su luz.
Finalmente los habitantes del lugar decidieron sellar la cavidad de la piedra y
sólo unos pocos conocer ían el emplazamiento exacto de esta.
Soran quedó absor to ante el resplandor que emanaba de l a roca.
- ¡Oricalcio! ¡Cantidades infinitas de oricalcio al alcance la mi mano!
- ¡Soran! ¡No te acerques, es demasi ado peligroso! – gritó el Capitán.
Soran estaba fuera de si y haciendo caso omiso se iba acercando cada vez
mas a la roca de oricalcio, con los brazos abiertos como si quisiera abrazarla.
- ¡Es inútil, se ha vuelto loco! – dijo Trueno – hemos de impedir que toque
el oricalcio o morirá irremisiblemente.
- ¡Voy contigo!
Apenas habían dado unos pasos cuando Soran acercándose a la roca pisó un
oculto resorte. Un extraño sonido metálico resonó por toda la cavidad.
- ¿Qué ha sido eso?
- Lo ignoro, pero no me gusta nada – Comentó Trueno mirando a su
alrededor buscando el origen del extraño ruido.
Un suave temblor se dejó notar mientras que la mujer pirata llegó a la altura de
Soran en el instante que éste alcanzaba la enorme roca de oricalcio. Jaíza se
abalanzó sobre él con la intención de apartarlo de la terrible acción del mortal
elemento. De un potente manotazo Soran apartó violentamente a la muchacha
que cayó de espal das rodando por el suelo.
De forma imperceptible el altar que sostenía la enorme roca se hundía en el
suelo mientras las paredes que sujetaban la bóveda del recinto se
resquebrajaban con gr an estrépito.
Agarrándose fanáticamente a la maldita piedra mortal, Soran profirió un terrible
e inhumano alarido mientras su cuerpo sacudido por violentos espasmos se
calcinaba lentamente a consecuenci a de los espantosos efectos del ori calcio.
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- ¡Dios mío, es horroroso! – exclamaba el Capitán mientras socorría a
Jaíza, que estaba atur dida a causa del ataque de Soran - ¡Tenemos que
salir de aquí como sea!
La bóveda empezó a desplomarse a la vez que las paredes se desmoronaban
sucumbiendo a los fuertes temblores provocados por el irremisible hundimiento
de la gran roca de oricalcio.
Mientras Trueno ayudando a Jaíza se dirigía hacia la pared hundida por la que
habían penetrado en la cueva una tremenda sacudida estremeció de nuevo
toda la zona.
Crispín, Goliath y Selim, habían logrado salir del templo, y poco a poco los
“guardianes de la piedra” que habían atacado el templo se reunían en la
enorme explanada que había en el exterior frente a la fachada principal. Los
seguidores de Seth habían sido eliminados. El combate había sido cruento y
sin cuartel. Grandes columnas de humo daban a entender que los “guardianes”
habían incendiado todas las estancias para eliminar cualquier rastro de los
sacerdotes de Seth y del templo maldito.
- El Capitán ya debería de haberse reunido con nosotros – comentó
manifiestamente preocupado Goliath – Esto no me gusta nada.
- Tienes razón. Además...
Crispín no terminó la frase. Una enorme sacudida hizo tambalearse a los que
estaban en las inmediaciones del templo.
- ¡Por el gran batracio verde! ¿Qué significa esto?
- ¡Mirad! – gritó Selim señalando el templo - ¡Se está derrumbando!
- ¡Dios mío, el Capitán...!
Ante sus ojos el templo de Seth se estaba desmoronando por segundos. Los
muros, las columnas, todas las estructuras se hundían sin remisión, aplastando
a todos aquell os que no conseguí an salir al exterior.
Desesperadamente Trueno buscaba el camino para poder salir de aquella
trampa mortal. Jaíza le seguía a pocos pasos de distancia.
Una nueva sacudida hizo que ambos perdieran el equilibrio, mientras que una
enorme grieta se extendía ante sus pies.
A consecuenci a del temblor Jaíza resbaló deslizándose hacia la fisura que se
había abierto ante ellos.
Lanzándose hacia la pirata Trueno intentó agarrarla antes de que fuera
engullida por el resquicio.
La mujer logró agarrarse a duras penas en el borde de la sima.
- ¡Agárrate a mí! – Trueno le ofreció su mano.
- ¡Olvídate de mi maldito caballero! – le respondió la mujer.
A pesar de ello el Capitán logró sujetarla y con gran esfuerzo consiguió alzarla
hasta el borde del abismo.
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- ¡No tengo ninguna intención de salir de aquí sin ti! – le reprendió el
Capitán.
- ¡Tienes demasiados sentimientos! ¡Algún día lo lamentarás!
Un fuerte sismo sacudió nuevamente los restos del templo que aun quedaban
en pie.
En el exterior los compañer os del Capitán estaban con el corazón en un puño.
- Debemos marcharnos de aquí inmediatamente – indicó Omar que había
logrado salir del perverso recinto – Dudo que nadie quede con vida en el
interior de estas ruinas, y por los temblores que se están produciendo
creo que en breves instantes todos los alrededores del templo van a
hundirse.
- ¡Pero el Capitán sigue ahí dentro!
- ¡Crispín tiene razón! – agregó el Cascanueces – Tenemos que hacer
alguna cosa...
En el instante en que los restos del templo se hundían definitivamente con un
enorme estrépito una sil ueta se recor tó entre la enor me polvareda que se formó
ante el grupo que estaba en la explanada exterior.
- ¡Capitán!
Trueno y Jaíza había logrado encontrar la salida de aquel laberinto justo a
tiempo.
- ¡No podemos entretenernos! ¡Debemos alejarnos de aquí lo antes
posible! – indicó Trueno
Un relincho destacó entr e el estrépito provocado por la destrucción del templo.
- ¡Por aquí! ¡He traído los caballos!
- ¡Oumaima! – exclamó Selim - ¿Por qué has abandonado tu lugar?
- Luego le tirarás de las orejas por desobedecerte, amigo Selim, pero
ahora...¡salgamos de aquí inmediatamente!
Rápidamente montaron los caballos que tan oportunamente llevara Oumaima
hasta el templo, y se alejaron velozmente de sus inmediaciones.
Cuando estuvi eron a una distancia prudencial se detuvieron para observar el fin
del templo de Seth y de la piedra de oricalcio.
Un gran fragor llenó la región mientras el lugar donde se ubicaba el templo de
Seth se hundía irremisiblemente en las entrañas del oasis de Neb Hoteb. El
cielo se oscureció a consecuencia de la gran polvareda que levantó el
cataclismo.
- Por fin se acabó la pesadilla – Dijo Crispín, rompiendo el silencio que
reinaba entre sus compañeros.
85
Deslumbrados por el terrible espectáculo, nadie advirtió que Jaíza se
tambaleaba en su montura. Con un suave gemido cayó al suelo. Al instante
Trueno desmontó y se acer có a la mujer.
- ¡Jaíza! ¿Qué sucede?
- Nada, yo...
Trueno observó que la pirata estaba gravemente herida. A consecuencia de su
enfrentamiento con Soran la muchacha presentaba graves quemaduras de
oricalcio.
- Capitán... – balbució – yo...
- Jaíza, no debes preocuparte. Estamos a salvo y pronto podremos curar
tus heridas.
- No. Esta vez no puedes engañarme. El fuego... de los dioses.... no
perdona. Creo que... esta vez no volveré a navegar... es... mi última
aventura...
- No digas eso, Jaíza, ya ver ás como ...
- Trueno, hemos... logrado... vencer. ¿Verdad?... Hemos conseguido
detener a... Soran.
- Si, Jaíza. Lo hemos consegui do. Pero ahora debes descansar .
- Tienes húmedas las mejillas. No te preocupes por mí. Nadie... me...
espera en ninguna parte..., ya lo sabes.
- No digas eso, Jaíza.
- En cambio tú... tienes amigos, personas que te quieren... Prométeme
una cosa... Prométeme que no te... ol vidarás... de mi... Yo... Te quiero...
El Capitán Trueno estrechó fuertemente a Jaíza en su último aliento mientras
las lágrimas surcaban sus mejillas.
Con las espadas en alto un grupo de valientes rendían un último homenaje a la
Hija del Diablo, la mujer pirata más temida del Medi terráneo.
Semanas más tarde una pequeña embarcación entraba en el fiordo de
Sigridsholm.
Desde las almenas del castillo, la reina Sigrid reconoció la vela latina que
despuntaba en la lejanía y su corazón latió aceleradamente. Inmediatamente
las cocinas del castillo entraron en una frenética actividad y en la biblioteca se
acabaron de colocar en orden los viejos pergaminos.
Instantes después Trueno se fundía en un abrazo con su amada ante la atenta
mirada de su hijo Ragnar. Un sonoro llanto del bebé le indicó inequívocamente
que se avecinaba una ter rible pelea con los pañales del chiquillo.
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EPÍLOGO
En la plaza de un pueblo de las costas abruptas del Mediterráneo, donde en
ocasiones sopla un endiablado viento del norte y cerca de una extensa cadena
montañosa, uno de los más prestigiosos juglares de la región, Ebravor de
Occitania, acababa su recital:
Este honesto t rovador
Os refirió este cantar
Y os jura por su honor
Que cuanto dijo es verdad...
Pues no hubo caball ero
Tan leal y tan amigo
Como él. Y el mundo entero
Dará fe de cuanto digo.
Son miles sus seguidor es...
Más de cien mil... ¡un millón!
Y lo son de sus creadores,
Maese Mora y Maese Ambrós.
Este cantar que culmino,
Nunca lo escribiera yo...
que fue un vate bizantino
Al que la historia olvidó...
Él dio forma de romance
a la épica de Trueno;
para cantarlo, si os place,
en las plazas de los pueblos...
Encontré sus viejos versos
en la isla de Alborán,
en pergaminos deshechos
en cofre que trajo el mar.
Más romances se han cantado,
que alcanzaron gloria y fama;
algunos fueron muy buenos...
mas ninguno tan amado,
ni tan salido del alma...
¡ninguno como el de Trueno!
Gracias por vuestra atención
y aplausos inmerecidos;
87
a Víctor Mora y Ambrós
vayan sólo dirigidos.
Y oíd, amigos, lo que dice
el poeta al terminar...
prestad toda la atención:
Nunca perdái s la ilusión,
no dejéis de imaginar,
no acaba aquí la canción...
¡siempre habrá un continuará!
Continuará...
Jacques Fi ston
Teià – La Coma – Barcelona
maig de 2008






¡UNA MISIÓN DELICADA!


Un relato de “EL CAPITÁN TRUENO”, basado en los personajes creados por VÍCTOR MORA.

Grandes gotas de sudor resbalaban por la frente del Capitán Trueno mientras su semblante reflejaba la gran tensión a la que estaba siendo sometido.
Estaba solo; nadie podía ayudarlo para enfrentarse a una de las situaciones más difíciles de su azarosa existencia
Se encontraba cara a cara con su sino. No podía echarse atrás ante aquel reto. Todo dependía de sí mismo.
¿Conseguiría salir adelante?
¿Lograría superar la formidable prueba que los caprichos del destino le habían deparado?
La situación era extremadamente compleja, pues se trataba de llevar a buen término...
¡UNA MISIÓN DELICADA!


1

Solamente el crepitar de los troncos que ardían en la gran chimenea rompía el silencio que dominaba la amplia y bien iluminada sala.
Los pasos del Capitán resonaban por toda la estancia mientras sentía cómo los acelerados latidos de su corazón repiqueteaban en sus oídos.
Giró la cabeza hacia un lado y a otro: estaba... ¡solo!
Comprendió entonces que nadie podía ayudarlo en tan ardua tarea.
Debía enfrentarse a la dura realidad.
Llenó de aire sus pulmones valorando todas las posibilidades, intentando encontrar una solución. No había alternativa posible. Todo estaba en sus manos.
Notó como el sudor llenaba su frente. Volvió a respirar profundamente y armándose de valor, tomó la única decisión posible.

- Debo hacerlo.

“Hola. Dejad que me presente. Me llamo Ragnar, y ese que está sudando tanto es mi papá. Está intentando cambiarme los pañales, y por lo que parece le está dando bastante trabajo. Como no lo hace muy a menudo, le cuesta un poco.

Mi papá se llama Capitán Trueno, y es un hombre muy fuerte y muy valiente; y aunque a él no le gusta que lo digan, es un gran guerrero. Yo lo sé porque según he oído decir, cuando nací, mi papá se peleó con unos señores malos que querían hacernos daño a mi mamá y a mí.

También sé que es muy fuerte porque tiene unas manos grandes. Pero por lo que veo no le sirven mucho para cambiarme el pañal.

¡Ja, ja, ja! Me está haciendo cosquillas.”

- ¡Maldita sea! – Blasfemó el Capitán, aunque luego sintió haberlo hecho delante del niño - ¿Qué le pasa ahora? – se quejó cuando el bebé se movió bruscamente – ¡Precisamente cuando ya casi había terminado...!

“Anda, tiene que volver a empezar. Pues mientras se pelea con mis pañales sigo con lo que os estaba contando. Os decía que mi papá es un gran guerrero y que a menudo tiene que pelearse con otros señores porque quieren hacer lo que les da la gana sin respetar nada ni a nadie.
Pero cuando está conmigo, es muy amable y cariñoso. Cuando me coge en brazos me siento seguro y tranquilo. Noto su fuerza, pero no me hace daño. Me dice cosas amables y pone una cara... me mira y le brillan los ojos. ¿Por qué será?

A veces se va con sus amigos durante unos días. Según he oído decir es porque alguien necesita ayuda y mi papá va corriendo porque le gusta ayudar a los demás. (y también porque no sabe estarse quieto)

Cuando esto sucede, el castillo está triste y aburrido. Yo... lo echo mucho de menos. Me siento muy feliz cuando está aquí conmigo. Es mi papá. ¿no?

¡Uy! ¡Me ha pellizcado!”

- ¡Oh! ¿Qué sucede ahora? – el Capitán se llevó la mano a la coronilla y resopló con fuerza - ¡Lo siento, hijo! Pero si no te movieras tanto... ¡sería mucho más fácil!

“Bueno, parece que le cuesta, pero creo que finalmente lo logrará.

Cuando yo sea mayor quiero parecerme a mi papá. Es el mejor papá del mundo.

¡Huy! Me parece que viene alguien. Y esa fragancia...”

La puerta se abrió

- ¡Muy bien! Parece que lo estás logrando – se escuchó una agradable voz por detrás del Capitán.

La reina de Thule y madre de Ragnar se acercó a la cuna. El pequeñuelo la reconoció de inmediato.


- ¡Sigrid! Por fin has llegado – respondió aliviado el Capitán - Nunca pensé que fuera tan difícil. Si por lo menos se estuviera quieto...

- ¡¡Guééé!!



“ ¡¡Es mi mamá!!”

El capitán se apartó a un lado. Sigrid acercó su rostro al del bebé haciéndole una carantoña. Éste alzó sus tiernas manos hacia ella.

- ¡Tranquilo Ragnar!. Deja que papá acabe de ponerte los pañales – le susurró dulcemente a su hijo, mirando de reojo a un abrumado Trueno mientras disimulaba una burlona sonrisa.

- ¡Bien! Volvamos a empezar – manifestó el Capitán resignadamente.

“Es mi mamá. Se llama Sigrid y es una mamá maravillosa. Siempre me sonríe y me dice cosas agradables y cariñosas. Cuando estoy con ella noto una sensación muy agradable de felicidad. Eso sí: cuando yo protesto se pone muy seria y me riñe. No lo entiendo, porque luego me coge y se pone a jugar conmigo. Me acaricia, me habla suavemente, me cuenta historias y me hace cosquillas.”

- No lo aprietes tanto, que luego estará incómodo y se pondrá a llorar – aclaró Sigrid, señalando el lazo que el Capitán estaba haciendo para sujetar el pañal.

- Pero es que, si no lo sujeto con fuerza se le va a caer y luego tendremos un “percance”

“Mi mamá manda mucho. Es la reina, y todos la respetan. Trabaja todo el día, siempre está reunida con unos señores muy serios... pero ella siempre sonríe, aunque a veces se pone muy seria, se enfada y los riñe. ¡Igualito que a mi!

Cuando me sacan a pasear por las aldeas vecinas, todas las gentes salen a saludarnos y se acercan para verme. Muchas veces, mi mamá deja sus ocupaciones para estar un ratito conmigo, de paseo, y también la saludan con mucho cariño. Y mi mamá siempre tiene palabras agradables para todos ellos. Al ver sus caras, hago como mi mamá, les sonrío y se ponen muy contentos, ¿por qué será? No entiendo mucho qué quieren decir cuando me llaman príncipe.¡ Me llamo Ragnar!”

- Bueno, parece que ya está – comentó Trueno exteriorizando gran satisfacción – Creí que no lo lograría nunca...

- ¡No cantes victoria tan pronto! – replicó Sigrid en tono divertido – Ahora tienes que vestirlo.

- Pero... – trató de protestar el capitán.

- Nada de peros – cortó tajante Sigrid – ¡No pretenderás llevar al pequeño medio desnudo al Gran Salón!.

El Capitán aceptó, aunque a regañadientes, y se puso manos a la obra, bajo la atenta mirada de su amada.

“He oído decir que me pusieron ese bonito nombre en memoria de mi abuelo. Bueno, en realidad no lo era, pero sí que lo era...¡Huy! Creo que me estoy haciendo un lío.
¡Como mi papá! ¡Que me está poniendo el vestido al revés!”

Sigrid apenas podía contener la risa. Y el Capitán trueno ya no sabía qué cara poner.

“¡Me siento tan feliz cuando están los dos conmigo!” Aunque a veces me pongo triste cuando mi papá se va con sus amigos, ya lo dije antes. Mi mamá también se pone triste. Hay momentos que se pasa horas en las almenas del castillo mirando el horizonte, esperando con anhelo su regreso. Entonces me mira, y se le humedecen los ojos.”

A veces me quedo con el aya Klundia. Algunos dicen que es una bruja. Debe de serlo porque cuando no puedo dormirme dice unas palabras mágicas, canta una canción, y enseguida me entra un sueño... Creo que mi mamá también es un poco bruja, pues cuando estoy con ella me siento tan bien...”

- Bien cariño. Parece que por fin lo has conseguido... – concluyó. Sigrid con una gran sonrisa en los labios.

Trueno cogió en brazos al pequeño. Miró a su amada con ojos de ternura, que sonreía profusamente y que estaba exultante de belleza, se acercó a ella y la besó en los labios.

“¡Uy!, ¡Se están besando!”

Los tres salieron de la estancia dirigiéndose hacia la sala contigua. Trueno seguía con su hijo en brazos. Allí se encontraba Crispín que había regresado unas horas antes de pasar unos días junto con su gran amiga Birgit.

- ¡Caramba Capitán! – dijo el joven en un tono divertido – Observo que has salido airoso de tu “misión”.

- ¡No te rías muchacho! – sonrió Trueno – Ha sido sin duda una de las más difíciles. – prosiguió, mientras se ayudaba de su dedo índice, agitándolo una y otra vez, manifestando la dureza de la prueba - ¡Este arrapiezo no sabe estarse quieto...! – Entonces lo miró con dulzura y lo acunó en sus brazos.

“¡Es Crispín!. Uno de los amigos de mi papá. En realidad, es más que un amigo. Dicen que perdió a sus papás cuando era muy pequeño, y el mío, entonces, se hizo cargo de él. Así que es como si fuera mi hermano mayor. También lo quiero mucho. Es muy divertido y cuando está conmigo siempre me cuenta historias fantásticas de príncipes y caballeros.”

- ¡Hola pequeño! – saludó Crispín al niñito, pasando un dedo por la diminuta nariz del bebé – Hoy tengo muchas cosas que contarte.

Ragnar arrugó la nariz.

“¡ Pero aquí falta alguien!.¿Dónde está el otro amigo de mis papás?”

El Capitán miró alrededor de la sala.

- ¿Buscas a alguien? – inquirió Sigrid.

- Si buscas a Goliath – respondió Crispín - dijo que iba a echarle un vistazo a las cocinas para asegurarse de que todo estaba en orden. Debe de haberse quedado allí.

Un potente vozarrón se dejó oír a lo lejos.

- ¡Esta vez te has equivocado muchacho! Aunque debo confesar que he estado tentado de hacerlo.

“¡Ahí está!. Ese es Goliath. Es como el hermano de mi papá. Se han salvado la vida el uno al otro varias veces. La primera vez que lo vi me dio miedo; es tan grandote... y como tiene ese ojo tan raro... me asustó. Pero aunque sea un poco feo, tiene un gran corazón (y un gran estómago...). Parece muy bruto, pero cuando me coge en brazos es tierno y amable.”

Los cinco se dirigieron hacia el Gran Salón. Estaba lleno de gente, y profusamente adornado. Se habían reunido todos los amigos cercanos a la corte para celebrar las tradicionales fiestas del solsticio de invierno. Para tan especial ocasión habían acudido el príncipe Gundar y su esposa Zaida. Con sus hijos, Ingrid y Leiff.

Cuando el Capitán, Sigrid, Crispín, Goliath y Ragnar entraron, los presentes prorrumpieron en grandes vítores.

“Ésta es mi familia. Juntos han pasado un montón de aventuras y, seguramente les quedan todavía muchas por vivir. Ahora estaré también con ellos. Tendré que hacerme mayor pronto...


¡ Hasta pronto amigos del foro! Y de parte de todos nosotros, os deseo que paséis unas muy Felices Fiestas.”

FIN







Joan Carles Franquet

Teià, novembre de 2006



Con la colaboración especial de

Luís Antonio Ródenas